Recuerdo de JM, en Biarritz, 22 marzo 08. Foto JPQ.
Anales de Caína
Ayer mismo era evidente y trágica la Actualidad de la profanación de las almas y las tumbas. En el mismo cementerio de Thiais, donde están enterrados Paul Celan y Josep Roth y han sido profanadas otras tumbas, también reposan los restos de algunos héroes anónimos de nuestra historia.
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Unos, murieron el verano que se llevó a tantos ancianos víctimas del calor y la soledad sin socorro, abandonados por sus familias. Otros habían muerto años antes, durante la transición política que recuerdo en el volumen segundo de mi trilogía de Caína. En la ceremonia del adiós a uno de ellos se cruzaron Mitterrand, un representante de Tarradellas, muchos jóvenes trepadores, y la infame turba que se aprestaba a conquistar el poder, a paso de carga:
[ .. ] Entre la infame turba reunida en el cementerio de Thiais, Lucía Luengo oficiaba de mensajera, desde tiempo atrás, llevando y trayendo noticias de unos y otros, seducida ella misma por la tarea y la gracia del ángel Gabriel anunciando a María la buena nueva; a sabiendas, sin embargo, que el oficio en el que ya comenzaba a despuntar y llegaría a ganar gran fama y temible poder (cuando César Arrigo le ofreciese el control absoluto de algunos de los medios audiovisuales del Estado cainita, en pago a los menudos y bajos servicios que comenzó a ofrecerle por los años de su aventura fallida con Maurici) quizá era mucho más semejante al de Circe. Porque también ella ganaba su diario sustento de pitonisa periodística atrayendo hacia los arrecifes y los acantilados más peligrosos a los barcos de los navegantes que perdieron su rumbo, seducidos por los encantamientos de sus palabras embrujadas, conduciendo a ninguna parte a los viajeros más desamparados, hasta hacerlos naufragar y despedazarlos contra las rocas, ofreciendo sus restos y despojos a las aves rapaces y las furias. Sin que esa tarea nocturna, en la que había encontrado el funesto destino de su vida, como cronista, entrevistadora, contertulia y columnista de moda, en los nuevos medios de confusión e incomunicación de masas, en la Caína de la época, pudiera tener otro fin inmediato que la insidiosa propagación del mal, sus heces y basura. Tocada su voz de corista de la noche radiofónica con las galas y el sudario de un oficio de suripanta maléfica: su trabajo diario consistía en seducir y amueblar el cerebro de las decenas de millares de oyentes del programa nocturno en el que había comenzado a colaborar, como estrella invitada, usando sus vacías suciedades desalmadas; cuando sus malas artes transmitían, con la propaganda política de la más baja catadura, un mal infeccioso y mortal, que se propagaba a través de su coqueteo estéril con quienes aspiraban a conquistar el poder sembrando el terror, con las bombas de relojería instaladas en los supermercados y las guarderías. [ANDANTE SOSTENUTO, PARA UNA NOCHE DE INVIERNO. 5. Agonía en el madero. Una primavera atroz].
GarCelan says
Juan Pedro, tus comentarios han traído a mi memoria las páginas de un libro bellísimo y erudito, fruto de un espíritu cultivado por el estudio filológico de enorme repercusión filosófica, que junto al Paideia de Werner Jaeger sobresale en sabiduría, hasta constituirse ambos –al menos para mí- en grandes monumentos del saber. Me refiero a Psyche de Erwin Rhode. Efectivamente, la maldición recae sobre los que dejan insepulto un cadáver, pues a la severidad del mandato legal se une el mayor rigor del precepto religioso. Dice Rohde en el capítulo II (La veneración de los muertos), pág. 321 (Editorial Librería Ágora, 1995) que “lo que los dioses ctónicos tomaban bajo su protección no era de ningún modo una medida de política sanitaria”. Por aquellos tiempos era un deshonor ser enterrado lejos de la patria y por aquellos mismos tiempos llegó a ser un crimen horrendo, tal vez el mayor, el no dar sepultura al que era de la misma ciudad, siendo un precepto religioso inquebrantable dársela también a los enemigos. Tal vez por esos mandatos tan antiguos, la profanación de las tumbas de aquellos que siendo franceses, lucharon por la libertad de su patria y en su suelo yacen en eterno descanso, sea algo tan repugnante. Por alzarse contra la piedad y la santidad de ese descanso. El respeto a los muertos y el cuidado de sus sepulcros es lo que hace permeables los límites de la vida y de la muerte.
Ruina de la vida y execración de la muerte, imperio de la nada, fue “la negra leche del alba”. El martirio de aquellos a los que les fue negada la piedad, a los que arrojaron del sagrado abrigo de la tierra para cavar en el aire donde “no se yace estrechamente”; para tener “una tumba en las nubes” que los vientos dispersan y deshacen. La investigación del poema que John Felstiner (Paul Celan: Poeta, superviviente, judío; editorial Trotta, 2002) ha calificado como “el Gernika de la literatura de la posguerra”, ilumina aspectos esenciales de un lenguaje oscuro y desgarrado. Revela dicho autor que su primera versión publicada fue en rumano y que su título no fue Todesfuge sino Tango de la muerte (Tangoul Mortii), un baile de fuerte acento urbano, frívolo en aquellos años de oprobio en Europa. Una burla demoníaca, como boca de horrendo pozo al que se tiraba la condición humana de las víctimas.
Es de agradecer, Juan Pedro, que convoques a creadores tan necesarios como Paul Celan y Erwin Rohde, y satisfactorio comprobar que -también en el caso de Miguel Espinosa- compartimos el sentimiento de admiración por estos hombres y su obra.
Encarezco a todos los que no la hayan hecho, la lectura generosamente atenta de estos autores, lejos de cualquier pretensión o autoridad académica que no poseo. En el caso de Paul Celan, además de la Editorial Hiperión, Trotta tiene publicados las Obras Completas, Los Poemas Póstumos y el estudio anteriormente referido. El cuidado traductor de la poesía no puede estar en mejores manos que las de José Luis Reina Palazón, que ya mimara las Obras Completas de Georg Trakl, también para Trotta. La edición de 1995 hecha por la Rosa Cúbica de la versión propuesta por José Ángel Valente de poemas entre los que se encuentra Todesfuge es merecedora de lectura.
JP Quiñonero says
GarCelan,
Uauuuuuuuuuuuuuu… que gozada leerte. ¿Qué agregar..? Solo se me ocurre compartir tus juicios.
El libro de Edwin Rohde es algo básico, como dudarlo. Y tu análisis muy fino lo pone en su perspectiva más actual, iluminando una realidad inmediata.
Lo que añades sobre Celan es igualmente pedagógico e indispensable. Comparto tu respeto por esas referencias, básicas, igualmente.
La exégesis de Celan… es una selva oscura. Cuando yo estudiaba alemán, mi profesora (Brigitte Hauch, ¿dónde estará?) nos invitaba en los últimos cursos a trabajar algunos poemas, entre los que estaba Todesfuge. En algún momento de cansancio, comentando algún poema todavía más oscuro, Brigitt me preguntó: “Quiñonero, ¿qué ha entendido usted?”. Sincero, le respondí: “Nada”. Ella se echó a reir y me respondió: “No se preocupe. Yo soy alemana y tampoco lo entiendo”.
Sin entrar en nombres… una buena parte de las traducciones publicadas en castellano son versiones indirectas, del francés, lo que tampoco facilita la cosa. La edición de José Luis Reina Palazón me parece Muy Honrada, con la ventaja de tener el texto alemán a pie de página. En verdad, Celan es menos esotérico de lo que pudiera parecer, y es cierto que, con frecuencia, se explica a través de cuestiones biográficas. Aunque, a mi modo de ver, lo esencial quizá esté en su evocación sacra de la Memoria Indisociable del Holocausto.
Gratitudes…
Q.-
PS.- Un documento excepcional: la correspondencia Gisèle y Paul Celan.