Polaroid de Guy Bourdin.
Advierto, de nuevo, cuanto debe la historia en curso de mi fotógrafo al gran arte de Guy Bourdin.
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Un ejemplo, entre otros muchos posible de esa obra en marcha, a la altura del capítulo 14:
Lory (¿Dolores?, ¿Lola?, ¿Lolita?, ¿Dolores del Río?), Lory pertenecía, como Dawny, a la infame turba de aves migratorias, de nocturnos hábitos, condenadas a desplazarse sin cesar para intentar sobrevivir, obedeciendo a los ciegos imperativos y la señalización automatizada de las enloquecidas rutas de la moda.
Muchas de tales avecillas desaparecían volando hacia lejanos territorios de ilusión, que solo existían en su demencia de niñas descarriadas. Otras se cubrían pronto con el plumaje inquietante de las aves de rapiña, prestas al despojo ávido de cualquier víctima caída en una esquina nocturna. Las menos, conseguían hacerse un nombre (falso, apócrifo), con el que figurar en algunas privilegiadas agendas de teléfonos, a la atormentada espera de la llamada del príncipe encantado de una agencia publicitaria que las sacase del oscuro océano sin orillas del anonimato.
Algunas, como Elodie, en su día, seguían la dura marcha convencional que comenzaba en una academia, o realizando algunos trabajos mal pagados, si no humillantes, en la lejana periferia del fin anhelado, antes de ser aceptadas en una agencia especializada (como la de Anita Loos, o C.H. Girls and Diamonds, donde Elodie terminó haciendo fortuna), dispuestas a ofrecer sus encantos tarifados a los más reputados compradores de ninfas perdidas en el dédalo urbano, iluminado con publicidad fluorescente.
Elodie todavía tuvo ecos del tránsito por aquellos parajes de encantamiento de ciertas señoritas de las mejores familias, venidas a menos, dispuestas a trabajar en la cabine de los grandes modistos, empleadas por horas como elegantes modelos de una alta costura difunta. Ella pertenecía a una generación mucho más cosmopolita, cuya feroz disciplina permitía alcanzar cotas insospechadas de celebridad, lujo, riqueza, con vertiginosa rapidez. Dawny, Lory, como tantas otras chiquillas, adolescentes apenas salidas de la pubertad, conocían de tales cuentos de hadas las mentiras de colorines que contaban las revistas del corazón, con sus interminables historias de sexo, pasión y dinero rápido. Y la frecuentación interesada de los bajos mundos nocturnos, donde se entraba virgen y se salía princesa de algún amorío pasajero, según contaban las gacetas del ramo, parecía la ruta más rápida para entrar en los lugares donde todo cuanto se tocaba se transformaba en oro, incluso el cuerpo desnudo y tarifado de las adolescentes en flor, allí donde la triste vida de los humanos sin fortuna ─creían─ podía alcanzar la gloria de los inmortales, para siempre llamados a recibir sin esfuerzo la fama, el lujo y las riquezas sin cuento… Dark Lady.
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● CJC, el cine español y el destino de la Diva.
Ana A. says
Irónica inmortalidad, o así.
JP Quiñonero says
Ana,
Por mi parte hay… fascinación (cierta), desencanto (palmario), y contemplación (¿entomológica?) de los rumbos que toman el cuerpo, el sexo, la belleza, el comercio, la publicidad, la fotografía, las modelos, las mariposas, la alta costura, los escaparates, el desierto iluminado con luces de neón fluorescentes. Si…
Q.-