Madrid, Villa y Corte, 3
Mientras tomo café intentando ordenar un rosario de citas, comidas, visitas, compromisos, etc., recuerdo que Madrid no es una ciudad, si no muchas: y enfrentadas, con frecuencia.
Todavía existen pequeñas plazas recoletas, donde vives la ilusión del caminante que espera escapar a la horda motorizada, bien audible a la vuelta de la esquina.
Las incontables barriadas que comienzan más allá de donde antes ya terminaba el Madrid suburbial (hace apenas veinte o treinta años), están unidas a través de una maraña de comunicaciones, autopistas, que convierten la ciudad en algo próximo a México df. o Los Ángeles, muy alejado de las viejas ciudades castellanas, italianas, francesas o alemanas de hace apenas medio siglo, cuando la vida urbana todavía (¿?) estaba regida por las campanas de una iglesia.
Abro al azar una antología de poetas de los últimos veinte años, que ayer me regaló M*, y en un poema de Almudena Guzmán encuentro la pista de los seres humanos errantes en el desierto del supermercado madrileño, iluminados sus caminos artificiales con caligrafía publicitaria, fluorescente:
.. me perdí en el laberinto de Knossos
de los detergentes
sin más ariadna que mi carrito;
un teseo que andaba por allí,
y que no soltaba hebra,
me aventuró con el dedo la remota salida
pero no la encontré…
Joaquin says
El mayor shock que he padecido en Madrid es que los churros los sirven fríos en los cafés. En Sevilla llamamos a los churros «calentitos», por motivos evidentes.
JP Quiñonero says
Joaquín,
Me temo que hay choques más duros…
Q.-