Anales de Caina
Enterrados en cal viva, los cadáveres siguen iluminando el rostro de los vivos y otros muertos.
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José Barrionuevo en Vanity Fair:
“[Garzón] Hizo todo lo posible por meter a Felipe (González) en la cárcel” [ .. ] “Al margen de los principios constitucionales”. [ .. ] “El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha declarado por unanimidad que el primer proceso que hizo famoso a Garzón, en el que tengo algo que ver, mostraba una actitud prevaricadora, no debía haber intervenido”. [ .. ]
Casi fue ayer… cuando yo mismo escuché a González en la escalerilla del Elíseo, la noche del primer crimen de los GAL, casi a la misma hora que él cenaba con Mitterrand, donde no pudo evitarse la discusión de tales problemas, indisociables de las relaciones de Estado entre Francia y España y de un oscuro deal entre caballeros:
Roland Le Floch y J. Saurio negociaron personalmente todos los detalles de las contrapartidas inconfesables de unos pactos de familia franco-cainitas que tendrían muchos otros flecos y ramificaciones, dejando a sus respectivas administraciones la gestión del montaje financiero que debía concluir con lo acordado por el reducidísimo círculo de actores que conocían la trama de la farsa trágica en curso de lamentable representación, todavía invisible para el resto de sus contemporáneos.
Detalle capital, los máximos responsables de la seguridad interior del Estado cainita, Julián Barroso y Rodolfo Vara, no podrían continuar practicando la persecución en caliente de asesinos y terroristas con la alarmante impunidad que los había hecho célebres, sugiriendo, ordenando y pagando secuestros, incendios, asesinatos; cubriendo la huida de los criminales con una familiaridad que bien denunciaba las más altas complicidades. Educados ellos mismos, en su juventud, tan lejana, en la lucha clandestina contra un ejército invasor y la dictadura de un general golpista, Roland Le Floch y J. Saurio solo se demoraron unos minutos, al final de una larga sobremesa, en un lujoso reservado de un restaurante de mucha fama, en la parisina plaza de La Madeleine, para zanjar los detalles finales y el calendario preciso de tan embarazosas cuestiones: cuando y como serían neutralizados, sin dilación, los escuadrones y comandos mafiosos de Rodolfo Vara y Julián Barroso, pagados con los fondos de reptiles del Estado. El asesinato de criminales, ajusticiados por las calles, a tiros, a bombazos, secuestrados, despedazados, cuarteados, desaparecidos en cal viva, no eran métodos de recibo entre caballeros presentables en los más selectos salones europeos.
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Cerradas aquellas discretísimas matizaciones, durante una larga sobremesa, en un restaurante célebre, sito en la parisina plaza de La Madeleine, J. Saurio podría garantizar a César Arrigo que serían cumplidos sus deseos en materia policial, siempre que los grupos armados que propagaban el terror de Estado, armados y financiados por sus más directos subordinados, fuesen liquidados imperativamente; ya que las huellas de criminales abatidos a tiros, en los aledaños de las selectas colonias veraniegas de Biarritz, apestaban a carne humana podrida a la intemperie. A cambio, era una evidencia que los grandes negocios de Estado, militares, ferroviarios y audiovisuales, ofrecían infinitas posibilidades de mutuo favor. La personalidad y experiencias de Saurio lo conducían directamente a la dirección de orquesta de una institución de nuevo cuño, una Alta Academia consagrada al diálogo universal de las culturas, cuya sede pudiera ser pronta realidad en una de las alas del nuevo museo del Louvre, renovado. Sin olvidar que la correcta línea filantrópica y el obligado carisma de los novísimos medios audiovisuales de incomunicación cainita necesitaban de comisarios y leales miembros de consejos de administración de su competencia y altura de miras.
Roland Le Floch velaría personalmente por el correcto seguimiento de negocios tan tediosos como la gestión de los asuntos penales que incumbían a su comercio, siempre sometidos a interminables recursos. Su experiencia e íntimo conocimiento de la mecánica procesal le permitiría mover los hilos del teatro de los títeres judiciales, con las mejores garantías de mutua comprensión. En definitiva, él también poseía un reducidísimo círculo de hombres y mujeres de la más absoluta confianza, que seguirían y vigilarían en la sombra, en apoyo mutuo, la ejecución de las cláusulas más delicadas de los protocolos de compraventa de helicópteros y locomotoras de trenes de alta velocidad, de tan primerísima importancia para el entendimiento de dos pueblos soberanos, cobrando en dinero negro las comisiones financieras al uso y costumbre en ese tipo de negocios; con la ventaja, en este caso, de una fidelidad perruna, bien atada a un dogal de espinos y diamantes. [ADAGIO DE OTOÑO. 1. Un deal entre caballeros. Una primavera atroz].
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- “Algunas cosas es mejor que no se sepan nunca”.
- “Si Felipe González hubiese salido en su día diciendo: ‘Yo me responsabilizo de lo que pasó porque soy el presidente del Gobierno’, igual hubiese terminado en la cárcel“.
- Acaba en prisión el ministro que negoció la desaparición de los GAL a cambio del apoyo de Francia contra ETA.
- Anales de Caína en este Infierno.
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