Irak, 30 enero 2005
The Economist
¿Es posible concebir, exportar e imponer la democracia a través de un cuerpo de ejército?
¿Cuántos muertos costaron el golpe de Estado leninista, la Larga marcha maoísta, las incontables sublevaciones, pronunciamientos y golpes militares en África o América?
¿Cuántos siglos de guerras civiles, guerras de liberación y guerras coloniales costó la unificación cultural de Europa, donde todavía existes minorías dispuestas a defender sus ideas a través del terrorismo y el derramamiento de sangre de víctimas inocentes?
¿Es posible la paz civil en sociedades víctimas durante siglos de sucesivas tiranías religiosas, políticas, coloniales, militares, donde la “unidad nacional” solo ha sido una ficción impuesta por la violencia del terror militar, sin que las distintas familias étnicas, culturales, religiosas, trivales y políticas tengan ninguna experiencia común de la libertad y el trato con vagas formas de vida democrática?
En Irak, la mayoría chií sueña con la conquista del poder a través del voto popular, con la esperanza de construir un Estado islámico; la minoría suní no se resigna o se resiste -incluso a través de la práctica del terror criminal de muchas de sus facciones armadas- a la pérdida de un poder ejercido durante mucho tiempo; la minoría kurda aspira a una “autonomía” que sirva de embrión para crear un futuro Estado independiente; las minorías políticamente “insignificantes” (cristianas, etc.) solo pueden aspirar a intentar escapar de muy distintas tiranías.
No es evidente que todas esas facciones estén dispuestas a aceptar la sentencia de un voto popular ejercido bajo la presión del terror indiscriminado. Y las condiciones mismas de tal derecho precipitarán problemas políticos de nuevo cuño: la representación del voto proporcional de 84 partidos (disputándose 275 escaños “nacionales) y la representación -igualmente proporcional- en las asambleas provinciales o regionales creará equilibrios de poder previsiblemente “inestables”.
La diaria matanza de inocentes y la presencia de un ejército de ocupación extranjero alimentan negros nubarrones de sangre contaminada, sembrando con odio las conciencias.
En Caína, tales nubes tóxicas se enriquecen con la retórica parda de sapos, culebrones, enanitos ignorantes, vendiendo sopas de sobre envenenadas, para mejor traficar con la basura contaminada que cada facción tira al rostro de la facción adversa acusándola de “corrección” política.
Deja una respuesta