No son un secreto las amenazas de muerte que pesan sobre el 90 por ciento de las 6.000 lenguas que todavía hoy se hablan en nuestro amenazado planeta, víctimas de un voraz proceso de desertización lingüística.
En algunos casos, heroicos, como el de la lengua yiddish, la más lenta agonía se acelera con motivo del estallido de las más funestas convulsiones históricas, precipitando en el abismo de la noche eterna los frutos gloriosos de incontables generaciones de creyentes en la palabra donde aprendían a leer y escribir, esperando la llegada de otro mundo mejor.
Con motivo de la recepción de su premio Nobel, Isaac Bashevis Singer —-un genio absoluto, a leer con urgencia incluso en castellano; a pesar de los atentados perpetrados impunemente contra sus obras, traducidas, con frecuencia, en unas condiciones incalificables—-, IBS, declaró que el yiddish no había dicho su última palabra.
Hoy sabemos que la gran literatura yiddish quizá será, dentro de muy poco, la primera que estará completamente digitalizada y online, libre, en internet. Se trata de un caso único y admirable en la historia de las culturas: un hombre, Aaron Lanksy, tuvo hace años la idea de rescatar todos los libros publicados en una lengua agonizante, comprarlos, preservarlos, organizarlos en una biblioteca, digitalizarlos y ponerlos al alcance de quien desee leerlos.
Esa tarea, inmensa, anima ahora el National Yiddish Book Center, donde trabajan benévolamente jóvenes consagrados a la tarea ejemplar de salvar cuanto queda de un corpus literaria amenazado de muerte. Se hace realidad material la resurrección de los libros muertos, rescatados del infierno de lo olvidado, proscrito y perdido a través del trabajo, la fe, la esperanza y la comunión física de una menuda banda de apóstoles, creyentes en las cosas del espíritu que se transmiten con los libros, religiosos, ateos, libertinos, agnósticos, etc.
PS. En la Cuba de Fidel Castro había muchos libros yiddish, en las bibliotecas públicas y privadas. Fidel se negó a entregar o vender esos libros a un judío norteamericano. Prefirió donarlos en 1978 a la Liga Árabe, que se apresuró a destruirlos en hornos crematorios.
Marta Salazar says
Qué bueno este artículo! Le pondré un enlace!
Carlos Ferrero says
Yo también lo enlazaré. Y la próxima vez que alguien intente convencerme de las presuntas «bondades» del régimen castrista, le contaré esta historia de cómo Castro contribuyó a exterminar un idioma (y la cultura de la que era vehículo), después de que Hitler casi exterminase a sus hablantes.