¿Por qué castellanos, andaluces, extremeños, murcianos, etc., no pueden, no desean o no quieren comprender que un número significativo de vascos, catalanes, gallegos y gibraltareños solo quieren saber poco o nada de España?
¿Puede existir una comunidad “nacional” si sus miembros -o presuntamente tales- no comparten un mínimo de principios comunes, de carácter espiritual y cultural?
De hecho, ¿puede existir un “pueblo” cuyos miembros tengan visiones antagónicas y fratricidas sobre la misma historia común?
¿Existe una realidad histórica absoluta, presenta, pasada y venidera, cuya veracidad indiscutible pueda ser aceptada por todos los miembros de un tejido social a geometría variable?
¿Cómo influyen en la vida moral de los ciudadanos la demagogia política, la manipulación publicitaria de la historia, el Terror indiscriminado, la violencia callejera, el asesinato de inocentes y la propagación audiovisual del odio?
Siendo lo que son los modelos electorales, quizá no haya respuesta puramente política a tales preguntas: cada una de las partes está interesada en instrumentalizar el odio con fines “comerciales”; la victoria temporal de una facción solo incrementa las tentaciones fratricidas de la facción adversa; y la guerra audiovisual permanente solo aventa nuevas semillas desalmadas, sembrando cada día nuevas razones para odiar al vecino.
Quizá solo un imaginario “diálogo cultural” pudiera avanzar razones para intentar salir del pozo de hiel donde la historia nos hunde cada día más hondo. Pero todos los resortes de las industrias del ramo están consagrados a privar a los ciudadanos de tales mecanismos de comprensión.
No sé si la cultura pudiera salvarnos tal abismo de odio e incomprensión. Pero es una evidencia que el matonismo navajero, la basura audiovisual, los cementerios profanados, la cicuta ideológica y la sangre corriendo por las calles han sembrado los pueblos con adefesios y ataúdes.
De hecho, me digo, los medios de incomunicación de masas solo hablan de “política”: que es la manera más eficaz de prolongar indefinidamente una guerra civil sin principio ni fin. Hacia el siglo XI, la etimología de la palabra “español” ya planteaba el problema es su raíz última. Para Gracián, ya se trataba de una vieja historia fratricida, que el morisco de Cervantes ilustra en una de sus versiones “nacionales” mejor conocidas y Goya nos hace visible en su versión más trágica: Saturno devorando a sus hijos.
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