En attendant Godot / Esperando a Godot, Festival de Avignon, 1978. Rufus (Estragon) et Georges Wilson (Vladimir). Photo Gallica
¿Puede algún espectáculo teatral de nuestro tiempo competir con la “puesta en escena” audiovisual de la retransmisión de una final de fútbol, la cobertura informativa del bombardeo de una ciudad (Bagdad) o el ataque suicida contra una metrópolis (Nueva York)..?
Cuando hablamos, de tanto en tanto, Nacho* me reconviene amistosamente por no escribirle de teatro. Y yo me disculpo como puedo, pretextando que el teatro, en París, ¿en Europa? ¿en los EE.UU.?, “ya no es lo que era”.
Mentira piadosa que tiene muchos otros rostros. Acaba de reeditarse la monumental historia de Philippe Chauveau Les Théâtres parisiens disparus: 1402-1986 (Editions de L’Amendier). Entre las decenas o centenas de difuntos teatros parisinos, hay algunos de los que incluso yo tuve noticia, como el Babylone (38, bulevar Raspail, frente a mi dentista), donde Jean-Marie Serreau montó algunos monumentos de lo que en su época se llamó el “teatro del absurdo”, Beckett, Ionesco, etc. Cuando murió Beckett, escribí una necrológica de urgencia, comparándolo con los profetas del Antiguo testamento. Otros lo comparan con Shakespeare. Cuando Ionesco estuvo en el Ateneo madrileño, una multitud tomó aquel edificio, para escuchar una denuncia implacable contra los Estados totalitarios.
¿Qué queda de todo eso? No lo sé. Buena parte de los teatros viven hoy del dinero público. Y en los comerciales abunda la basura. De alguna manera, El Público de Lorca anunciaba algo parecido a la “muerte” del teatro, ocupada la escena por algo que no sé si llamar la “acción poética” (valga el eufemismo). Por momentos, lo que vino después algo tiene de ceremonia fúnebre: Godot no llega y unas sillas vacías se despiden de un ataúd donde yace un difunto cuyo nombre hemos olvidado.
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