La Gran Vía, Antonio López. Madrid, desde Torres Blancas, por el mismo AL.
Madrid, Villa y Corte, y 11
Madrid, ¡qué cosa tan monstruosa..!, me digo, cuando cierro los ojos, ya en el avión, y evoco el espectáculo de una metrópolis cuyo crecimiento saturnal solo se me antoja comparable al de Berlín.
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Hay en la vieja Europa otras grandes ciudades, Roma, Londres, París (sin olvidar Hamburgo o Barcelona, etc.) pero se me antoja que solo Berlín y Madrid han sido tan indiferentes y crueles con la suerte de sus moradores, que se han vengado de ellas con visiones endemoniadas de la ciudad Infierno. Dickens y Balzac han dejado inmensos frescos de Londres y París: pero ambas ciudades se comportan, en el peor de los casos, como gloriosas rameras, cantadas con amor lúbrico, a la manera de los elegíacos romanos.
Madrid ha tenido grandísimos retratistas, Lope, Tirso, Quintana, López de Hoyos, Mesonero, Fernández de los Ríos, Galdós, Azorín, Baroja, Ramón Gómez de la Serna, Cela, Juan Benet, Ferlosio, Juan Eduardo Zúñiga, entre tantos otros, por citar solo a escritores, sin olvidar la sublime majeza goyesca, etc. Y hay muchas páginas memorables de su historia contemporánea, sin remontarnos a la heroicas jornadas del 2 y el 3 de mayo de 1808. Que se yo… El Madrid de la Junta de Ampliación de Estudios, el Madrid de Baroja, el Madrid del paseo del Prado, el Madrid de la Gran Vía, incluso el Madrid del cuplé. Sin embargo, la metamorfosis del minúsculo Madrid de finales del XIX, que era el Madrid de Galdós, en una gran metrópoli mestiza, a finales del XX, deja tras sí las atroces huellas del canibalismo de la ciudad devorando incontables víctimas. La ciudad de La colmena no tiene nada que ver con la callada laboriosidad de una ciudad en paz consigo misma: es algo mucho más parecido a una almadraba, como intento demostrar en mi Biografía NO autorizada de CJC.
Madrid no ha conservado rastro de las casas de Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora o Tirso. Y ha convertido en inmuebles carcelarios cosas tan madrileñas como el Café Pombo. Muchos madrileños ilustres se vengaron de su pueblo, su ciudad, su patria, su heimat, con una ferocidad endemoniada. Solo tres ejemplos, Góngora, Quevedo, Bretón de los Herreros.
Luis de Góngora:
¿Cómo ayer te vi en pena, y hoy en gloria?
Bebióme un asno ayer, y hoy me ha meado.
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Francisco de Quevedo:
Manzanares, Manzanares,
arroyo aprendiz de río,
platicante del Jarama,
buena pesca de maridos;
tú que gozas, tú que ves,
en verano y en estío,
las viejas en cueros muertos,
las mozas en cueros vivos;
así derretidas canas
de las chollas de los riscos,
remozándose los puertos,
den a tu flaqueza pistos.
Pues conoces mi secreto,
que me digas, como amigo,
qué género de Sirenas
corta tus lazos de vidrio».
Muy ético de corriente,
muy angosto y muy roído,
con dos charcos por muletas,
en pie se levantó y dijo:
«Tiéneme del Sol la llama
tan chupado y tan sorbido,
que se me mueren de sed
las ranas y los mosquitos.
Yo soy el río avariento
que, en estos infiernos frito,
una gota de agua sola,
para remojarme pido.
Estos, pues, andrajos de agua
que en las arenas mendigo,
a poder de candelillas,
con trabajo los orino.
Hácenme de sus pecados
confesor, y en este sitio
las pantorrillas malparen;
cuerpos se acusan postizos.
Entre mentiras de corcho
y embelecos de vestidos,
la mujer casi se queda
a las orillas en lío.
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Manuel Bretón de los Herreros
¡Salgamos de Madrid..!
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De Madrid salgamos prófugos:
Que es pueblo dañino y pérfido.
Rápidos como la pólvora
Huyamos del vulgo tétrico
De poetillas misántropos,
Plañidores y epilépticos,
Que, maldiciendo sacrílegos
Del buen Horacio y su método,
Llaman talento a la crápula
Y creación al retruécano,
E invocando al hondo Tártaro
Con chirridos de murciélago,
Fulminan rudas apóstrofes
Contra el pobre humano género;
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Te ha quedado fino, sabio, un encanto, Quiño