Felices vacaciones, 1

C* nos recibe en lágrimas: N* abandona el hogar, mucho menos atractivo, para él, que sus negocios, su vida nocturna, sus vicios.

En el pueblo –de adopción, en nuestro caso- las cosas cambian con la versatilidad sonámbula del corazón humano. La iglesia estaba cerrada y sin feligreses ¿desde cuando? Ha desaparecido la única panadería: el panadero ha vendido a una constructora la casa de sus padres.

Los árboles del parque Joan Maragall han sido talados para construir un parking. En el casco antiguo, la mercería cerró la primavera pasada, y el mercado solo abre los miércoles. En el antiguo hotel donde descendía Verdaguer las camas se alquilan a la semana y el bar sirve comidas a los obreros de la construcción, americanos, andaluces, extremeños. Riera arriba, las bandas de adolescentes alemanes deambulan sin rumbo.

En el paseo de la playa, ha desaparecido con la última reforma la diminuta placa que recordó ¿cuándo fue? la casa donde Maragall escribió sus poemas de Viernes santo y las primeras páginas de su Nausicaa.

En el coche, rumbo a un supermercado donde comprar pan, agua y cava, una radio comarcal emite música popular andaluza. Y un señor ataca una suerte de cantes festeros gaditanos (de Badalona) diciendo que él se casó con una catalana y su corazón tiene hoy dos naciones y dos banderas.

En el polvoriento descampado que anuncia la autopista, dos prostitutas muy jóvenes ofrecen sus servicios a la turba automovilística

Cae la noche. Desde la autopista, las luces fluorescentes de Mataró Parc impiden ver las estrellas del horizonte.

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