RueBonaparte, 9 abril 2011. Foto JPQ.
Imprescindibles para sobrevivir.
Octavio Paz, la muerte de la literatura y la degradación de España a través de la industria editorial.
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BENET Y LA PESTE DE LA MODA
Si hubiese que creer lo que cuentan los periódicos, la cultura se habría convertido -a juzgar por lo que publican los periódicos- en un apéndice del marketing y la publicidad de las industrias de la incultura, socavando la vida cívica a través de la basura que se produce y distribuye para alimentar a las multitudes lectoricidas.
De ahí, me digo, que la resistencia primera contra tal desorden endemoniado comience por la defensa y restauración de valores y principios, que, en el terreno literario, la crítica literaria abandona a los servicios de promoción de naderías.
Un caso palmario, tras las apariencias, quizá sea el de Juan Benet, víctima de la peste de la moda y las industrias de la incultura.
La moda lo ensalzó y lo hundió en el pozo negro de las naderías que se producen, consumen, y abandonan en el basurero público del olvido.
Las industrias de la incultura se sirven de él, ocasionalmente, para vender las chucherías producidas por alguna marca de productos de entretenimiento.
Juan fue otra cosa.
COMO ESCAPAR A LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ
Hay una tradición no historiada de la lengua castellana que intenta redimir la tierra seca y árida de un pasado endemoniado buscando en el estilo noble castellano (Jorge Manrique, Garcilaso, Aldana, etcétera) las semillas y el agua virginal que no siempre consigue aflorar, para saciar nuestra sed, oculta en un pozo negro cegado por las basuras y pedregosas tradiciones cainitas.
Esa tradición en busca de raíces siempre descubre a su paso -intentando escapar a la tierra baldía de la tradición hampesca, cainita, que nos asfixia desde la Picaresca- el dolor y la aridez de los baldíos poblados con semillas y cuerpos sin alma descritos en la tierra de Alvargonzález de Antonio Machado, de los que intenta huir, sofocada, sin respiración, perdida en los páramos de almas idas.
En ocasiones, quienes transintan en soledad por las solitarias veredas del estilo noble, intentando escapar a esa maldición, creen que sus obras podrán escapar y salvarnos a nosotros de la muerte por asfixia en el cementerio de la ciudad y el campo yermos, convertidos en teatros vacíos, eriales y baldíos.
APRENDER A MORIR CON DIGNIDAD
La prosa de Juan Benet afronta semejante angustia recurriendo a la tragedia griega, para intentar encontrar respuesta a tanta desdicha y tanto infortunio.
Región es una tierra encantada por la muerte y la historia. La primera noche que discutí con Juan de su obra, él puso fin a nuestra velada con una cita que atribuyó a Faulkner y nunca he verificado: “El conocimiento, y no el dolor, es el que camina por mil calles solitarias y salvajes”. Nuestro conocimiento de nuestra historia y nuestras tierras se me antoja muy parco en certidumbres. Quizás nos quede la infinitud del dolor sin orillas, patrimonio mucho más sólido e incuestionable.
Construyendo y revisitando Región, sin cesar, Juan Benet devuelve al dolor su primera condición épica. Somos hombres porque sufrimos y somos capaces de agonizar con estilo. Morir es la más inmortal de las artes. Vivimos para aprender a morir. Y solo llegamos a ser hombres muriendo con dignidad.
TOREROS Y SUICIDAS
Es muy fácil e imprescindible recurrir a Jünger, Joseph Conrad y los condados de Jefferson y Yoknapatawpha para razonar e intentar explicar la concepción de la muerte, la épica y el heroísmo que articulan toda la obra de Juan Benet. Quizás fuese prudente e imprescindible comenzar por recordar, sin embargo, mucho antes, que sus raíces últimas hay que buscarlas en la historia de su vocabulario y su lengua, en la épica y la caballería musulmanas, en el Libro de las Batallas de la gran literatura aljamiadomorisca, en la poesía de Jorge Manrique, incluso en la estética del toreo, que también es un arte de matar y morir con gracia, en la más absoluta y desamparada soledad.
Algún capitán de El aire de un crimen (1.980) empuña su pistola de servicio para poner fin a su vida con la hombría inútil de los grandes matadores de toros: “¡Dejadme solo!…”. Por supuesto, no olvidaré que a los toreros y los héroes de Juan Benet los separan muy diferentes concepciones del sacrificio. El torero se juega la vida por unas monedas y una pasajera e incierta gloria. En Región, el suicida se inmola él mismo en sacrificio, en nombre de una concepción íntima, callada e individual de la moral y el valor de la vida, que no vale nada si no se ajusta a un riguroso canon ético. Confiado en salvar su vida, el torero se la juega a través de su nada banal arte de birlibirloque. El suicida sacrifica su vida en silencio, en nombre de un orden superior de la ética y el espíritu. El torero aspira a la redención a través de un arte volátil y temerario, que también es un espectáculo no siempre glorioso. Los suicidas de Región deciden poner fin solitario a una dolorosa farsa, que ya dura demasiado.
EL ARTE DE MORIR
Siendo tan diferentes, los héroes que agonizan en Región y el torero achulado coqueteando con la muerte quizás tengan en común una cierta concepción estética y solitaria del arte de vivir y morir con gracia o dignidad. Y todos son víctimas de un mismo y único drama: la inutilidad del sacrificio. El toreo culmina con una fiesta sin gracia ni gloria. Los héroes de Región caen sin saber a quien pudiera honrar su estéril gesto.
Por el contrario, es una evidencia que la prosa y el estilo de Benet reinstalan el arte de morir, en Región, en la geografía de los grandes mitos y leyendas de otros pueblos y culturas. El capitán suicida pertenece a la tradición castiza. El arte de la evocación de su agonía inventa un solar terrenal bañado con la luz y la gracia de la tragedia griega, los historiadores romanos y la cultura universal. Sus héroes mueren en la más funesta ignorancia de su incierto destino, pero Juan Benet si sabe que la muerte de Virgilio, reconstruida por Hermann Broch, también habla de la suerte de un pueblo, el tumultuoso rumbo de nuestra civilización.
INVICTOS
A través de una lengua culta, tocada, siempre, por el aura de los vocabularios de la mineralogía, la botánica rural, la ingeniería, la arquitectura, la geología, el apólogo ético y moral, esa tierra antaño rústica y virgen comienza a repoblarse con oscuras leyendas, ecos y espasmos agonales de una historia sombría. El ingeniero de caminos reconoce, explora y transita, alucinado, por tan agrestes y solitarios parajes. Él comenzará por establecer una cartografía del dolor, descubriendo que las viejas y herrumbrosas lanzas, rotas y humilladas en el páramo en llamas, la ceniza de aquellos paisajes, testigos de tanta y tan cruenta e inútil guerra, podían y debían contemplarse a la luz de la memoria y el verbo de horizontes menos mezquinos y asfixiantes.
Esa oscura y diamantina luz de la prosa de Juan Benet devuelve a las formas de sufrir y morir en Región una condición más universal y menos castiza. Si es que hay diferencias en la universalidad fatal de la muerte. De existir, esas posibles diferencias pudieran hablar de las distintas relaciones del hombre con lo espiritual que hay en él y no siempre conoce ni cultiva. En Región, el dolor, purísimo e intacto, se yergue y se pone en pié en el yermo, alzando su rostro más noble y sin tacha. Para enseñarnos y repetirnos una púdica plegaria. Nos hacemos hombres aprendiendo a sufrir, capaces de contemplar y afrontar, solos, el dolor, que mide nuestra hombría de bien. Incluso y sobre todo cuando sabemos que todo está perdido y sin remedio. Puesto que basta una palabra, un gesto, una voz, un pañuelo, para recordarnos cual es y cuánto debemos a nuestro linaje, cuando somos fieles al intachable respeto debido a quienes somos y debemos ser, invitándonos a ponernos en pié, olímpicos e intactos en el dolor, radiantes incluso en la gloria del infortunio. Como hombres. Contra la muerte, invictos.
PRIMER OFICIO DEL HOMBRE
¿No es esa la más heroica y profunda tradición española, de Jorge Manrique a los Fusilamientos del Tres de Mayo? ¿No son los Desastres de la Guerra la ilustración ideal de la saga y la historia de Región?
Esa educación para la muerte también es una educación sentimental. Lo más difícil de ese aprendizaje, que es el primer oficio del hombre, es la construcción de un alma, la suya. En su vasto empeño por salvar y devolver a la prosa de su lengua y época una inmensa tierra de inexpugnables principios éticos y estéticos, Juan Benet no estuvo solo, ni mucho menos, en el ardiente deseo de crear una geografía espiritual que nos ofreciese cobijo contra el caos y las tormentas de la historia.
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J. Moreno says
«Lo más difícil de ese aprendizaje, que es el primer oficio del hombre, es la construcción de un alma, la suya.»
De los 70 años de existencia, 60 como mínimo, llevo en el empeño.
El arte de Cúchares empaña el escrito……
JP Quiñonero says
J.Moreno,
Clarooooo… en esa faena se va una vida; y no es seguro que se termine con buen pie, me temo. Seguro que tus dietas y sabidurías vienen de esa tarea, seguro, si,
Q.-
Ramón Machón says
Emocionante, emocionante.
maty says
Esa tradición en busca de raíces…
Sentidos Marchas Procesionales de la Semana Santa de Sevilla. Vjkoslav Sutej. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. 1995.
JP Quiñonero says
Ramón, Maty…
Ramón,
Aprender a morir con gracia y en gracia… en efecto, emocionante: quizá esa emoción sea lo único importante.
Maty,
Por mi parte… pasé el fin de semana en Vézelay…
Q.-
De la morena says
«Imprescindibles para sobrevivir» son los dos argumentos que aparecen en el afoto? Lo suscribo.
Blanca Andreu says
Sin olvidar que Juan fue banderillero en Calanda con la cuadrilla de Rafael Ortega y que a menudo hizo el paseíllo cuando a los Dominguines les faltaba gente para poder faenar.
En nuestra casa de campo había un cartel de toros pegado al muro de la sala de billar donde podía leerse, tras dos o tres Dominguines: y JUAN BENET «EL NOVELAS»
JP Quiñonero says
Blanca,
Me sorprende y agrada leerte…
Si, Juan tenía esas cosas, too, que aportan una nota más honda de lo que pudiera parecer, claro, si.
Q.-