Madrid, Villa y Corte, 5
Xavier Valls, Quai aux fleurs et Notre Dame, 1991-92 o/t. 92×73. Claude Bernard.
Cuando camino feliz por la ciudad, manos invisibles y bien reales dirigen mis pasos por otras ciudades invisibles, que están en esta, sin que ella lo sepa, víctima de su sonambulismo monstruoso y saturnal.
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Cuando ya tenía otros proyectos y compromisos, EM me advirtió que no debía olvidar las acuarelas últimas de Xavier Valls. La equivocación de un taxista me permitió recordar la melancólica evidencia de la proliferación de cosas desalmadas, en las estanterías donde en otro tiempo se encontraba la luminosa Ciudad agustiniana, al filo de acual Joaquín me recuerda una máxima esencial: “El aire de la ciudad nos hace libres”. Cita que yo le comento con irónico sarcasmo, recordando el aire envenenado por la polución, olvidando lo esencial: esa ciudad aérea también habla de la arquitectura espiritual de nuestra casa y patria amenazadas… concepto juanramoniano avanzado por vez primera en la Colina de los Chopos, tan próxima a una de las grandes utopías urbanísticas de Madrid, la colonia de El Viso. Le debo a Nuria de Castro una fotografía del Juan Ramón de esos años, hacia 1916.
Todos los caminos se cruzan e iluminan. No lejos de esa Colina (en la otra orilla de Serrano), hubo en otro tiempo un club de jazz en el que tocaba Tete Montoliú, que no está tan lejos del Charlie Parker que evoca Luis atacando Autum in New Yok. Aunque el club de jazz que él evoca estaba en muy otro Madrid, hacia la esquina Cartagena / Avda. de América, a dos pasos del antro nocturno donde comenzaron Tip y Coll su gloriosa carrera.
Elementos del puzzle de una ciudad perdida y bastante ideal, como las acuarelas últimas de Xavier Valls que termino por admirar en Juan Gris (Villanueva / Claudio Coello). Valls fue un heredero de la magna tradición noucentiste catalana [Xavier Valls, in memoriam], olvidado durante muchas décadas en su patria catalana, rescatado en París por un gran marchante judío (Claude Bernard), triunfante en Madrid, finalmente, de la mano de un marchante castellano (Miguel Fernández Braso). El mundo de Valls es el mundo feliz e ideal del Josep Carner de Els fruits saborosos, donde el aire de la ciudad nos hará libres, en efecto. Proyecto bien histórico y material, que en Madrid tuvo grandes protagonistas. Me asaltan nombres indisociables de esos otros madriles, apenas visibles en el horizonte utópico de la ciudad: Salamanca, Arturo Soria, Ciudad Lineal, la Colina de los Chopos, Barrio de Maravillas, Rosa Chacel, Juan Ramón, Olivar de Chamartín, El Viso, Rafael Bergamín, Luis Felipe Vivanco, etc… Madrileños desterrados en Madrid ─los más de entre ellos─, que no siempre recuerda las ciudades invisibles que son su más gloriosa arquitectura.
Luis Rivera says
Hermosísima metafora la de las «ciudades invisibles» que es ciertamente real, como los Castillos en el Aire. Desde que llegué a Madrid y ella entró habitándome, como lo había hecho antes Barcelona, y mostrando juntas en mi su enorme capacidad de convivencia, no he hecho sino perseguir las sombras por las esquinas, ese constante «aquí… tal» o aquí cual» que son los pilares de la sabiduría de esta ciudad, y que ahora con tu permiso me apropio para derivarlo en mi Madrid Invisible que empieza en la esquina de Mayor donde tres sicarios mataron a Escobedo y donde dicen con falsedad que el rey Felipe espió el aprisionamiento de la Éboli.
Voy a seguir con este texto mi entrada de hoy ya que estas ráfagas me deslumbran. Que difícil es eso tan fácil de escribir bien, Q.
Joaquin says
El aire de la ciudad nos hace libres, he visto por ahí que era el lema de la Liga Hanseática. EFrase que encierra un fondo de verdad. Las ciudades son focos de miserias, soledades, violencias, enfermedades mentales… pero también son la expresión de la humanidad sobrepuesta a la naturaleza. Tenemos idealizado el campo.
Saludos.
Luis Rivera says
La vida en el campo, Joaquín, puede ser epicurea. En la ciudad, puestos a practicar la virtud, mejor el estoicismo.
Joaquin says
Luís… entre epicureos y estóicos… El verdadero dilema. Pero Luís, ¿queda ya «campo»? Cuando de muchacho iba a la sierra de excursión, me crispaba el ruído de las amotillos yendo y viniendo por las veredas de cabras. Hoy los 4×4, los móviles, las placas solares…
Luis Rivera says
Algunos moteros tengo por el bosque, pero al ser «protegido» la verdad es que son pocos. Yo, poco a poco me he ido adhiriendo al epicureismo y eso se lo debo a vicir aquí, retirado de la ciudad, la grande, claro, a la que voy muy poco o casi nada.