Las tribulaciones políticas de Nicolas Sarkozy influirán en la UE, comenzando por España, para bien o para mal, ya que el triunfo o fracaso de su “ruptura” prometida con veintitantos años de inmovilismo de izquierda (Mitterrand) y derecha (Chirac) también tendrá un costo cantante y sonante para los principales vecinos y aliados de Francia.
La doble presidencia de Mitterrand tuvo para España un costo todavía mal explorado. Solo un ejemplo: la colaboración contra ETA tuvo en algunos momentos unas contrapartidas incluso industriales de cierta relevancia.
La doble presidencia de Chirac también tuvo altibajos espectaculares. En varios momentos significativos, París prefirió apoyar veladamente a Rabat contra Madrid. Y las primeras relaciones efusivas entre Aznar y Chirac terminaron por agriarse de manera intempestiva.
En la escena europea, Mitterrand y Chirac participaron en históricas iniciativas. Pero los arcaísmos estatales franceses terminaron por frenar y perturbar el funcionamiento de la UE, que el inmovilismo francés contribuyó a complicar gravemente. Solo recordaré el monumental desastre del no francés al proyecto de Tratado constitucional.
El primer Sarkozy comenzó por sacar a la UE de un estancamiento que se prolongaba desde hacía una larga década, apoyado y apoyándose en Angela Merkel. El proyecto francés de Unión Mediterránea (UM) quizá “roba” a España el protagonismo perdido del difunto “proceso de Barcelona”, y ha sido recibido con reticencias en muchas capitales europeas.
A la vista de las primeras dificultades de fondo del presidente francés (un 72 % de sus compatriotas tienen mala opinión de su prometida “ruptura”), pudieran temerse los coletazos negativos, bilaterales y europeos, de un posible fracaso del proceso de reformas emprendidas. Sarkozy lo recuerda con precisión: “Sin reformas, todos podemos retroceder en la escena mundial”. Si Francia no consiguiese romper con el inmovilismo de las últimas décadas, su retroceso quizá fuese una mala noticia para España y para Europa.
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