La historia, las relaciones trasatlánticas propias, la implantación del español en cinco continentes, la proyección internacional de las artes y la cultura, el dinamismo empresarial y económico, permitirían imaginar, incluso aconsejar, la participación de España en los conciliábulos internacionales del G8.
Sin embargo, hay otras poderosas razones que marginan a España en la escena internacional.
La palabra de empresarios, artistas, creadores españoles, inspira confianza, que tiene raíces muy sólidas: se respeta a quienes son capaces de competir en la escena internacional, conquistando posiciones con admirado esfuerzo.
La palabra gubernamental, por el contrario, inspira una desconfianza palmaria en todos los terrenos sensibles de la vida internacional.
En el terreno de las relaciones estratégicas, no siempre es visible el esfuerzo nacional en materia de seguridad y defensa. Son evidentes las reticencias. Un Estado cuya palabra cambia o se evapora al ritmo de la formación de mayorías parlamentarias, a geometría variable, es un aliado diplomático y militar poco fiable.
En el terreno de la emergencia de un nuevo mundo multipolar, un Estado cuyo gobierno debe aliarse, para poder gobernar, con grupúsculos hostiles al propio Estado, inspira una confianza muy limitada, recordando a todo instante unas hipotecas ideológicas muy gravosas: el gobierno español parece indiferente a los derechos humanos en Cuba, Venezuela, Chechenia; la diplomacia nacional es poco sensible a los intereses económicos nacionales en EE.UU. y el Cono sur; el primer ministro español no tiene amigos ni aliados influyentes ni en Europa ni las Américas; las alianzas apresuradas (Madrid-Ankara) o contra natura (Madrid-Caracas) alejan a España de sus aliados naturales; las teorías visionarias (Alianza de civilizaciones) tienen unos rasgos infantiles, impropios de un actor creíble en la escena internacional.
El sonambulismo diplomático gubernamental también tiene un costo económico y social: ese aislamiento voluntario hace muy visibles las hipotecas de una economía de la incultura y la especulación inmobiliaria.
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