Hôtel-Dieu de Paris, 20 noviembre 2013. Foto JPQ.
Una tragedia que viene de muy lejos…
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Francia es víctima de un ogro filantrópico, el Estado, que comenzó dándole prosperidad, gloria y esplendor, para terminar convirtiéndose en una pesadilla que recorta la prosperidad y alimenta una angustia social creciente, a través de sus “disfunciones”.
Louis XIV, Napoleón y Charles de Gaulle crearon y modernizaron un Estado que François Mitterrand, Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y François Hollande han sido incapaces de adaptar a las nuevas realidades nacionales, europeas y mundiales, alejándose de los proyectos reformistas de Georges Pompidou y Valery Giscard d’Estaing.
Elegido presidente el mes de mayo de 2012, François Hollande se inscribe en la gran tradición reciente del inmovilismo de Estado, maquillado con arcaísmos retóricos como el “tratamiento social del paro” (subvencionar empleos temporales e improductivos), puesto en escena con una gesticulación burocrática en la que nadie cree (anunciando ocho “planes” contra el paro en tres años).
Giscard fue uno de los creadores del Sistema Monetario Europeo (SME, el origen último de la zona euro actual). Pero Mitterrand, Chirac y Sarkozy fueron incapaces de cumplir ninguna de las promesas de Estado negociadas entre los vecinos y aliados para “consolidar” la moneda europea. Peor, Hollande ha aplazado indefinidamente las promesas siempre incumplidas y ya realizadas por Alemania, Reino Unidos, Italia y España, donde los gobiernos de turno han reformado en distinta medida un Estado que en Francia sigue siendo un “ogro filantrótico”, la definición canónica de Octavio Paz para denunciar las “disfunciones perversas” del Estado providencia moderno.
Ogro filantrópico que funciona en Francia con rara y eficaz perversidad, agravada durante la presidencia Hollande: el crecimiento de la fiscalidad coincide con la agravación del paro; el incremento de la deuda coincide con el incremento de los recursos fiscales estatales ; la burocratización estatal de las grandes decisiones económicas nacionales coincide con la deslegitimación de un modelo político que representa mal o muy mal a un tercio del electorado nacional…
En en el terreno cultural, Marc Fumaroli denunció en su día la conversión de la “cultura” en mera propaganda de Estado, durante el primer septenio presidencial de Mitterrand. En el terreno económico, Jean-Marc Daniel ha contado como presidentes, gobiernos y burocracia administrativa de izquierda y derecha llevan cuarenta años (desde la llegada al poder de Mitterrand, en 1981) mintiendo, engañando o intentando engañar a una opinión pública víctima de los sucesivos representantes de un Estado en crisis, comentando: “Francia no cumple desde 1978 ninguno de sus compromisos europeos, firma tratados que no cumple, adopta proyectos europeos sin aceptar su disciplina. Las relaciones con los aliados se deterioran, disminuye la credibilidad internacional”.
Algunos historiadores, piensan que, en verdad, Francia vive una crisis muy semejante a la gran crisis nacional de los años 30 del siglo XX, que Pascal Ory describe de este modo: “Lo que hoy vivimos es algo más fundamental que la crisis nacional de 1930: la expresión de una cultura muy francesa de deslegitimación de las instituciones. Las grandes tradiciones de izquierda y derecha están en crisis; los sindicatos y los partidos son poco representativos. La atomización de la representación política y sindical crea una inestabilidad de fondo, agravada por el multiculturalismo, el populismo y la extrema derecha. A partir de ahí se crea una sensación de disolución de la identidad, utilizada electoralmente por el Frente Nacional de la familia Le Pen”.
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