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MR, Barcelona, 1908 – Girona, 1983
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Quizá por vez primera, la más grande de las novelistas catalanas contemporáneas, Mercè Rodoreda, canonizada y desconocida, a un tiempo, es homenajeada en Madrid con un largo rosario de conferencias y mesas redondas.
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Participarán en los actos organizados en colaboración por el Institut Ramon Llull y Blanquena Centre Cultural, entre otros, Clara Janés, Josep Maria Fonalleras, Carles Torner, Carmen Alcalde, Fernando Olmeda, Mario Gas, Antonio Monegal, Agustí Villalonga, Albert Roig, Silvia Bel, Karra Elejalde.
Mercè Ibarz y yo iniciamos ayer el ciclo de conferencias. Es para mi un gran honor y motivo de profunda alegría.
Estas fueron nuestras intervenciones:
COGER EL VACÍO ENTRE LAS MANOS. VIDA Y OBRA DE MERCÈ RODOREDA
Mercè Ibarz
No hi ha paraules… s’haurien de fer.
MR, La mort i la primavera
Es para mí motivo de alegre agradecimiento poder compartir ante ustedes, en este centro cultural de trayectoria y ambición tan necesarias, una conversación con Juan Pedro Quiñonero a propósito de esta autora que amamos los dos, Mercè Rodoreda. Llevo años leyéndola, indagándola, sumergiéndome en su obra, que alimenta la mía propia, y a veces me he preguntado por qué tanto tiempo, si una corre el riesgo, como ya me ha sucedido, de ser etiquetada (con fecha de caducidad, por supuesto) como una de esas cosas detestables, que a don Miguel de Unamuno le sacarían de quicio tanto o más que la sociología, que son ser una experta, una especialista, una biógrafa inclusive…
Pero este año, al publicar la versión catalana en Empúries de mi libro de 2004: Mercè Rodoreda: Exilio y deseo, en Ediciones Omega, un encargo que siempre agradeceré a la escritora Nuria Amat, alma constructora de la colección Vidas Literarias, me han sucedido dos cosas invaluables: he bajado yo solita del carro de los especialistas –soy nada más una escritora que a veces escribe sobre MR- y he conocido a JPQ, a través de su blog, por el que entré en contacto con él para decirle cuánto valoro su lectura de MR y agradezco y reconozco la baula —el eslabón— imprescindible que trazó para nuestra cultura común el hecho insólito en nuestros lares de que un día, que él ya evocará después, pusiera en contacto a MR con Rosa Chacel. Gracias a JPQ tenemos una breve pero hermosa correspondencia entre las dos, consultable hoy en el último número de la formidable revista Turia, ese milagro que dos veces al año produce Teruel gracias a Raúl Maícas.
Gratitudes, Q. Debo decirlo así de claro, pues este hombre pertenece a la estirpe de los olvidados, por retomar un título insigne de Buñuel, aunque, cabe decirlo, Q, extrae de ahí una disciplina creadora extraordinaria que le ha convertido en autor de más de 15 títulos, de los géneros más variados… Pero como es periodista…
… como periodista fue también MR. Una periodista de brío, imaginación, humor y libertad, al igual que las 4 novelas que publicó entre 1931 y 1936, previas a Aloma (1938), novelas que se negó a rescatar tras la guerra —un asunto que, si ustedes lo desean, podemos retomar en el diálogo final.
He tomado prestado un verso de Henri Michaux (1899 – 1984), quien sobreviviría un año a nuestra autora, muerta de un rápido cáncer hace 25 años este abril. Para Rodoreda, en el vacío de París en los años 50, Michaux fue una lectura imprescindible para sobrevivir y, a mi modo de ver, no puede leerse cabalmente la obra de ella sin tener en cuenta la obra de él. Como tampoco sin Artaud, sin Sartre, sin Woolf, sin Dorothy Parker, sin Katherine Mansfield, sin Faulkner, sin Kafka…, como sin el cine y sin la Biblia, sin Goya, Klee, Miró y sin el Lazarillo de Tormes, sin Llull, sin Verdaguer, sin Andreu Nin, sin Trabal, sin Carner, sin Víctor Català, otra autora esta última –Caterina Albert, la artífice de Solitud y de La infanticida— que, como MR, tuvo que adoptar una máscara de hierro para poder sobrellevar el peso de ser una enorme escritora —un grandísimo escritor— en un contexto cultural pusilánime.
Esbozaré una visión de conjunto sobre su vida y su obra de posguerra, para dejar paso a Q. y luego conversar con él y mostrarles si cabe algunas de las pinturas de MR, su legado más desconocido.
Cuando el ejército franquista estaba a punto de ocupar Barcelona y ella huyó a Francia, al exilio, en enero de 1939, Mercè Rodoreda (octubre 1908 – abril 1983) tenía treinta años. Era una novelista respetada y una periodista reconocida. Una gran trabajadora: autodidacta, con escasísimos años de escuela, en cinco años escribió cinco novelas y un abanico de artículos periodísticos y de conferencias radiadas durante la guerra. Su quinta novela, Aloma, una historia grave de iniciación a la vida de una muchacha en la ciudad, había sido el éxito indiscutido de 1938 y tenido posibilidades, interrumpidas por la pérdida de la guerra, de ser traducida al castellano y al francés. En el terreno íntimo era una mujer separada que dejaba un hijo de diez años en Barcelona, con la abuela. Pertenecía a la muchedumbre de exiliados que creían inminente el final del régimen franquista, cuando por fin las potencias no dictatoriales se decidieran a ello, al trueno inmediato de la II Guerra Mundial. Era por encima de todo una escritora decidida a no dejar de serlo, a continuar escribiendo, a construir una obra literaria que pesara en el futuro y mostrara que la lengua catalana es un idioma civilizado, culto. Ningún escritor catalán podía plantearse entonces este reto por gloria ni menos aún por dinero. La cultura catalana sería casi aniquilada en Cataluña y la diáspora no garantizaba nada. Sólo se podía asumir el reto de llegar a construir una obra literaria por responsabilidad humana ante el idioma, en palabras de Thomas Mann antes de partir al exilio [«La responsabilidad ante el idioma es, en esencia, responsabilidad humana.», escribió Mann en la carta al rector de la Universidad de Bonn para declinar el puesto que se le ofrecía].
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Sólo se podía entonces continuar escribiendo en catalán para mantener los sueños de juventud, diría MR, elusiva y refractaria a grandes palabras como las de Mann aunque asimismo consciente del sentido de la memoria colectiva. Fue su paseo por el amor y la muerte. Su obra decisiva fermentó en Francia entre 1939 y 1954, cuando se mudó a Ginebra, donde por fin conseguiría escribir, a partir de los 50 años, las novelas y las prosas por las cuales es el escritor catalán moderno más traducido del siglo XX, a treinta y tres idiomas.
Vivió dos guerras, conoció la devastación de las bombas, trabajó como costurera durante años, envió siempre que pudo dinero a su madre y a su hijo en Barcelona (y no recibió nunca nada de su exmarido, que tampoco se ocupó demasiado del hijo común), cuidó su frágil salud y trabajó muchísimo para conseguir su reto. La poesía, la pintura, la lectura voraz y sistemática, el aprendizaje de idiomas, las primeras probaturas de la nueva prosa, todo lo que logró sobreponer a las ruinas de su mundo desaparecido emergió primero en la calle de Cherche-Midi, en París, donde cristalizaron su poesía y su pintura, como en la calle Vidollet de Ginebra lo harían sus novelas, como en las calles Filles Notre Dame de Limoges y Chauffour de Burdeos, bajo las bombas, habían cristalizado sus cuentos, entre camisón y camisón que cosía en su maniquí, durante «Le temps d’un sein nu / entre deux chemises» escribió en una carta a su amiga y escritora también en el exilio Anna Murià, apoyándose en estos versos de Valéry.
Logró su cometido, como Michaux, cogiendo el vacío entre las manos. Y, según decía antes, construyendo una máscara indestructible. Una máscara de mujer solitaria y de escritora de pasmosa sencillez, con la que protegió y creó una obra civilizada y culta, es decir, extremadamente arriesgada y sin concesiones. Una obra exigente que, por uno de esos giros de justicia poética que a veces la historia nos ofrece, cuenta con muchísimos lectores.
Mercè Ibarz
Madrid, 18 de septiembre de 2008
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MERCÈ RODOREDA, ROSA CHACEL, VIRGINIA WOOLF Y MARGUERITE YOURCENAR
Juan Pedro Quiñonero
Mercè Ibarz me invita a hablar de Mercè Rodoreda (1908-1983), Rosa Chacel (1898-1994), Virginia Woolf (1882-1941) y Marguerite Yourcenar (1903-1987)… para mí, es como invitarme a hablar de los orígenes de la prosa moderna y la redención de la vida, mi vida, a través de la escritura.
Hace ya algunos años, hablando con Rosa Chacel, que fue mi maestra, en esas y otras muchas cosas, ella me resumió la lección esencial de manera muy simple. A su modo de ver, que es el mío, la prosa española contemporánea floreció con Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna y la traducción de Dámaso Alonso del Retrato del artista adolescente de Joyce.
Con Rosa dejé zanjada otra cuestión esencial. El Retrato y la Recherche proustiana son epifanías de un mundo nuevo, mientras que el monólogo final del Ulises es una agonía. Agonía letal. Culminación saturnal del abandono íntimo y moral de la Picaresca, a juicio de otro de mis maestros, Juan Benet.
Matizando tales cuestiones con Luis Rosales, que también fue mi maestro, él me insistió en otras importantes cuestiones de detalle. La concepción de la lengua de Unamuno y las prosas de don Antonio Machado son otros dos veneros esenciales de la prosa española contemporánea, a los que yo pronto añadiría la concepción de la lengua de Joan Maragall.
Pertrechado con tales concepciones de la lengua y la literatura, recibí hace años el encargo de escribir un prólogo para una nueva edición de la poesía completa de Baudelaire. Y, redactando aquel pequeño ensayo, llegué a otro convencimiento íntimo, compartido por muchos otros maestros en la disciplina de las literaturas comparadas: en bastante medida, los poemas en prosa de Baudelaire son una de las más claras fuentes bautismales de la prosa poética y el arte de escribir novelas en nuestro tiempo, en las distintas literaturas de nuestra civilización europea.
Tardé algún tiempo en descubrir que, en verdad, Marcel Proust ya consideraba a Baudelaire como uno de sus primeros maestros esenciales, junto a Madame de Sevigné y Chateaubriand, por supuesto.
En mi caso, los poemas en prosa de Baudelaire me permitían comprender lo que yo encuentro que tienen en común, para mí, las obras de Mercè Rodoreda, Marguerite Yourcenar, Virginia Woolf y Rosa Chacel, justamente: me refiero a una prosa poética y un arte de escribir novelas donde las más íntimas pasiones, la historia, el pasado, el presente, el futuro, la memoria, la construcción de un hogar íntimo y la construcción de un hogar cívico para un pueblo, se confunden en la tarea solitaria de escribir relatos.
La primera comparación que me saltó a la vista, hace ya muchos años, es la de algunos de los cuentos de Marguerite Yourcenar, los cuentos de Feux y Nouvelles Orientales, con algunas novelas y bastantes relatos de Rodoreda, pienso en Aloma, Jardí vora el mar o La meva Cristina i altres contes, entre otros. La pasiones, amorosas, cívicas, religiosas, espirituales, tienen para Yourcenar y Rodoreda la misma condición de raíz, semilla dolorida, atormentada, aunque germinal, que contiene el embrión donde florece la pasión de la escritura, indisociable de las tormentas morales, carnales, espirituales, más devastadoras.
La disección de las pasiones en un tema secular en todas las literaturas. Lo que tienen de original y quizá tengan en común, Yourcenar y Rodoreda, es que la pasión no es para ellas un tema literario (¡qué también lo es..! ¿cómo podría ser de otra manera?) si no la materia prima, el agua virginal, donde la palabra del relato bebe su fuerza seminal.
La voz que habla por boca de la narradora de La plaça del Diamant, como las voces que hablan a través de la María Magdalena o el Adriano de Yourcenar, o el Virgilio de Hermann Broch, también son un fuego que todo lo abrasa: arden sin cesar, atizando una pasión incandescente en las entrañas carnales y en el océano sin orillas de la memoria, indisociables la memoria y las entrañas en el taller de la gracia donde el narrador construye su estilo, en soledad. Feux, Fuegos, es el título de uno de los libros de Yourcenar más próximos a la obra de Rodoreda. El fuego íntimo de la pasión alimenta a toda hora un anhelo de comunión, moral, espiritual, carnal, que también se consuma a través de la escritura
A través de la memoria de la piel y la memoria cívica, tales llamaradas de la palabra incendian e iluminan, a su manera, el pasado, el presente y el futuro.
En La Mort i la Primavera de Rodoreda, como The Waves, Las Olas, de Virginia Wolf, el pasado, el presente y el futuro se confunden en una realidad arquitectónica de nuevo cuño. La memoria y el recuerdo devuelven a la vida de cada uno de nosotros las ilusiones jamás perdidas y bien presentes, proclamando la eternidad del deseo incumplido, semilla de un futuro por venir: de ese modo, el relato recobra su condición original de profecía.
Tal confusión aparente de los tiempos y las cronologías está muy lejos, está en los antípodas, a mi modo de ver, del monólogo íntimo de Molly Bloom, con el que se cierra el Ulises, que, siendo una agonía, también es una afirmación profética de la fuerza incandescente de la palabra y la pasión. Pero de muy otra naturaleza.
En los grandes libros de Rodoreda y Virginia Woolf, la confusión de los tiempos y las cronologías echa los cimientos de una arquitectura espiritual de nuevo cuño. La muerte llega para siempre. El futuro es un oscuro océano de incertidumbres. Pero la palabra poética y profética de Virginia Woolf y Mercè Rodoreda iluminan y redimen el pasado, indisociable de la construcción de nuestras almas, la fundación de nuestra vida moral, cívica; que no sería nada, mera ilusión, si no fuésemos capaces de echar los cimientos de un mundo nuevo, construido con el dolor, el tormento y las pasiones de nuestras almas en pena, nuestra voluntad y nuestras ilusiones.
En las primeras páginas del libro de Lawrence –y me refiero al Lawrence de la Revuelta árabe y Los siete pilares de la sabiduría– se dice que hay dos tipos de hombres… Unos, dice Lawrence, sueñan; y cuando se despiertan creen que han soñado. Otros, continúa, sueñan despiertos. Estos últimos, concluye Lawrence, son los más peligrosos: porque son capaces de realizar sus sueños.
Más allá de diferencias generacionales, diferencias de formación y sensibilidad, Mercè Rodoreda y Rosa Chacel compartían algunas cosas esenciales: habían frecuentado y habían tenido por amigos a unos hombres y mujeres capaces de soñar con una España menos cutre, más limpia, más bella, más justa; y ambas consideraban la escritura como una tarea esencial, en la que les iba la vida…
Hubo muchos otros hombres y mujeres que compartían tales ilusiones, no sé si perdidas, por los tiempos que corren. Lo que tienen de original y quizá tengan en común, Mercè Rodoreda y Rosa Chacel, es que toda su obra es un proyecto de redención de la vida íntima y la vida cívica a través de la escritura, a través de la construcción de un estilo propio. En algún momento de su vida, Rodoreda buscó y encontró en Josep Carner la voz amiga del maestro tutelar; como Rosa Chacel sostuvo durante toda su vida un diálogo no siempre silencioso con la obra y la persona de Juan Ramón Jiménez. Carner creía que la lengua es para la cultura algo así como la sangre de la viña transmutada en vino. Juan Ramón consideraba muy urgente reconstruir la arquitectura espiritual de una España deshilachada.
La obra de Rosa Chacel culmina con sus grandes intentos olímpicos de construcción de íntimas moradas para su familia, sus amigos, los hombres y mujeres de su generación, formados en el Barrio de Maravillas, el Museo del Prado, el Canalillo y los Chopos de la antigua Institución Libre de Enseñanza. Florecida y construida en el destierro, destierro de Cataluña, destierro de España –como la obra de la Chacel había florecido en el destierro de su Castilla natal–, la obra de Rodoreda culmina con la lucha y victoria final contra el más atroz de los enemigos, la Muerte, que es el tema central de Quanta, quanta guerra…
El Barrio de Maravillas, el Prado, el Canalillo de la infancia y primera juventud de Rosa Chacel son cosas muertas, tiempo ha. Pero el Barrio de Maravillas, el Prado y el Canalillo de la obra de la Chacel son cosas bien reales y me atrevería a decir que eternas: arden y viven, para nosotros, para siempre, a través del arte de la memoria y la escritura.
La Muerte de Quanta, quanta guerra… es la muerte bien histórica de la Guerra civil, de la Segunda guerra mundial, la muerte de todas las guerras, cuyos fantasmas, bien reales, asaltan a cada instante a un personaje infantil, adolescente, juvenil, que algo tiene de angelical, ser de ilusión y encantamiento. La muerte toma infinitas formas, cruzándose con su vida; pero él continúa siempre su camino, invicto.
Otro libro de Rodoreda ya se llamaba La Mort i la Primavera. Como en la legendaria película de John Huston, la muerte llega para siempre, pero Rodoreda, como los amantes de la película, no la teme: la fuerza del amor, la fuerza de la pasión, la fuerza de las palabras y la memoria, permanecen intactas, más allá de la muerte.
Esa pasión que resiste a las herrumbrosas lanzas del paso del tiempo y la muerte es uno de los temas del Cántico espiritual y de Fray Luis, es el tema central de la Égloga III de Gracilaso, y es un tema recurrente de la poesía áurea de Lope, Quevedo, Villamediana y Francisco de Aldana. A mi modo de ver, esa fe mesiánica en la palabra, el Verbo, viene al mismo tiempo del Evangelio de Juan y de la mística musulmana. En ambos casos, las cenizas y el polvo de los amantes muertos son polvo y cenizas enamoradas, cuyo fuego incandescente arde siempre por nuestras venas.
Pero, poco importa el debate erudito. Baste con recordar que Rosa Chacel y Mercè Rodoreda compartían esa misma fe ciega en la palabra y el estilo.
Y esa fe en la palabra, la sangre de la viña, transmutada para nosotros en el vino embriagador de un estilo, que viene de Llull, Verdaguer, Maragall, Carner y Carles Riba, y fecunda en sus orígenes la obra de Rodoreda; esa fe en una palabra capaz de reconstruir la arquitectura espiritual de un alma, o un pueblo, que viene del Cántico y de Fray Luis, de Aldana, Garcilaso, Quevedo, Villamediana, Rosalía, Bécquer, Juan Ramón, y sembró muy pronto la obra de Rosa Chacel… esa fe, en definitiva, en la escritura y el gran arte, es la que a mi me transmitieron ellas –mi madre, Luz, Luz Martínez, Luz la de la Tercena, Mercè Rodoreda y Rosa Chacel– y a mi me gustaría transmitir a alguien, a través de los dones de la palabra y las artes de la memoria.
Luis Rivera says
Hace muchos años, en una entrevista que le hicieron, creo que aún estaba en Suiza, dijo algo que me sigue pareciendo lúcido y sensato, sobre su Cataluña, y que guardo en la memoria como si de ella se pudiera extraer un conocimiento acerca de las emociones de los demás.
Escribo de memoria: «¿que culpa tenemos los catalanes de que el nuestro sea un país pequeño?»
Luis Rivera says
Por cierto que, leído tu texto, me parece estupendo y como siempre fuente de conocimiento. Mencionas un libro que es mi Némesis particular: Muerte de Virgilio. Puesto que estoy trabajando en un tema de la época y que tiene que ver con la muerte de Ático, contemporáneo del poeta, no se si podrás imaginar el esfuerzo que tengo que hacer para no sentirme minimizado por ese libro inmenso, probablemente de los canónicos del siglo XX. Eso creo yo. Me amarga la vida su existencia, hoy, de la misma manera que me la alegra el haberlo leído y releer de vez en cuando fragmentos.
JP Quiñonero says
Luis,
Oye, con un pie en el estribo del taxi rumbo a Barajas, te respondo por aquí a casi todo:
1.- La cita de ACamus, una Maravilla.
2.- Cataluña… que te voy a contar… se puede ser bajito y genial y grande y gilipollas (con perdón). Yo veo de positivo la «angustia» de querer ser alguien… visto desde fuera, puede chocar un poco: los españoles acusan a los franceses de soberbia. Pero, al final, a mí me parece una buena espuela.
3. La Muerte de Virgilio…. uauuuuuuuuuuuuu… en efecto, palabras Muy Mayores. TODOS nos sentimos pequeños ante el Virgilio de HB. Pero saco algo positivo: también es agradable pertenecer a una pequeña comunidad de lectores fervosos de libros como ese… me siento feliz entre esa peña de happy few que aman ese Virgilio (y otros, claro),
Saludos fuertes,
Q.-
jose julio perlado says
Me han encantado tus palabras en Madrid sobre autoras a las que me he acercado muchas veces. Es un texto que guardaré y al que volveré.
Mi abrazo en esta distancia tan cercana.
JJP.
jose julio perlado says
Perdona que he puesto Madrid y es Barcelona.
Un abrazo.
jose julio perlado says
La verdad es que no he acertado al escribir aquí la ciudad. Lo que me importa es decirte que me han gustado mucho tus palabras.
Angel Duarte says
Me las reservo -las lecturas, me refiero- para la tranquilidad de un domingo por la tarde en soledad.
Abrazos de nuevo
Joaquín II says
Quiño…
Lamento mucho haberme perdido esta conferencia. No sólo por la conferencia en si (muy buena) sino por haber perdido la oportunidad de saludarte.
Esta y otras cosas que escribes en este blog y en ABC piden (en mi opinión) una buena compilación, al estilo de Memorial de un fracaso
Es una pena que queden «sueltas», sin una buena edición que las reuna.
Muchos saludos
JP Quiñonero says
Jose Julio, Àngel, Joaquín II,
… Jose Julio,
Que no, que no, que todo ocurrió en la madrileña calle de Alcalá, frente al Círculo de Bellas Artes. Te agradezco un montonazo…
… Àngel,
Nada como algo soporífero para tener siestas agradables, soñando con la redención y un mundo feliz…
… Joaquín II,
No se, no se. En este caso, quizá será la guinda final de algo que pudiera llamarse El taller de la gracia. Gratitudes de las buenas…
Q.-
Ana says
¿como podría obtener su artículo Rosa Chacel y Mercé Rodoreda. La tormenta de estilo, publicada en Informaciones de las Artes y las letras el 29.iv.76? ¿podría indicarme si está digitalizado en alguna bilioteca? gracias por anticipado.. Ana Bande
JP Quiñonero says
Ana,
Ah… qué sorpresa… ¡mi artículo de hace cuarenta años..!
Me encantaría rescatarlo. Debe estar en las bibliotecas donde guarden aquel Informaciones de las Artes y las Letras. Con el cierre de INFORMACIONES, quedan por rescatar ese periódico y aquel suplemento, que animaron Pablo Corbalán y Rafael Conte, que tanto me enseñaron, a quienes tantas cosas debo, siempre.
Rosa envió aquel artículo a Mercè Rodoreda. Intercambiaron algunas cartas, que llevan circulando desde entonces, citadas en relativa frecuencia.
Me encantaría rescatar mi primer artículo… ¡SOS!!!
Q.-
PS. El 2 de mayo, Rosa Chacel, Rodoreda y los genios del lugar.
Ana says
Rescatar ese artículo será mi reto para los próximos días. Delo por hecho, Juan Pedro.
Un abrazo.
JP Quiñonero says
Ana,
Ayayay… te envío un amistoso abrazo de gratitud,
Q.-
Fina says
Oh, Quiño, Quiño!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Me has transmitido esa fe…me has emocionado.
Y pensar que esas intervenciones trascendentes fueron en el 2008…
GRACIAS DE CORAZÓN!!!
JP Quiñonero says
Fina,
Ah … a decir verdad, esos textos, esas intervenciones … Rodoreda también tiene otra virtud: crea una suerte de complicidad entre sus lectores, unidos a través de sus mundos, que terminan siendo los «nuestros»… más o menos…
Bienvenida…
Q.-