Cabourg, paseo MP, 21 marzo 08. Foto JPQ.

Peregrinaje a Balbec / Cabourg. El Grand-Hôtel permanece varado a la orilla de la playa, como un animal prehistórico que hubiese conseguido sobrevivir a la tiranía del tiempo, la moda y el cierre definitivo de la diminuta línea de ferrocarril que le dio sus días de gloria.

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Los notables de Caen, Cherbourg y Rouen siguen asegurando la clientela endomingada del restaurante, entre quienes no es difícil distinguir las parejas no siempre clandestinas de parisinos que encuentran refugio durante un largo fin de semana. Abrir ligeramente una sola de las grandes ventanas del salón volvería a precipitar un desastre y la mirada reprobadora del maître, el servicio y las señoras salidas ayer tarde de la peluquería.

Caminamos lentamente por la playa desierta, recibiendo como una bendición yodada el viento frío del Atlántico norte que despeina a Carmen ligeramente, tan bella como aquella tarde de julio de 19xx. Tomamos café en el bar, por donde va y viene un personaje tan semejante al antiguo director del hotel, que ya no será ciudadano de Monte Carlo, pero también sabe del daño cruel del mal tiempo para un establecimiento que él contempla con la nostalgia de un soberano sin trono, una quimera, un espectro de lo que fue, vagando entre las ruinas de lo que todavía la temporada pasada aún era su reino encantado.