Notas para una revisión de la historia del arte contemporáneo.
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Ocaso. St. Sulpice, 20 oct. 07. Foto JPQ.
ICONOCLASTAS DE ESTADO, ARQUITECTOS DESTERRADOS
Cuando las difuntas vanguardias y el arte resueltamente “contemporáneo” (¿podemos ser otra cosa que contemporáneos de nosotros mismos, en nuestra diversidad no menos contemporánea?), parecen estar consagrados con los atributos, fastos, riqueza y poder de una desalmada religión de Estado, continúan proliferando en Nueva York, Berlín, Londres, Roma, París, incluso Madrid, los llamamientos, no siempre inaudibles, bien al contrario, a una revisión muy crítica de la historia del arte del siglo XX.
En verdad, tal exigencia quizá sea indisociable de las grandes batallas ganadas y perdidas por unos y por otros, durante las guerras de religión artísticas de los últimos cien años. Baste recordar las polémicas suscitadas en España por la exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos (1925), los escritos de Ramón Gómez de la Serna, o las batallas personales de Ramón Gaya, en España, México e Italia.
Sin embargo, algo nuevo se me antoja que ocurrió cuando un comisario general de exposiciones del Estado francés, Gérard Régnier / Jean Clair, organizó en el Centro de arte contemporáneo Georges Pompidou, el museo de arte moderno más visitado del mundo, una serie de legendarias exposiciones, entre las que solo recordaré, por su carácter emblemático, Les realismes (1980) y Balthus (1983). El mismo Jean Clair fue el primero en lanzar una revisión feroz de las relaciones entre el surrealismo y los totalitarismos.
La Coupole, 20 oct. 07. Foto JPQ.
Desde algunos años antes, en Madrid, los primeros trabajos de los jovencísimos Ángel González García y Francisco Calvo Serraller, buena parte del trabajos personales de críticos e historiadores tan diversos como Antonio Bonet Correa, Juan Manuel Bonet, o Valeriano Bozal, entre muchos otros, ya habían insistido, con matices, en esa misma exigencia de revisión global. Tomás Llorens, comisario de otra y todavía muy reciente gran exposición madrileña, Mimesis. Realismos modernos 1918-1945 (2005), no dudaba en afirmar: “El realismo es la expresión más seria de la modernidad”. El mismo Llorens, Valeriano Bozal, José Francisco Yvars, Delfín Rodríguez, Ángel González García, Francisco Calvo Serraller, entre otros, participaron en un ciclo de conferencias (2001 – 2002), reunidas en un volumen, titulado Forma. El ideal clásico en el arte contemporáneo.
Ante tal proceso de revisión, en curso, mucho más vasto y cosmopolita, Ángel González García había lanzado con El Resto. Una historia invisible del arte contemporáneo (2000) una andanada de gran calado contra no pocos de los aleatorios “cánones vanguardistas” (“rupturas”, etc.). Por su parte, Enrique Andrés Ruiz, comisario él mismo de otra gran exposición titulada Arqueología y Vanguardia en el arte español (2007), sin olvidar la retrospectiva consagrada a Ramón Gaya (2003), consuma con Santa Lucía y los bueyes (1) un importante salto cualitativo.
Viaje al fin de la noche. Pasaje… 20 oct. 07. Foto JPQ.
Hasta ahora, con mucha frecuencia, las objeciones, críticas, reservas y matices contra el aleatorio “canón” vanguardista, evitaban el choque frontal y brutal. Al filo de una actualidad también ella aleatoria, Enrique Andrés Ruiz prefiere volver una y otra vez a la cuestión central de la pertinencia estética de unas escuelas artísticas que se devoran las unas a otras, dejando tras sí un campo de ruinas, cuya significación última se nos escapa.
Con la más alta finura crítica, Enrique nos recuerda el paralelismo, sin duda capital, entre las controversias artísticas del siglo XX (por circunscribir muy groseramente tales catástrofes, que venían de algo más lejos y continúan amenazándonos a nosotros, ya en otro siglo) y la controversia de los iconoclastas, entre 730 (el año en que el emperador León III el Isaurio prohibió la representación de la figura humanas en los iconos bizantinos) y el 787 (el año del II concilio de Nicea, que devuelve al arte cristiano la libertad de la representación de la figura humana).
La encrucijada de todos los caminos perdidos. 20 oct. 08. Foto JPQ
Durante siglos, el calificativo “iconoclasta” recordaba el furioso vandalismo totalitario, artístico, político y religioso, que había condenado al ostracismo, si no a algo mucho peor, a los artistas que buscaban el misterio de la Gracia a través de la línea, el dibujo, el arte de la representación del aura de la figura humana. La terminología militar del arte contemporáneo (“vanguardia”, “retaguardia”, etc.) devolvió temporalmente al “iconoclasta” aquella temible autoridad, en su tiempo subversiva, hoy consagrada por la razón de Estado y sus prebendas, pagadas por el erario público, convertida la destrucción de las imágenes, la abolición de la figura humana y la profanación del Museo (“un museo nacional es una comunión”, Baudelaire dixit), en desalmadas disciplinas financiadas por un Estado sonámbulo, cuyos administradores creen ganar la gloria que ofrece la publicidad comprando con dinero público, al precio más alto, las mercancías bendecidas por los interesados comerciantes y teólogos del ramo.
Con olímpica majestad implacable, Enrique Andrés Ruiz plantea el problema en su gravedad ética más honda, aquella que Juan Ramón Jiménez, en el Canalillo madrileño, resumía urgiéndonos a reconstruir nuestra malparada arquitectura espiritual, tan indispensable para salvar nuestra vida moral y nuestra vida cívica de pueblo enraizado en una cultura propia.
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(1). Santa Lucía y los bueyes, Enrique Andrés Ruiz. Carta y prólogo de José Jiménez Lozano. Pretextos / Universidad Politécnica de Valencia. Valencia, 2008. 291 págs.
Árbol legendario plantado por Chateaubriand, martirizado por las luces de neón de una famosa fundación de arte contemporáneo. 20 oct. 07. Foto JPQ.
Teresa Amat says
Tomo buena nota de la referencia del libro de E. Andrés Ruiz. Me interesa mucho el tema. ¡Gracias!
JP Quiñonero says
Teresa,
La verdad es que Enrique escribe muy bien. Y, además, todos sus textos están teñidos de una ironía melancólica que les da…
Q.-
PS. Añadiría, sobre Costafreda [Suicidios y otras muertes], su traducción al castellano de las Elegies de Bierville (1953). Saludos…
Teresa Amat says
En efecto, y una muy buena traducción, además. ¡Saludos y salud!
JP Quiñonero says
Teresa,
Seguro. Salve…
Q.-