El Centro Georges Pompidou consagra a Julio González (1876 – 1942) una gran retrospectiva con más de doscientas cincuenta obras, que permiten seguir, desde sus orígenes, las sucesivas evoluciones de uno de los patriarcas fundadores de la escultura contemporánea, en hierro, desde sus primeros trabajos de joyería y artesanía hasta sus obras monumentales, desde su formación clásica hasta la desaparición de las formas tradicionales, rastro capital de todas las convulsiones del gran arte del siglo XX.
Gracias a la generosidad de Roberta González, la hija del maestro, y de sus ejecutoras testamentarias, Carmen Martínez y Vivianne Grimminger, el Centro Pompiou tiene, con el Ivam valenciano, una de las más hermosas colecciones de Julio González. Hace apenas cuatro años que el Estado francés compró y declaró tesoro nacional una Cabeza, en profundidad, que es una de las joyas de esta retrospectiva.
Julio Gonzalez en su estudio 1936 37 Col. Ivam
Brigitte Leal, comisaria, ha dividido la exposición en seis grandes “trayectos”:
1. Joyería y arte decorativo del primer Julio González, orfebre y artesano del hierro forjado, a caballo entre su Barcelona natal y Paris, la ciudad donde transcurrió toda su vida, hasta su muerte, en Arcueuil, en 1942.
2. Pinturas, dibujos, esculturas de su primera época, a caballo entre las tradiciones del fin de siglo y el Noucentisme catalán.
3. La gran transición de los años veinte, cuando su diálogo personal con Pablo Gargallo (el otro gran patriarca español de la escultura en hierro) y Pablo Picasso lo abre a nuevos rumbos artísticos.
4. Las obras de los años veinte y treinta, a caballo entre las tradiciones cubistas y la desaparición en ciernes de la figura humana.
5. Las grandes esculturas monumentales de los años treinta.
Y 6. La obra última, donde se confunden el monumentalismo, la nostalgia de la patria y el tormento de la historia inmediata.
A través de ese largo viaje, esta retrospectiva no solo ofrece una visión global de las metamorfosis de la obra de un maestro muy mayor: esas metamorfosis de una obra personal se confunden con las metamorfosis del arte contemporáneo.
El primer González y Pablo Gargallo introdujeron a Picasso a la escultura en hierro forjado. Y ese diálogo a tres iluminó buena parte de la escultura que vendría. Baltasar Lobo y Chillida, entre tantos otros, fueron los herederos casi inmediatos. Gargallo preservó hasta el fin un diálogo íntimo con la figura humana, rechazando el nihilismo insondable de su desaparición fáustica. Picasso se abandonó a todas las tentaciones. González comenzó a explorar los atormentados territorios de su abstracción, sin abandonar jamás la nostalgia de la patria artística y terrenal, como bien ilustran sus variaciones sobre Montserrat.
Dibujante, artesano, maestro del hierro forjado, González encarna por sí solo todos los orígenes, metamorfosis y angustiosa incertidumbre de la escultura de la primera mitad del siglo XX: sus ángeles casi invisibles hablan del tormento del espíritu en busca de formas que den un sentido perdido a la vida del hombre moderno.
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