Jordi Pujol y el mal funcionamiento de España.
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¿Cómo dudar que el futuro político de Cataluña afectará de manera muy sustancial a España..?
Sospecho que no se percibe, fuera de Cataluña, el incremento llamativo del “sentimiento independentista”. Se trata de un dato inflamable, cuyo análisis frío debiera alimentar un indispensable debate de fondo.
Debate cultural, mucho antes que político.
El presidente Pujol estima que cuatro problemas empantanados están atizando un “sentimiento independentista” creciente:
1. El enfrentamiento entre lo votado y aprobado por los parlamentos catalán y español y las sentencias de un “poco fiable” Tribunal Constitucional, precipitando una crisis de fondo del “auto gobierno”.
2. Los recursos financieros. Nadie duda que el funcionamiento económico / presupuestario del Estado autonómico es muy malo, injusto y “perverso”.
3. En Madrid no se percibe con claridad hasta qué punto está “triunfando” el eslogan populista de “España nos roba”.
4. La cuestión secular de la cultura catalana, invisible fuera de Cataluña…
A esa razones, yo añadiría otra, de calado creciente, que nadie desea analizar desde una óptica política: La chilaba y la barra de pan, en Arenys / Sinera.
- El Rey, Rajoy, Rubalcaba, Pujol y la corrupción.
- Oriol Pujol, los reptiles y la pobreza, en Barcelona.
- Jordi Pujol y la independencia de Cataluña.
- España, Anales de Caína y Cataluña en este Infierno.
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La Vanguardia, 16 agosto 2013
Tiene toda la lógica
Jordi Pujol i Soley, expresidente de la Generalitat
Tiene toda la lógica lo que está pasando en la relación entre Catalunya y España. Ahora muy mala. Con perspectiva histórica, ¿qué ha pasado? Sucede que durante el siglo XX una característica definitoria capital de la sociedad y la política de Catalunya fue un catalanismo potente, un nacionalismo de clara mayoría no separatista. Como prueba, esta lista: Almirall, Maragall, Prat de la Riba, Cambó, Seguí, Campalans, Cardó, Vidal i Barraquer, Companys, Comorera. Sólo durante uno años Macià representa una excepción. Pero de Macià fue también la consigna, el año 1933, de “tenemos que salvar la República”. La República española.
Hay después cuarenta años de dictadura franquista. Eso es aparte. Pero no del todo. Porque la recuperación que después de la guerra se va produciendo en Catalunya –en todos los ámbitos– no rompe la línea mayoritaria del nacionalismo catalán hasta la Guerra Civil. Nombres como los de Espriu o Vicens Vives son la prueba. O el del president Tarradellas. O el del conjunto de fuerzas políticas catalanas de la clandestinidad. De la misma Assemblea de Catalunya, por ejemplo. Y es la prueba la acción colectiva de Catalunya desde 1960, sobre todo desde la transición. En todos los campos y desde todo tipo de sectores.
Catalunya puede decir que ha actuado en el marco español con lealtad, con convicción y a menudo con eficacia. Pero ahora es de aceptación general que “se han roto los puentes”.
Hasta que haya un referéndum o una consulta no sabremos el grado y la intensidad de esta ruptura. Pero ahora mismo la ruptura es un hecho. Y si bien algunos dicen que hay que reparar esta ruptura, no llega ninguna respuesta ni ninguna propuesta en este sentido, ni que sea modesta.
Se podría decir que en Catalunya el estado de ánimo y los posicionamientos se han endurecido considerablemente. Pero la historia ya mencionada del nacionalismo catalán de todo el siglo XX y hasta hace cuatro días deja claro que no era este su propósito. Y la más reciente evolución de la actitud española desde 1975 hasta ahora también deja claro que la actitud de España hacia Catalunya, que pareció más favorable y más ecuánime, no respondía a una voluntad de encaje positivo, de buena colaboración y de respeto. O fue un engaño o un espejismo o una muy fugaz y esporádica ilusión. Y una vez superado todo eso –cuestión de muy poco tiempo–, se ha vuelto a la España de siempre. La que no entendió ni quiso entender a Almirall, Maragall, Cambó, Pallach, Espriu, Trias Fargas, Ernest Lluch.
Y, puestos a hablar de endurecimiento, hace falta analizar el endurecimiento de la Administración española. En los procedimientos y sobre todo en los objetivos. Tan radicales, tan orientados a “acabemos de una vez” y a “que dentro de una o dos generaciones ya no se hable más de esto del catalán y del Estatuto”, que matan toda esperanza. Y esto hace estéril el discurso de aquellos que siguen hablando de rehacer puentes. A algunos se les tiene que agradecer la buena fe. Pero se les tiene que reclamar que analicen la realidad sin autoengaño.
Hay que decir que no es nada previsible que a Catalunya se le haga ahora una propuesta mínimamente aceptable en los temas básicos. Los de mayor importancia son los siguientes:
1. El del autogobierno. El de la autonomía. Es decir, la capacidad de asumir responsabilidades realmente importantes de cara a los ciudadanos. Es decir, que la Generalitat (president, Govern y Parlament) tenga una importante y efectiva capacidad de decisión, de manera que pueda incidir de una forma muy importante en la sociedad. Que no sea verdad aquello que van diciendo de que “vamos a hacer de la Generalitat una casa de cartón piedra, y además vacía”. Con la interpretación descaradamente a la baja de la Constitución y del Estatut, los cambios legislativos, la utilización de toda tipo de argucias, los hechos consumados, los constantes incumplimientos legales y económicos, la utilización muy poco fiable del Tribunal Constitucional.
2. El de los recursos financieros. A pesar de la política de confusión de datos que practican la Administración del Estado, los grandes partidos españoles y buena parte del mundo académico y mediático, es innegable que Catalunya recibe un trato financiero por parte del Estado muy discriminatorio. Muy negativo. Y en cambio tiene una carga social muy fuerte, entre otros motivos por la inmigración. Y el propio desarrollo económico obliga a un esfuerzo suplementario de competitividad. Todo eso explica que Catalunya tenga un déficit fiscal en la relación con el Estado muy alto, que perjudica gravemente en un doble terreno: en el de la competitividad económica y en el social, es decir, en la atención a la gente (lo que se suele llamar el Estado de bienestar) y en la eficacia del ascensor social.
3. A propósito de la financiación, hay que hacer notar –y tenerlo muy en cuenta– que actualmente el perjuicio mayor para Catalunya, desde el punto de vista de la financiación, no son las infraestructuras. Con alguna excepción de especial urgencia.
El perjuicio grave está en cuestiones como correr el riesgo de no poder pagar a los funcionarios, o los conciertos de las escuelas o de los hospitales, o el mantenimiento de las residencias de personas mayores, o los proveedores de la Administración. O pagar el Pirmi. O también –y eso es un peligro importante a estas alturas–, no poder mantener el nivel de investigación (que había mejorado). Todo son cosas menos espectaculares, que no se ven ni se tocan, pero decisivas si queremos evitar la pérdida de cohesión y el decaimiento del país. Si queremos evitar el fracaso y el desprestigio.
4. El de la identidad. El catalanismo tiene, sin duda, un componente económico. Y también social, como acabamos de decir. Pero tiene otro tan importante como estos, que es el conjunto constituido por el sentimiento, la cultura y la lengua. Todo muy entrelazado. La idea bastante extendida en España de que la motivación del catalanismo es sólo o principalmente económica es del todo errónea. La lengua y la cultura, y el sentido de identidad que se deriva, desempeñan un papel primordial. Tanto es así, que ahora mismo la ley Wert es un obstáculo muy importante –como una línea roja– para cualquier posible acercamiento de posiciones. Es opinión muy extendida en Catalunya que la supresión de la inmersión lingüística representa un gran peligro para el mantenimiento del catalán y de la cohesión de nuestra sociedad. Así las cosas –y sin ninguna previsión de cambio–, tiene toda la lógica y todo el sentido que haya habido y exista un gran incremento del sentimiento independentista.
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