Las llamaradas étnicas y nacionalistas, en Kosovo, atizan fantasmas independentistas en Bélgica, Escocia, Cataluña, el País Vasco, etc… Pero no es fácil olvidar las tragedias más recientes.
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Las dos últimas guerras de Kosovo, el primer conflicto entre separatistas albaneses y fuerzas de seguridad serbias y yugoslavas (1996-99), y la guerra posterior, entre Yugoslavia y las fuerzas de la OTAN (1999), precipitó el desplazamiento étnico de varios centenares de miles de civiles y se cobró unos 12.000 muertos, entre una población de unos 2 millones de personas de muy distinta condición étnica, religiosa y cultural, con mayorías musulmanas y serbio / albanesas, pero con minorías significativas de goranis, arrumanos, turcos, ortodoxos, católicos y judíos.
La gesticulación declamatoria, en Pristina (presta a la independencia), Belgrado (afirmando que “la guerra es un instrumento legal”) y Bruselas (donde la OTAN pudiera ordenar el envío de más tropas “con el fin de evitar la violencia”) va mucho más allá de la tragicomedia: las huellas todavía bien recientes de los enfrentamientos y el odio ¿patriótico? ¿nacional? advierten del abismo insondable de las “tensiones” por venir y la fragilidad de una volátil arquitectura política cuyos cimientos reposan en la estaca étnica y militar.
A estas alturas de la crisis, la determinación de unos y otros, apoyados con distinto énfasis por Moscú (que contempla con inquietud las sublevaciones secesionistas) y Washington (apoyando veladamente a los independentistas kosovares) va mucho más allá de lo “razonable”: el mesianismo patriótico coquetea con el martirologio del derramamiento de sangre, evidentemente “pura”.
La última guerra de Kosovo concluyó con la paz impuesta por los misiles de crucero Tomahawk del arma aérea estadounidense, de una eficacia quirúrgica determinante. Lo que, a mi modo de ver, tampoco invita precisamente a confiar en la racionalidad ni sensatez del modelo kosovar.
La incapacidad de Europa para asumir sus propios conflictos y establecer, fuera de cualquier relativismo, un fondo de valores y principios que preservar y defender, está según creo en la base de todo lo que pueda suceder en Kosovo, y por extensión dee cuanto pueda suceder en el resto del continente. Esta permanente tendencia a la disgregación ¿fortalece a Europa? ¿Cómo podría combatirla si llegara a la conclusión de que es así? No te diré que estas preguntas me atormentan, pero si me inquietan lo bastante como para pensar que el proceso histórico que vivimos aboca a esta Europa no nata acabará siendo un parto deforme.