Los terroristas suicidas de Yakarta nos recuerdan el carácter global de una amenaza islámica cuyo arco de crisis va de Indonesia, en el extremo oriente asiático, a Marruecos, en el extremo occidente mediterráneo, a las puertas de España, Europa.
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La Yemaa Islamía, a quien se atribuye el baño de sangre en la capital de Indonesia, es uno de los quince o veinte grupúsculos revolucionarios que han utilizado la “franquicia” de Al Qaeda, como el Grupo Islámico Combatiente Marroquí, o el argelino Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, entre otra miríada de organizaciones implantadas en todo Oriente medio, en las fronteras de China y Rusia.
La telefonía móvil, Internet y las antenas parabólicas ofrecen a esos archipiélagos subversivos, revolucionarios, a geometría variable, una “unidad” operacional que hace innecesario el “mando único” de los antiguos cuerpos de ejército regulares.
En su diversidad, los terroristas islámicos comparten los mismos objetivos revolucionarios: derrocar gobiernos infieles o traidores a la fe islámica “auténtica” (Indonesia, Arabia Saudita, Marruecos, Argelia, etc.) y prolongar indefinidamente la guerra subversiva contra antiguas y nuevas potencias coloniales. No es un azar que Pekín -tras la insurrección uigur / musulmana- haya sido “amenazado”, en el Magreb, a una hora de Alicante o Barcelona, por los mismos grupúsculos salafistas que sueñan con nuevos baños de sangre en Madrid o París.
Sin duda, la última matanza de Yemaa Islamía no derrocará mañana al mayor Estado musulmán del mundo. Pero su ensangrentada onda de choque tiene una dimensión global: las imágenes y la información planetaria confieren a la “franquicia” Al Qaeda y sus catecismos subversivos una inquietante visibilidad, alimentando a toda hora la ilusión de la “fraternidad” entre los asesinos que ya vagan por nuestras ciudades, esperando su hora.
- Terror en este Infierno.
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