Rodoreda, pintora

Sintítulo. Acuarela sobre papel adherido a papel. Colección Familia Borràs-Gras.

Acontecimiento muy mayor: revelación definitiva de la majestuosa obra pictórica, parcialmente desconocida hasta hoy, de una gran escritora catalana, española, europea, Mercè Rodoreda.

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Sin duda, no era un secreto que Rodoreda había pintado, dibujado, realizado collages, en el exilio. Incluso había intentado exponer y comenzar una obra de pintora, artista gráfica.
El destierro complicó tales proyectos. Con pocos matices, Barcelona / Cataluña, marginaron y enterraron en un impiadoso olvido la obra gráfica de una escritora tardíamente reconocida, apenas mostrada, aquí o allá. Veinticinco años después de su muerte, culminando la celebración del centenario de su nacimiento, tras varias exposiciones parciales, ayer se presentó en La Pedrera una exposición sin duda histórica, L’altra Rodoreda. Pintures & Collages [Caixa Catalunya. Obra social], comisariada por la escritora Mercè Ibarz [Mercè Ibarz], autora de una obra de referencia, Rodoreda. Exili i desig (Empuréis), Rosa, Rodoreda y otras primaveras.

Caballoycaballero. Lápices y guache sobre papel. Colección Familia Borràs-Gras.

Mercè Ibarz ha escogido una treintena larga de collages y pinturas, de los años cincuenta, en un momento de transición de la obra de Rodoreda, mientras continuaba escribiendo poesía -publicada póstumamente, Agonia de llum (2002)- y comenzaba a trabajar en los grandes libros que vendrían.

Mercè Ibarz sienta los jalones esenciales para comenzar a explorar lo olvidado, ninguneado, proscrito y desconocido, hasta ahora: las palmarias relaciones íntimas entre los distintos rostros de la creación única y total de la artista: narradora, poeta, pintora, El arte silencioso de Mercè Rodoreda. Y esos jalones, las raíces exploradas por vez primera por la comisaria de la exposición de La Pedrera, se ramifican en muchas direcciones: Joan Miró, Paul Klee, Ernst, Michaux, Dubuffet, Kandiski, Apel.les Fenosa, entre otros diálogo íntimos.

Como Ibarz subraya, quizá uno de los senderos más fecundos, a continuar explorando, tras su revelación, sea el paralelismo de algunas obras de Rodoreda con la serie de los ángeles de Klee. Walter Benjamín vio en alguno de ellos el Ángel de la historia. Historia íntima y trágica, en el caso de Rodoreda. La historia está ahí, como la Muerte, que todo lo ilumina con su negro azabache. Pero la obra pictórica de la escritora la afronta con elegancia suprema: sus ojos nos hablan de miedo, angustia, desesperación… y de la fuerza invicta de sus ¿autoretratos? parando las aguas del olvido, como en la Égloga III.