Descubro por azar, con alegría y una brizna de emoción, la carta que Espectroscopio escribe a Don Cógito, comentando, entre otras cosas, Una primavera atroz.
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Esta es la carta:
Querido Cógito,
No es justo que, casi siempre que nos veamos, traigas contigo algún volumen ignoto y maravilloso, que, sin saber demasiado bien cómo, termina acomodado en mi impaciente macuto. La última vez, encima, fueron dos. El de Consantino Bértolo solamente lo he paladeado por encima, aunque ya he podido notar que es libro largo. Hoy quiero hablarte del libro de Juan Pedro Quiñonero, uno de los pocos que, raro en ti, me dijiste que igual me lo pedías algún día. Sé que le tienes especial aprecio al autor, y que además eres uno de los conspicuos dinamizadores de su blog. Por las noches, cuando uno empieza a hacerse las mismas preguntas que lleva haciéndose todas las noches, últimamente me paseo por las páginas de Una primavera atroz, y más de una vez he visto pasar el eco de las respuestas que buscaba. Lástima que a la mañana siguiente no recuerde ninguna de ellas, porque, afortunadamente, tampoco recuerdo las preguntas – que sospecho tan amargas como el libro de Quiñonero. Una improbable y desgañitada elegía, capaz de conjurar a toda una manada de lobos. El libro de quien parece tener los suficientes motivos como para no volver a escribir una línea en su vida. Imprescindible.
No te sorprenderá si te digo que llevaba unos meses interesado en la intrahistoria de los años ochenta españoles. Tampoco sería la primera vez que me adivinas el paso, canalla. Hasta ahora me había movido entre reportajes y biografías de la época, pero Una primavera atroz es la primera novela que leo al respecto (también es la primera que leo de JPQ). No importa: se lee como una crónica, bien lo sabes, con personajes y situaciones hartamente reconocibles. Diré también que me ha sorprendido la desnudez del estilo. Hacía a Quiñonero más afín a determinadas paparruchas formales, de las que yo he hecho un absurdo credo. Tampoco importa. El hilo de voz que sobrevuela desde la primera página, el inconfundible alarido de JPQ, carga sobre sus hombros con todo el peso del arquitrabe literario. Por debajo, un cúmulo desgarrante de personajes que son gusanos, de gusanos que son ratas, de licántropos que son personajes, abren el diafragma de un pozo sin fondo, a la espera del próximo desventurado que engullir. De los ochenta yo no guardo más que tres o cuatro recuerdos consistentes. Una autovía, llamada de Castelldefels, y la tapicería gris de un Ford Escort. Un chico infame del colegio, llamado José Luis, que me obligaba a meter la mano en la taza del váter. Un chiringuito, llamado Lancaster, donde comíamos paella los domingos… Hace seis o siete años descubrí otro país, llamado Polonia, al que creo que amas incluso más que yo, y con prurito occidental me dije que era como la España de los ochenta. Un país por hacer. Una infraestructura por levantar. Inmensos lares de tierra por tramar. Todo un proyecto político que no acabará mejor de lo que terminó el nuestro. El libro de Quiñonero describe ese país en el que todavía demasiada gente era capaz de ser más lista que el sistema. Una jungla salvaje que no se apreciaba con claridad desde la tapicería del Escort -y mucho menos si ese Escort se desplazaba por las carreteras del oasis catalán-, pero donde te podías llevar en cualquier momento una dentellada atroz. Los ochenta, tal como los cuentan JPQ, Santiago Aroca o tantos otros, dinamitan la gran estafa que significa 2009. Y al mismo tiempo, parece imposible que hayamos llegado hasta aquí. El tal Correa sería un auténtico pardillo entre aquellos lodos, reconócemelo. Sé que en este punto no opinamos lo mismo, y que tú estás seguro de que, desde Abel, no ha cambiado nada en Caína. Pero yo creo que ya no hay tantísima gente con más recursos que el propio sistema. Aunque, claro, eso ya tampoco importa. La primavera atroz sancionó las costuras con las que nos cubriremos en adelante, y por más que nos dejara esta chaqueta patibularia, por más que se llevara por delante a algunos de los más valientes, precisamente por que no dejó más que este siete de taberna, queda muy poquita tela que cortar.
Me dice M. que igual cambia los pasos sevillanos por el secarral de Madrid. Habrá que recibirle con vítores y banda marcial. A ver si te llamo y desempolvamos tu acordeón, [Espectroscopio, 28 de marzo 2009].
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Me tomo la interesada libertad de poner en negritas algunas frases. Quede constancia de mi gratitud.
- Primera noticia de Una primavera atroz.
- Caína, cultura, política y corrupción de la moral cívica.
- Caína y su Corte de los milagros.
- Caína y Los Heraldos Negros.
- Anales de Caína.
Madre mía, esto de internet es una locura!!!
Bueno, por supuesto, que ya hablaré con «espectroscopio» y le comentaré esta entrada.
Y por supuesto, claro, que me gusta regalar y dejar a amigos buenos libros como el tuyo y los que, con buen tino, sugieres por este Infierno.
Un saludo
Querido JPQ, leerle es un verdadero placer. Conseguir emocionarle, ni que sea una brizna, es todo un honor. Muchísimas gracias por la cita! Saludos
Joaquín II, Zápiro,
… Joaquín II,
La sorpresa y la Gratitud son mías, oye. Si.
… Zápiro,
Oye, ya me dirás donde te invito a algo más que café y agua mineral. Gracias mil y un montonazo, claro,
Q.-
pues se me ocurren unos cuantos sitios… 😉 seguro que tendremos ocasión. salute!
Zápiro,
Seguro. En eso quedamos. Aquí me tienes.
Salve..!
Q.-
me entretenido mucho leyéndelo tu blog.
Martín,
Oye, pues encantado. Espero no decepcionarte demasiado pronto…
Q.-
Lèa acaba de llegar a la sofocante Moscú y, no me resisto a la confesión: junto a su primavera me ha traído… ¡Una Primavera Atroz!
Ya le diré qué tal
jejej
Qué noticia tan interesante, Armando… y llegada de Moscú… vaya, vaya… estoy esperando ya tu lectura de la Primavera atroz de nuestro Q… igual me animo incluso a dar la mía
Armando, Nina…
Armando,
Uauuuuuuuuuuuuuuu… te envío un montonazo de gratitudes, abrazos y todo lo que sea oportuno (dentro de un orden) para Lea, una mujer como dios manda, oye… las mujeres inteligentes son más atractivas, todavía, creo.
Nina,
Ya me contarás donde te envío la comisión que corresponda como lectora emérita de Una primavera atroz, oye,
Q.-