Fernando Valls razona con respeto y ecuanimidad la oportunidad del ingreso de algunas mujeres en la Academia. Avanzando nombres y preguntas muy pertinentes.
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Hace siglos, también a mí se me ocurrió avanzar en solitario la deseable candidatura de Rosa Chacel. Los académicos prefirieron a Carmen Conde.
Fernando Valls, por su parte, sugiere esta relación de posibles académicas: Julia Uceda (1925), María Victoria Atencia (1931), Olvido García Valdés (1950), Cristina Fernández Cubas (1945), Esther Tusquets (1936), Aurora Egido (1946), Adela Cortina (1947) y Carme Riera (1948)… Y se pregunta: “¿Por qué no han pensado los académicos en ellas como candidatas a los sillones vacantes? ¿No es posible que tres académicos se pongan de acuerdo en uno de estos nombres, o en otro de similares méritos?” [La Nave de los locos, Las mujeres en la Academia de la Lengua].
Hélas, como dicen los franceses, los desencuentros de la Academia con la literatura vienen de muy lejos. Baste recordar el caso de Azorín / Gabriel Miró, o los mucho más recientes de JM Caballero Bonald, Joan Perucho o Francisco Umbral. No insistiré en la tragedia del destierro (JRJ, etc.). Sería posible escribir la historia de la institución a través de sus desencuentros de fondo con la cultura literaria.
En la actualidad, tampoco sería difícil enumerar una serie de académicos de discutibles méritos, sin una obra literaria, cultural o académica, justamente, a la altura del respeto presumido a la institución. Sería tan fácil como evocar las sordas maniobras cainitas de las mafias filantrópicas más influyentes y bien presentes en su seno.
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