Felices vacaciones, 6
La noche cae con deliciosa lentitud, y, desde los altos de Sant Vicenç de Llaveneres, contemplamos el prodigioso paisaje, del Turó des Encantats al puerto Balís. Las primeras estrellas dan a la oscuridad reflejos diamantinos. La infame turba infantil se impacienta. Pero la fiesta no puede comenzar: esperamos a Toni, el novio de la abuela de la casa.
Toni llega cuarenta minutos más tarde, en moto. No tiene permiso de conducir, ni su moto está asegurada. Pero es feliz: “Yo no quiero problemas, mira lo que ocurre en el Prat”. Y yo asiento, convencido.
La anfitriona termina por servirnos un enésimo aperitivo de diminutos pececillos fritos, de un tamaño irrisorio, deliciosos. Bernadette, que trabaja en el ministerio francés del interior y pasa unos días en casa, me mira horrorizada: “¡Estamos comiendo pescado de un tamaño que no respeta las normas comunitarias!”.
A lo lejos, una miríada de luces de invisibles embarcaciones de pesca nocturna dan al horizonte los tonos de un manto de terciopelo negro, cubierto de diminutas joyas preciosas.
Velada deliciosa. Bernadette y Alain vuelven mañana a París, pero su hijo se queda con nosotros. F*, soltero, se marcha a Denia, con L*, ¿divorciada? ¿separada?, que tiene dos hijos, que ha conseguido encajar, nos dice, en casa de sus padres, que tienen un ático y hacen de canguros. E*, la más joven de la velada, busca un casco e intercambia con Toni –que pudiera ser su padre, ya maduro- direcciones nocturnas. M* no quiere venir a tomar una última copa en Caldetes: cuando ella era niña, sus padres eran propietarios de una torre en el paseo del Mar; su puesta de largo la celebró en el Colón; su familia se arruinó, tras vender la torre para hacer apartamentos; su marido se gastó en vicios los últimos restos de la fortuna y murió del Sida; uno de sus novios se fugó con el viejo Mercedes que fue el último símbolo de un pasado glorioso. Al despedirnos, mirando al mar, al fondo del jardín, velado su rostro por la más luminosa oscuridad, M* nos abraza a Carmen y a mí, los ojos humedecidos y el maquillaje corrido: “Como recuerdo el día que vosotros llegasteis a Caldetes. Que envidia me dais”.
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