Insensible a los encantos de los ansiolíticos y la quimioterapia, me refugio en la música, en ocasiones, intentando huir de la lluvia ácida de la ideología y las tormentas de basura “periodística”.
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Monteverdi (Concierto espiritual) me acompaña desde hace semanas, mientras he leído una obra monumental, El mundo en el oído. El nacimiento de la música en la cultura (El Acantilado), de Ramón Andrés, que explora de manera muy luminosa la aparición de la música en varias culturas y tiene una visión olímpica del proceso: es leyenda la afición y dones musicales de los grandes estadistas griegos, evocada con inmenso respeto por Cicerón… “Estimaban que la suprema educación anidaba en los sonidos de los instrumentos de cuerdas y las voces”.
Orfeo y Cristo, subraya Ramón Andrés, establecían una relación entre la música celestial de las estrellas, la matemática musical de la creación, y la música terrenal de todas las cosas creadas. El Cántico no dice otra cosa, en castellano. El Logos alejandrino y la piedad de Buda o Spinoza nos recuerdan esa misma relación armónica entre todas las cosas visibles e invisibles de la creación.
Con talento y prudencia, Ramón Andrés pone fin a su indispensable reconstrucción, a través de China, Mesopotamia, India, Egipto, Grecia, Roma y el primer Occidente, cuando la música todavía era, como en las Geórgicas, un arte de cultivar la tierra inmaterial de los sonidos, indisociable del resto de las “artes de la paz” con las que el hombre establecía una relación arquitectónica entre la geometría de su alma y la geometría del resto del universo.
Thomas Mann y Adorno pensaban que la sonata para piano nº 32, Opus 111 de Beethoven, anunciaba una ruptura capital en la historia de la música. Tras el ocaso de la vieja y amenazada relación entre una música olímpica –historiada con mucho brío por Ramón Andrés– y la construcción del alma humana, comenzaba a florecer una música reflejo de la angustia y la desesperación de un hombre sin alma, sin Dios, condenado al desarraigo.
Mann en el Dr. Faustus y Hesse en Das Glasperlenspiel nos hablan de una música endemoniada, que pierde a los hombres y los pueblos, precipitándolos en los abismos de la angustia y el Terror bien histórico ilustrado por las dos últimas guerras civiles entre los pueblos europeos. Las Voces de las Sirenas son el primer y temible rastro de esa música diabólica, en la Odisea.
Queda por historiar la relación y lucha bien actual entre los restos de la antigua música olímpica, apolínea, condenados al ostracismo, y el imperio universal de la música endemoniada y sus secuelas de ruinas y ruidos.
Cristóbal says
Coincido con usted: un libro excelente, sin duda. Me apunto el disco: René Jacobs es toda una garantía.
Saludos,
C.-
JP Quiñonero says
Cristobal,
¡Milagro..! ¡Alguien a quien le gusta la música clásica..!
Q.-
PS. ¿Podríamos tutearnos..?
Joaquín says
Ehem… ¿Alguien se apunta a Uri Caine?
(organicemos una partida emboscada de musicómanos…).
Cristóbal says
Q.-: ¿Cómo quieras…?
Joaquín: ¿Dónde? ¿Cuándo?
GarCelan says
Perdonen la intromisión. ¿Dan ustedes su permiso?
JP Quiñonero says
GarCelan,
La duda «ofende»… hace siglos estuve en Georgia, la Georgia entonces comunista. Y un escritor georgiano me decía, muy orgulloso: «Somos muy pocos, pero georgianos«,
Q.-
Fina says
Quiño,
¡Qué preciosos artículos escribes! Este de «Música olímpica, música endemoniada», me ha encantado. Sólo me ha preocupado lo referente a los ansiolíticos y la quimioterapia que comentas, espero que sean cosas del pasado…
En cuanto al Sr. Ramón Andrés…¡Qué decir! Lo admiro profundamente y tuve el privilegio de asistir a algunas de sus clases, conferencias y presentaciones de libros. Escuchar su voz tan serena y llena de sabiduría es como una música celestial para mí.
De verdad que muchas veces no me siento a la altura de la erudición que se encuentra en este INFIERNO, pero el «aprender» es una de las «cosas» que da sentido a mi vida y no quiero, ni puedo, evitar esta tentación…
¡Gracias!
JP Quiñonero says
Fina,
Ay… correré un tupido velo, con mi agradecimiento, grande.
…
La cultureta también es un «vicio»… y la música, ah…
Venga, palante,
Q.-