Velázquez, La infanta Margarita.
Vuelvo una y otra vez al mismo infierno caníbal, donde el minotauro picassiano no siempre oficia de demiurgo.
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De una exposición que presenta 210 obras maestras de Velázquez, Zurbarán, Goya, Rembrandt, Cezanne, entre otros grandes maestros capitales en la historia general de la pintura, “copiadas”, “profanadas”, “devoradas”, “revisitadas” o “iluminadas” por otras obras de Picasso, solo puede decirse, de entrada, que se trata de algo sencillamente excepcional.
A partir de tal evidencia, Picasso et les maîtres (Grand Palais, Louvre) tiene otra dimensión esencial: por vez primera, la obra virginal y saturnal del genio picasiano, caníbal, minotauro y demiurgo, se comparada expresamente con muchos de los grandes maestros del pasado que fueron los cimientos capitales de la gran pintura de nuestra civilización. Faltan muchas piezas de ese gigantesco puzzle (Rafael, Mantegna, Turner, Balthus, Gaya, etc.). Y el montaje de esta exposición excepcional corre el riesgo de precipitar muchos descarríos (sobre el “origen” del cubismo en Zurbarán, por ejemplo). Pero, como dudarlo, se trata de un acontecimiento “bisagra” en nuestro conocimiento del legado saturnal de Picasso. Que es tanto como decir de nuestro conocimiento del arte de ayer, de hoy y de mañana.
Picasso,Infanta Margarita.
Picasso et les maîtres no es la exposición definitiva, ni mucho menos, que permita explorar tan frondosos caminos. Pero si permite cerrar muchas puertas, quizá.
“Comparar” una Infanta velazqueña o la Maja desnuda con alguna menina o señora picassiana, con el culo al aire, deja perfectamente al descubierto los límites del canibalismo y la “transgresión”. Los maestros del pasado permanecen milagrosamente intactos, majestuosamente olímpicos, dejando al descubierto insondables pozos de luminosos misterios. La fuerza, el brío, la brutalidad, la obscenidad, la “ruptura” picassiana se quedan, en ese marco, en gestos grandilocuentes y vacíos, incomparables. La ruptura y la “transgresión” desembocan en un desierto poblado de alimañas, iluminado con publicidad fluorescente.
Afortunadamente, hay muchos otros picassos. El Picasso minotauro, el Picasso que pinta a Picasso devorando cuerpos y almas, amantes y obras de grandes maestros, es el Picasso más atormentado, atroz, dramático, de una fuerza vertiginosa. Valgan como muestra algunos grabados y algunas pinturas del legado de Dora Maar. Ese Picasso también dialoga con los grandes maestros del pasado. Pero toma buena nota de su incertidumbre, su dolor, su tormento, fiel hasta la muerte a las enseñanzas del dibujo, la acuarela, el pincel, el óleo y el grabado de su adolescencia y primera juventud, atormentada.
El minotauro picassiano se sabe perdido en el laberinto del campo de ruinas del arte contemporáneo y las vanguardias muertas, que otros picassos contribuyeron a sembrar y dinamitar, con una furia devastadora. Sin embargo, el Picasso demiurgo (muy mal representado en esta exposición, víctima del manierismo de la academia “vanguardista” y “transgresora”) ilumina de manera majestuosa, definitiva, el más hondo, feraz y prodigioso de los diálogos picassianos con los grandes maestros del pasado, entre los que él tiene su propio puesto universal, como olvidarlo.
El Picasso demiurgo, por otra parte, también tiene muchos otros rostros.
MANIERISMOS VANGUARDISTAS
Hay un demiurgo picassiano que dialoga durante toda su vida con Cezanne, desde su primer viaje a París hasta la madurez última de Vauvenargues. Es el Picasso luminoso que toma todos los senderos que se bifurcan desde Turner y el impresionismo. Ese Picasso reinventa a su manera las tradiciones mediterráneas
Hay otros demiurgos picasianos, creadores de nuevas escuelas y vertiginosas revelaciones, como el demiurgo patriarca fundador del cubismo. ¿Hay paralelismos entre la floración del cubismo y los aspectos más místicos de Zurbarán? No lo sé. Quizá. Se trata de una proposición arriesgada. Me parece mucho más palmario el origen fotográfico y geográfico del cubismo en Horta, tan próxima a Joan Miró, por otra parte. Se trata, en cualquier caso, de un demiurgo prodigioso: el arte ibero, el arte de otras civilizaciones (africanas, etc.), se convierten en su taller en una semilla excepcionalmente moderna; el arte clásico y barroco (Grunewald, etc.) son “revisitados” a la busca de materiales radicalmente contemporáneos e históricos, como bien confirma el estudio histórico y comparado del Guernica.
Cuando Picasso vuelve una y otra vez a Grunewald, para trabajar sus crucifixiones y algunos cosas del Guernica, ese diálogo con el arte del pasado es una alfaguara excepcionalmente rica, una refutación sin tacha de los manierismos “vanguardistas” y “transgresores”.
Señoracongato, picassiana.
El Picasso demiurgo, durante toda su vida, desde la adolescencia, hasta la muerte, por otra parte, sigue siendo fiel a las primeras enseñanzas paternas: el dibujo, el lápiz, el carbón, el lienzo o el papel en blanco. Ese Picasso dialoga permanentemente con Rafael y los maestros primitivos, renacentistas y barrocos italianos, como ya demostraron en su día quienes estudiaron el Picasso del viaje a Italia y el Picasso Noucentista, catalán. Ese Picasso es un dibujante comparable a Rafael.
Rafael pintaba vírgenes y madonnas pintando el rostro y el cuerpo de sus amantes. Picasso ha dibujado y pintado incontables mujeres, que son al mismo tiempo, la encarnación del misterio femenino y seres humanos, con cuerpo y alma, individuales, y por eso mismo divinos. Cada mujer, cada cuerpo, cara cosa de la creación y cada cosa creada es un mundo entero y un espejo de la creación. Ese demiurgo picassiano contempla con serena lucidez los prodigios encantadores del cuerpo femenino, desnudo, al que ofrece ofrendas y honores, que comienzan por el respeto religioso de su línea, su forma, su arquitectura, su luz, de la que solo tenemos noticia, precisamente, a través de la fidelidad encantada de su figura, en el lienzo, en el papel en blanco.
Ese Picasso demiurgo, primero y último, quizá esté dramáticamente ausente en esta exposición. Hubiese bastado con recordar obras relativamente menores: algunos dibujos o pinturas de Rafael, y algunos retratos de Olga. Obras “menores” que hablan de lo esencial: el dibujo, la pintura, el arte del pasado y por venir, comienzan por ser un acto de amor, una comunión espiritual y carnal que culmina con el gozo y la fecundación. El resto es silencio.
- Picasso, minotauro caníbal, entra a saco en el Museo universal.
- Arte en este Infierno.
Lamajagoyesca, atracción internacional.
Mercè says
Te leí el domingo en el periódico, Q, y es un texto excelente…, me alegra que lo pongas aquí también… Picasso no se acaba nunca…
JP Quiñonero says
Mercè,
Hemingway decía que París tampoco se acaba nunca. Qué quieres,
Q.-
Jordi says
Un argumento parecido fue el eje de una exhibicion que tuve el placer de disfrutar en el Guggenheim de NYC el anyo pasado: «Spanish Painting from El Greco to Picasso: Time, Truth, and History». En este caso, la figura central no era Picasso, sino como ciertos elementos se han ido repitiendo en la pintura espanyola de los ultimos siglos. Fue ciertamente curioso para un semi-lego como yo ver los hilos comunes que unen a todos estos monstruos de la pintura. Igual no estara a la altura de la muestra del Louvre (por alguna razon, me intimida mas este que el Guggenheim), pero, para un humilde aficionado, fue una gozada.
JP Quiñonero says
Jordi,
Lo del gozo hay que reivindicarlo en el sentido más profundo. «Gocémonos, amado…» se lee en el Cántico espiritual, que es uno de los dos o tres libros más importantes jamás escritos en lengua castellana. En lengua catalana hay matices que no me atreveré a comentar. Doctores y doctoras tiene esa materia, oye,
Q.-
pc says
me parece que estas pinturas son muy bonitas en special la ifante margarita