Crouching Spider, Centro Pompidou.
¿Qué esculpe Louise Bourgeois..? Pesadillas, que son arquitecturas oníricas, inquietantes realidades que nos hablan de otros mundos, que están en este, en la tierra inmaterial de la memoria y la conciencia, y quizá sean indisociables de la profecía, la iluminación verbal de una realidad futura, invocada con una precisión turbadora por Rimbaud o los autores de la Biblia.
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METAMORFOSIS DE LA ESCULTURA CONTEMPORÁNEA
Esa atormentada tarea de esculpir pesadillas culmina más de un siglo de metamorfosis del Gran arte de la escultura. Rodin modificó la relación de la escultura con el paisaje de los monumentos conmemorativos. Rosso anheló introducir la ilusión del movimiento. Duchamp-Villon y los futuristas soñaban expresar los ritmos y cadencias de las máquinas y la velocidad. Gargallo comenzó a explorar la arquitectura interior de la figura humana. Dadaístas, surrealistas, etc., consumaron incontables metamorfosis, apropiándose de nuevos espacios (interiores, exteriores, públicos, privados), nuevos materiales (hierro, objetos usados, plásticos, vidrios, fundidos, residuos industriales, tejidos sintéticos, etc.) nuevas técnicas (de la soldadura autógena a la cirugía plástica, pasando por infinitas variaciones personales), nuevas concepciones de la tarea y el destino último del trabajo del escultor: de la exploración de la arquitectura íntima de las cosas creadas (Chillida) a la construcción de fabulosas arquitecturas imaginarias (Tinguely), del calvario de la figura humana (González, Giacometti) a la incorporación de los seres humanos en la “producción” de arte, a través del happening y la performance.
Nacida en el seno de una familia consagrada al negocio de la tapicería artística, educada en París, en la legendaria Académie de la Grande Chaumière, donde fue fotografiada por Brassaï, vecina del André Breton director de una galería de arte surrealista, esposa de un gran especialista en artes africanas (Robert Goldwater), huida del París donde se cruzaban todas las vanguardias históricas, para instalarse en el Nueva York donde florecieron nuevas corrientes contemporáneas, Louise Bourgeois conoce, frecuenta y se enriquece con todas las semillas de tan fáustica herencia. Pero, en verdad, su obra no pertenece a ninguna escuela. Ella misma ha subrayado su lejanía absoluta del onirismo surrealista, con el que comparte su exploración de otros mundos espectrales.
Su primera formación de base, en la Académie y en el domicilio paterno (dibujando, esculpiendo, restaurando tapicerías), le ofreció los primeros utensilios de trabajo, jamás abandonados. Los cuadernos íntimos de la escultora subrayan esa deuda pedagógica. Los trabajos de su esposo la incitaron a trabajar en una tierra virgen para la escultura moderna: sus relaciones entre el animismo de las culturas africanas y sucesivas escuelas contemporáneas, comenzando por Picasso y su iberismo parisino.
Arched Figure, 1999
Sin embargo, tras un proceso de maduración relativamente largo, doloroso y solitario, las grandes series escultóricas de Louise Bourgeois, Figuras totémicas, Acumulaciones, Cuerpos troceados, Células, Arañas, Parejas, Casas, Pasajes, Personajes, Prótesis, Instalaciones, etc., irrumpen de manera vertiginosa en la historia de la escultura de nuestro tiempo con una personalidad única, definitiva, alejada de todas las escuelas difuntas.
Aquí o allá, Louise Bourgeois pudiera parecer próxima a esta o aquella secta “contemporánea” o “vanguardista”. No nos engañemos: ella está en los antípodas del misticismo oscurantista de los patriarcas surrealistas, capaces de creer en los “espíritus” que hablan a través de las cartas echadas en una mesa de camilla. Como Kafka, Louise Bourgeois sabe que las pesadillas son algo bien real, inmediato, terrible, persiguiéndonos, como quimeras, a través del recuerdo, la conciencia, que son cosas harto reales, animadas por cosas inmateriales.
En el caso de Louise Bourgeois, todas las pesadillas comienzan en el mismo destierro original. Destierro de la niña en el hogar de su familia, perseguida por las furias que atormentan su existencia por los pasillos de una casa encantada.
La más legendaria de sus esculturas, Mamá (1999), es una araña gigante: retrato de la madre, autorretrato de la artista, parábola de toda su obra. Las arañas también son tejedoras, como Penélope y las hilanderas velazqueñas: cada noche tejen el paño que a la mañana siguiente destruyen para preservar su vida, como Sherezade. Pero hay otras arañas. Con frecuencia, ese animal también puede tomar una fisonomía inquietante: clavada en el techo desde donde vigila a una niña muerta de miedo.
Su escultura más célebre, La destrucción del padre (1974) es una fábula carnívora, que Louise Bourgeois ha “explicado” con una claridad feroz: una venganza implacable contra un padre saturnal, sentado en la mesa del comedor familiar, sobre quien se lanza una niña que no solo desea destruirlo. También desea devorarlo, para poner fin al calvario de su cinismo cruel, contra una esposa y unos hijos atormentados con sadismo.
Célula Cell – Choisy, 1990 1993
Su instalación más íntima es Célula (Choisy) (1990 – 1993). Una maqueta en miniatura de la antigua morada familiar, en mármol rosa (como el hogar del niño Vladimir Nabokov), encerrada en una célula carcelaria, sobre la que pende una guillotina, en el instante que precede a la ejecución final…
En torno a esas variaciones de la misma parábola original (destierro del ser, con el nacimiento; destierro del hombre en el desierto de la vida; destierro de la vida, en el desierto de una ciudad convertida en prisión, asilo de locos), la obra de Louise Bourgeois prolifera en un arco iris de imágenes atroces: cuerpos mutilados que copulan sin placer; habitaciones vacías donde las herramientas penden como instrumentos de tortura; habitaciones vacías donde las ropas de seres desaparecidos hablan de almas en pena; habitaciones y pasillos vacíos donde maniquíes, maletas, cuerpos troceados, prótesis mancilladas, hablan de la realidad bien pavorosa de intactas pesadillas infantiles.
La metáfora y la obra última se confunden con un hogar deshabitado. Casa vacía (1981) es una inquietante “instalación”. Esa casa estuvo habitada un día por un hijo ido para siempre. Ese hijo mutilado, abandonado, querido, evocado, inmortalizado, como otra huella de purísimo dolor inconsolable, evocado en otras obras, con la ternura de la niña que juega con niños y muñecas. Perdido el hogar donde vivió ese hijo, Louise Bourgeois transforma esa casa en una obra de arte, una “instalación”, una Casa vacía. El arte no habla de misterios o realidades invisibles: ilumina con fulgor diamantino la realidad de nuestras pesadillas y almas atormentadas.
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- Louise Bourgeois. Centre Pompidou.
- Louise Bourgeois. La madre, una araña. El padre, devorado….
- Arte en este Infierno.
Célula Cell – Choisy, 1990 1993.
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