Cuando pudiera estar amenazada nuestra existencia como hombres libres, perdidos en un desierto iluminado con luces de neón, poblado por alimañas que se disputan los despojos abandonados en el campo de batalla de las ilusiones y las ideas muertas, Almudena Guzmán tiene dos cosas indispensables: una fe y una voz propia.
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Quienes la conocían, habían glosado el eco melodioso, frutal, una brizna desesperado, aquí o allá, de una señora de belleza solar, urbana, cuyo lenguaje coloquial cubría con el velo de su elegancia intacta la pureza de la niña ya mujer, contemplando el mundo, las cosas, la naturaleza, los cuerpos, en la calle, la intimidad, a la luz, en la oscuridad estrellada de los sueños, con la alegría de las ninfas, los ángeles, los seres de ilusión descarriados en un mundo desencantado.
A mi me ha tocado descubrir, con mucho retraso (pero nunca es tarde, si la dicha es buena: y la repoblación espiritual del mundo es una tarea que deberá prolongarse a lo largo de todo un siglo, si no mucho más), ese combate crucial entre la realidad de un mundo devastado, el nuestro y más inmediato, un campo de ruinas desalmadas, y los últimos héroes de intacta gallardía, siempre prestos a un desigual combate, que ella evoca en su libro El príncipe rojo (Poesía Hiperión).
Almudena evoca con límpida pureza el desierto en que nos encontramos, víctimas de una primavera atroz:
Entraron en mi ciudad.
entraron en mi ciudad
con la mirada gentil
de los ciervos
y un corazón
del hierro más frío
bajo el orlado presente
de sus palabras de seda.Todo lo saquearon,
todo.Ni una moneda dejaron
en el arca de la esperanza.
Emboscada en una oscura intimidad velada, contemplando las cenizas de incontables batallas perdidas, contemplando ese desierto de ruinas morales que son nuestras ciudades, Almudena enarbola solitaria una negra bandera iluminada con la luz de un alba que comienza por ser una fe luminosa:
La sal en la puerta,
el castillo tomado.Ninguna duda
ni ninguna culpa.(Sólo la certeza
de querer dar mi vida
y también mi muerte
por el príncipe rojo,
por este guerrero
tan fuerte y tan justo
que ahora duerme enredado
en la paz de mis cabellos
y que veladamente ilumina mis pasos
como un murmullo de sol
entre las hojas.)
En mi memoria infantil, El príncipe rojo de Almudena era el Robin Hood de Michael Curtiz, Errol Flynn y Olivia de Havilland. En un muy otro plano, no es otra la eterna batalla entre los Inmortales y los Titanes de Jünger.
Mme.? Mlle.? estq escritora que cuenta cosas tan bellas, Mr. Q..?
Mme. Marie,
… solo conozco la obra literaria de Almudena,
Q.-