En definitiva, el consumo de basura pudre nuestras almas y nuestras entrañas.
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Centro Pompidou, 25 noviembre 2014. Foto JPQ. Jeff Koons, 1… El hombre de los huevos de oro [ .. ] The Koons cult has triumphed [ .. ] And where there is no doubt there is no art [ .. ] Koons is a publicist’s artist [ .. ] “Banality” [ .. ] Macho buffoon [ .. ] The class clown … The New York Review Books, 25 septiembre 2014. Jed Perl, The Cult of Jeff Koons.
Esa podredumbre y destrucción de la identidad de los seres humanos, decía, amenaza los fundamentos de nuestra civilización, nos advirtió Allan Bloom.
A juicio de Martha Nussbaum, la incultura de masas anuncia el suicidio de las almas condenadas a la tiranía de la nada.
Harold Bloom subraya la actualidad de la catástrofe: “Todos los días recibo correos con el mismo lamento: ‘Leemos basura”.
Presenté hace años la obra de Allan Bloom…
AB ha publicado un panfleto filosófico brutal (1): la historia de una cierta decadencia moral, minando los fundamentos y valores donde, en otro tiempo, moraba el alma de la civilización occidental…
El lector advertido no se equivoca: en efecto, Bloom hace el inventario de las catástrofes y tragedias anunciadas por Nietzsche. Y la suya es, quizá, la más implacable cartografía de la tierra baldía donde sobrevivimos, caídos de hinojos en las cenizas del yermo despoblado por las viejas divinidades y principios que alimentaron, con su savia, el ajado esplendor de nuestra juventud perdida.
La Escuela de Viena nos hizo amar la tentación del suicidio final, la venenosa belleza de una agonía mortal e implacable. Las escuelas existencialistas nos revelaron los misterios del ser caído de bruces en un vacío inhóspito y agonal.
El psicoanálisis reconstruyo un Olimpo clínico y aséptico, donde la terapéutica sustituye y suplanta con violencia las viejas y cansadas divinidades, sustituidas por las alzas y bajas de una cuenta corriente, los ansiolíticos recetados por la Seguridad Social.
La abstracción pictórica desterró nuestra figura y existencia misma, para inmortalizar nuestra desaparición como actores de nuestra propia vida, dejando un rastro de cenizas frías, las huellas de nuestro dolor anónimo e insomne.
La irrupción brutal y ensangrentada de otros pueblos y otras civilizaciones en el torbellino inquietante de nuestra historia humilló el euro centrismo de nuestros fundamentos morales, religiosos, culturales, sin aportarnos la vana consolación de una nueva creencia en la que depositar nuestra esperanza, una nueva doctrina con la que amueblar el ser vacío de nuestra conciencia perdida…
Nietzsche anunció el fin trágico e irremediable de los valores fundacionales de nuestra cansada, frágil y mortal civilización,
contemplando, horrorizado, el advenimiento de una civilización cuya ausencia de valores nos condenaba a sufrir guerras de ferocidad desconocida, suplicios de atroz refinamiento mecánico, el presagio espantoso del dolor y la mediocridad vampirizando las calles de la gran ciudad moderna.
Kafka, años mas tarde, nos confirmaba la evidencia: la marea negra totalitaria todo lo arrasa a su paso. Lenguas, cuerpos, historia, hombres, amor, creencias, se han convertido en objetos perdidos en el catalogo de los objetos abandonados en la clínica psiquiátrica, el supermercado, el campo de concentración.
Consciente y aterrado, ante la evidencia de un proceso aparentemente inexorable, Allan Bloom se ha entregado a la pasión del entomólogo dieciochesco:
-Anotando con irónica precisión los síntomas de nuestras enfermedades: llámense corrupción de las humanidades, masificación de la ignorancia, exaltación de la vaciedad moral, banalización y desaparición de las pasiones en nombre de un relativismo moral que arrasa todos los valores.
-Describiendo con rigor la triste historia de nuestras desventuras: seres solitarios incapaces de ser felices consumiendo el tiempo y las mercancías que producimos, con la zafiedad de quien ha perdido el rumbo de su vida y dice confiar en la trivialización de la ignorancia y la estulticia para intentar medir los limites de la propia insignificancia.
-Denunciando con el vigor de un viejo moralista romano las plagas de nuestro tiempo: universidades incapaces de transmitir o despertar nobles pasiones; industrialización zoológica de la música convertida en mero estimulante nervioso; incapacidad de las familias de ofrecer un cobijo moral que defienda antiguos principios; conversión de la política en un negocio de “managers” marcando al rojo de la demagogia verbal la corrupción de los valores que antes nos permitían “comunicarnos” y
hoy confirman la desaparición de los principios donde un día pudo florecer nuestra civilización.
Nietzsche nos previno, con vigor, de los riesgos mortales del tal proceso. Heidegger inicio, quizá, la aventura intelectual que un día pudiera fundar un proyecto de reconstrucción moral. Heidegger, en definitiva, nos recuerda que nuestra civilización es la metáfora ultima de las variaciones verbales de algunos poemas griegos. La relectura de esos poemas, su reescritura, quizá pudiera precipitar la reconstrucción de un proceso verbal y moral que nos permitiese concebir, imaginar, reconstruir, una nueva morada para nuestra alma desarmada y errante en un mundo despoblado de las viejas divinidades y pasiones que habitaron nuestra infancia.
No fue otro el proyecto de Hölderlin: releer la Antígona de Sófocles para reinventar un mito que devolviese a nuestras almas desamparadas el vigor, la fuerza, la fe, en definitiva, de una creencia por la que ser capaces de tirarnos a la calle a morir en nombre de nuestras ideas y recobradas pasiones.
El inventario de Allan Bloom parece poner de manifiesto que la obra Hölderlin y Heidegger ha caído en el purgatorio de nuestra propia derrota.
Nuestras universidades no nos enseñan como devolver a nuestras almas la libertad de unas creencias que nos ayuden a ser mas nobles, mas felices, devolviéndonos la confianza en alguna certidumbre moral.
Nuestra música ha desertado de todo proyecto “apolíneo”, entregándose a una “locura dionisíaca” sin fondo, sin fin, sin horizonte: la consagración del “eros” zoológico que, tras la copulación anónima, cae de hinojos en el sueño vegetal.
Nuestra literatura no nos ensena a vivir o a morir: se limita a convertirse en mero “testimonio” que, creyendo hablar con “libertad”, confirma nuestra condición de lacayos.
Nuestras humanidades hace tiempo que abandonaron cualquier pretensión “humanista”. El adjetivo mismo tiene hoy algo de sospechoso y proscrito: la nueva división del trabajo intelectual se nutre de vocablos que provienen de las artes de la guerra, la industria, el comercio, las ciencias, la tecnología, presuntas divinidades sin Dios que se manifiestan incapaces de ocupar el puesto vacío que antes ocuparon las disciplinas clásicas, para siempre enterradas en una biblioteca universal cuyas proporciones sin precedentes condenan al libro y la lectura, perdidos en el piélago de los libros cuya proliferación hace imposible la lectura, envenenando el gusto y los valores a través de los tráficos inconfesables del “marketing” y la publicidad de masas, pasto y podredumbre para las multitudes lectoricidas.
Seria erróneo, sin embargo, me digo, abandonarse el delirio y el nihilismo mismo anunciado por Nietzsche. La obra de Bloom, en definitiva, pone de manifiesto que la batalla continúa y prosigue, en nosotros, contra nosotros, y a través de nuestra propia audacia.
El carácter panfletario de la obra de Bloom subraya esa evidencia: es evidente que las fuerzas del mal están arrasando, devastando y entregándose al pillaje de nuestras almas. Pero no es menos cierto que, aquí o allá, hombres solitarios y tenaces venden cara su imposible dimisión, denuncian, insobornables, su irrenunciable decisión de combatir hasta el fin.
Se trata, quizá, de un proceso moral de nuevo cuno. La Viena de Wittengstein se abandonaba, inconsciente, al precipicio final donde todo debía perecer, la hoguera, el Holocausto, el advenimiento del campo de concentración que aspira a conquistar el mundo. El extranjero de Camus nos sedujo, precisamente, a través de la misericordia que inspira el ser sin patria ni cobijo que nos parece tan próximo a nosotros, cuando habla de nosotros mismos. Instalados, al fin, en la noche eterna donde han desaparecido todos los valores, Heidegger nos invita a recorrer un nuevo camino: el tesoro perdido de los poemas presocráticos quizá pudiera entrañar un nuevo misterio; la gramática de la lengua griega quizá pudiera declinarse de otro modo, y, tras esas nuevas metáforas, quizá nuestra carne, nuestra conciencia, pudieran poblarse con un nuevo destino.
No es otra la tarea que emprende Allan Bloom, comenzando por una suerte de higiénica gimnasia intelectual. Traductor de Platon,
Bloom es un pedagogo que, para mejor seducir a las jóvenes almas a quienes intenta devolver la pasión por la literatura clásica, no duda en disfrazarse de juez implacable y justiciero.
Mucho antes de iniciar la reconquista o la reconstrucción de viejos o desconocidos valores, el pedagogo debe recordar a Sócrates condenado por las leyes de la ciudad: su ironía, su sabiduría, sus revelaciones sobre la música y la oratoria de los sofistas deben pagarse con la propia vida. Para sus discípulos, para Platon, esa sera la ultima lección: cuando la cicuta comience a paralizar sus piernas, el viejo Sócrates descubrirá en las lagrimas y la turbación de sus discípulos que la palabra y la crítica de la palabra dejan una huella duradera. Su vida cobrara un sentido que había escapado a su propia retorica y Platon nos reconstruye con sus diálogos sobre las almas, el amor, las pasiones y la República.
Bloom descubre y nos muestra las leyes y la cicuta que están desarmando y envenenando nuestras almas. Viejos profesor de retórica y gramática griega, en Chicago, Bloom se entrega, con pasión, a la descripción de los males que devoran el cuerpo de las almas, los pueblos y las civilizaciones, cuando los hombres son victimas de la corrupción de las palabras y los valores.
Tras su elocuencia, tras la elocuencia del pedagogo y el sofista, no es difícil rastrear las huellas de una pasión: la pasión de la gramática y las artes de la memoria. Gramatica que intenta reconstruir una retorica que haga habitable la casa vacía de nuestro ser. Recuerdos y artes de la memoria que intentan evocar e imaginar un tiempo pasado anterior a la decadencia, que, en la poesía griega, se confunde con la poesía y los viajes homéricos, y en la poesía y la literatura castellana se confunde con los sueños y esperanzas posteriores al Mio Cid, antes que Rocinante hunda a Don Quijote en un precipicio que, con nuestra razón novelesca, no deja de fundar el malestar trágico y original de nuestra cultura.
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