Recuerdo a mi madre en el fondo de su asiento de nuestro primer coche, en lágrimas, cantando A*l*B*, diciéndome: “Nene, hombres como aquellos no hay..”
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Ella hablaba de otros hombres. Yo siempre me he preguntado por la hombría de bien y el arte de vivir y morir como hombres, ante un pelotón de ejecución, ilustrada con tanta elegancia por el Fusilamiento de Torrijos de Antonio Gisbert, que está en el Prado, donde también hay otra pintura del XIX, vistiendo a los españoles de viriatos, griegos y romanos tocados con cascos de bombero francés de la época.
En nuestro tiempo, el sistema de selección de los profesionales de la política favorece a los trepadores más incultos, zafios y sin escrúpulos. Quizá no sea un azar que la revelación de los pavorosos índices de indigencia educativa coincida con el abandono de la política de quienes tienen formación y profesión dignas de tal nombre.
Menos trágico, perno no menos triste, la reforma del Prado saca de nuevo a la luz al Príncipe don Carlos de Viana, pintado por José Moreno Carbonero, que recuerda al librito de Steiner «Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento».
Saludos.
Miguel,
Pues si. Hay un problema de fondo del pintor de historia en la España del XIX: no era fácil pintar cosas felices… Entre romanos con casco de bomberos parisinos y agonías imperiales, la cosa estaba fatal. Me quedaría con alguna señora de Madrazo o Rosales, en algunos raros momentos en los que se liberan del corsé y se dejan llevar por el talento que en verdad tenían. Digo yo…
Q.-