A la espera que Nicolas Sarkozy se deje arrastrar hasta la barrera de la legendaria plaza de toros de Ronda, Le Monde estima que “ha estallado la guerra de la tauromaquia, en Francia”.
Hay una escuela taurina francesa. Y la mejor historia de la tauromaquia, hoy, al alcance del gran público, quizá esté escrita en francés. (No olvido famosos textos canónicos). Le Monde no entra en tales sutilezas, limitándose a publicar, con probidad y respeto, las opiniones de partidarios y adversarios de la corrida. Me llama la atención la defensa del arte taurino que hace alcalde comunista de Arles, en nombre de “la gestión ecológica del medio ambiente”.
Supongo que pocos recordarán que uno de los más grandes libros de estética jamás escritos en castellano es un ensayo sobre el arte taurino, El arte de birlibirloque, de don José Bergamín.
- Le Monde, 5 septiembre 2007. La bataille des arènes a commencé. La corrida n’intéresse plus que 27% des Espagnols.
La Tauromachie. Histoire et Dictionnaire es un libro monumental dirigido por Robert Bérard, con la participación de eminentes historiadores, críticos, escritores, aficionados, y literatos de diversa laya. A destacar la Histoire de la tauromachie de Bartolomé Bennassar, hispanista emérito.
EM Parrilla says
A Rafael de Paula
Q,
«Todo artista (el poeta, el pintor, el músico…también el torero) procura que su obra llegue al mundo de la mejor manera, intenta proporcionarle un adecuado cauce a través del cual pueda surgir y revelársenos en toda su hermosura. Es este un proceso delicadísimo y muy complejo en el que el artista (cualquier artista, no sólo el torero, en contra de lo que se cree) se juega la vida, pues el arte no perdona y sucede siempre en un lugar extremo y lleno de riesgos. Es evidente que el torero pone en juego su vida de manera literal en su afanoso deseo de cuajar la faena soñada, pero no es menos cierto que todo creador auténtico también se juega en la creación de sus obras su ser o no ser de artista, es decir su propio y más íntimo existir (y no sólo simbólicamente)».
Eloy Sánchez Rosillo
PS: Mestre Joan…..muy pronto…en Sevilla
JP Quiñonero says
EM,
DE DON JOSÉ BERGAMÍN:
El toreo es un puro juego inteligible, en el que peligra la vida del jugador; este peligro desinteresado afirma, al entenderlo, que de su verificación estética se deduce, como de toda afirmación estética, una consecuencia moral o inmoral: la del heroísmo; el heroísmo puro, sin utilidad; el toreo es un juego de heroísmo o un heroísmo de juego: heroísmo absoluto.
[ .. ]
En todo arte bello hay siempre la evidencia viva de un milagro. El milagro cumple una ley divina, con rapidez, con ligereza: por arte de birlibirloque.
[ .. ]
En el arte de birlibirloque de torear, todo lo que no es suerte es trampa.
Q.-
PS. NO conocía ese texto de ESR, gran poeta.
EM Parrilla says
Desde Castilleja de la Cuesta, Sevilla……….
Querido Q,
A Enrique Andrés Ruiz
«Del Milagro Español…………»
«Se dice con frecuencia que el toreo es en esencia la lucha de la inteligencia contra la fuerza bruta. A mi entender, nada más lejos de la realidad. El auténtico toreo no tiene nada que ver con una lucha, y menos aún con un fútil contender de la inteligencia sin más contra la fuerza bruta monda y lironda. Una pugna de esas características se daba en el combate entre el gladiador y la fiera de los circos romanos, y se produce también en la simple lidia de un toro. Pero en el toreo más hondo y verdadero lo que sucede es una transfiguración, un hecho que pasa de un estado intrascendente de la realidad a otro más intenso, más alto y por completo lleno de inusitada luz. Ese estado genuino y puro de lo real es el espacio del milagro, del milagro ineludible sin el que no puede haber ninguna forma de arte. El auténtico toreo, pues, es un asunto del espíritu, como Juan Belmonte decía. No se torea con los brazos, con las piernas o con la mente: se torea con todo el ser, afinado en ese trance hasta su ápice por el espíritu y por él gobernado. Y no se produce allí ninguna lucha; hay encuentro y colaboración de un hombre habitado por la fuerza y la gracia del espíritu con un toro lleno de instinto y de conocimiento (de conocimiento no de hombre, claro está, sino de toro, de toro bravo y noble, que es precisamnete lo que en esos momentos se requiere). Y tal prodigioso encuentro, pleno de emoción, de recogimiento y de intimidad, no se produce en soledad, como es habitual en el trabajo del artista; por el contrario, ocure increíblemente ante los ojos de miles de personas. El torero y el toro, transfigurados, crean a la vista de todos, en el corazón de la luz, una fugacísima eternidad, una certeza palpitante que en seguida se desvanece, dejando todavía unos momentos en el aire de la tarde una rara vibración, una delicadísima fragancia».
E S Rosillo
PS: Q, yo tampoco conocía este texto de Rosillo…hasta esta tarde…no te pierdas el último número de la Revista Clarín
JP Quiñonero says
EM,
Tomo nota…
¿Clarín? No me la envían… Nobody’s perfect,
Q.-
EM Parrilla says
Q,
Entra en youtube…Café con libros….
……….Venecia musical
……….Pelayo Ortega
……….Ramón Gaya
……….Borges
José Luis Garcia Martín es el director de Clarín
Un abrazo,
EM
JP Quiñonero says
EM,
Tomo buena(s) nota(s)…
Q.-
Ramón Machón says
Voy a abusar de este espacio que nos ofreces, Juan Pedro. Pero el poema es largo, y no me decidía a recortarlo, y como mis aportaciones son escasas y parcas en palabras, pues eso… El título es un verso de Vicente Aleixandre, en Misterio de la muerte del toro (Diálogos del conocimiento).
LA DESTRUCCIÓN O AMOR EN LAS NEGRAS ARENAS
El toro: ¡Atroz sentencia!
Ayer el aire, el sol; hoy, el verdugo…
¿Qué peor que este martirio?
El buey: La impotencia.
El toro: ¿Y qué más negro que la muerte?
El buey: ¡El yugo!
(Rubén Darío. Gesta del coso)
El toro sueña: extensiones de hierba y azules
abiertos, aires rasgados donde habita el ojo
entreabierto en la serena escarcha que se funde
hacia un rocío perfumado de arenas frías.
El toro sueña un destino, reconoce músicas
redondas en la nefasta hora del sol nítido.
El hondo amor existe secreto en la embestida
libre en la amplitud sin memoria en el beso o trance
de la herida que el amor comunica. Existe.
El toro en su roja verdad de tierra respira
polvo de eras remotas. Busca el laberinto
sin entrada y sin centro donde mitigar su sed
de antiguas aguas que reflejaron lunas primeras.
La encina calla en su miedo centenario: clava
las raíces ciegas en su propia sombra muda.
La encina está en el sueño inmemorial del toro
como piedra en silencio que no espera una mano.
La bestia es también cuerpo suave, un cúmulo
abultando sangre cada vez más ofrecida:
se marca el odio en forma de músculo legítimo,
en forma de futura querencia, fiebre que brilla
en la mirada rota que implora ya una muerte.
El toro todavía sueña: poder helado
entre sus cuernos no implorantes, poder bruñido
en las hectáreas irreductibles de la soledad,
en la herencia redentora del bisonte hundido,
en la madre o cielo donde el llanto habita.
Y he aquí el hombre con su rostro presente:
la voluntad, que conoce el sabor de los labios
de la muerte, la que jamás tiembla y no germina
porque le basta haber nacido de una vez, por todas.
El hombre sabe de barcos que desean llegar
a un fondo de arenas finas, desean que el mar
inunde súbito sus entrañas con las aguas
del beso azulmente profundo, negro, pujante.
El hombre conoce de memoria cada nombre
del toro, todos sus altos silencios de bestia,
los bramidos desnudos que en el cielo se entierran
para surgir en sola flor de miedo y astillas.
El hombre ensaya su danza o vida sin regreso:
puños apretados son la mirada del toro
encarado a un sueño que hiere y huye, hiere
y esquiva la avalancha bruta de mil sangres
mutuas, sangres desdobladamente resentidas.
Así. No más que amor que se bate; desencuentro
en la figura del hombre que desea heridas.
Es más. El metal. El frío estoque: reverencia
del buitre inmenso en el tendido de sombra.
Toro y hombre cumplen, se acarician, cada uno
en su aire o compromiso de muerte burlada.
Los dioses legislan desnudos tras la barrera:
abren espacio al rito, saben que las arenas
entienden de sangre generosa, revelada
sangre que fuera del ruedo pierde su sentido:
En la otra vida, allá en las calles asfaltadas,
donde nuestra mentira redacta sus memorias,
donde gobierna un orden de atascadas arterias,
donde el crimen es siempre perfecto, siempre daga
rigurosamente cierta, limpia y registrada,
allí no existe sacrificio, ofrenda, magia,
ni inmolación a plena luz de las sombras bravas.
El toro nunca estuvo en la ciudad del gusano.
No conoce los civilizados mataderos
donde el asta es de bandera y la espada gira
sin piedad segando espigas como manos, manos
como gritos a cinco voces, gritos de dique:
odres ocultos donde se pudren las miradas.
Toro y hombre. Testuz mirante: amor abierto.
Atavismo de la muerte innata que ya besa,
ya se hinca, ya traza su círculo menguante.
Toda la dureza se aprieta en las yugulares
remedando cachorros de dragones, delfines
tibios que se hacen impaciencia en las pezuñas.
Pues no hay en esta región esperanza alguna
de eternidad, arremete el instante detenido,
en seco, como planeta mirándose el hombro.
El hombre presiente un pecho abierto en el suyo:
se tienta y entiende sus luces, se da la vuelta
mostrándole la espalda al mundo amenazante.
Siente en la nuca un aliento vertical. Pureza:
sueño de aguas vertidas en un sueño de aguas
vertidas y esperando una llamada. Desborde
que de raíz remueve columnas, centros, vidas.
El hombre es en este lance más desafío,
más ofrecido a lo que descolla, llega, entra,
se declara, se define, funda ritmo, arde
para ser carne nunca arrepentida, para ser
finito pero sagrado, quimera del amor
que como bicho reta, mata, deviene y sufre.
En la ciudad, de tanto no saber, entrecierran
las palabras, escupen con la mayor dignidad
y ausencia, respiran metros cúbicos, padecen
de oscuras migrañas sin aurora y sin consuelo.
La humanidad descansa, no sueña, crucifica
para tener algo que colgar sobre la cama.
Queman con cigarrillos las plantas de los pies
de niños arrojados por las ventanas, niños
que caen del quinto piso del vientre de sus madres
y revientan sobre el asfalto blanco de calles
trazadas por los urbanistas predicadores
de una nueva vida sin el hombre, sin el toro,
sin excesivos gestos gratuitos, sin arenas
más allá de las felices playas donde el beso
se ofrece con pensión completa, aliento fresco,
puñalada trapera que no interrumpe el amor
de vacaciones, la seca muerte siempre enferma.
El toro sueña. La humanidad descansa, tiende
sus cuerpos insulsos al sol inerte de la ciencia.
JP Quiñonero says
Ramón,
Te agradezco un montón que cites con tanto tino al maestro Aleixandre. Por muchas razones…
Primero, porque si: Aleixandre siempre nos enseña algo.
Luego… cuando escribí las primeras líneas, temía, en verdad, alguna cornada anti taurina. Y advierto, encantado, que no estoy tan solo como creía. Lo que me reconforta, claro. ¡Hablar de todo esto desde Praga y París..! La locura humana tiene infinitas manifestaciones.
Saludos,
Q.-
Ramón Machón says
Nada de cornadas antitaurinas. Si tú temías estar solo en París… imagínate en Praga, donde el pseudoecologismo demagógico ha arraigado con fuerza. ¡Malditos simplificadores!
JP Quiñonero says
Ramón,
La verdad es que en París ¡hasta hay crítica de toros en algún periódico influyente..!
Q.-