De Le Clézio a André Glucksmann, de Amélie Nothomb a Alain Finkielkraut, pasando por…
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Tras las grandes manifestaciones nacionales, que fueron la primera respuesta cívica contra las matanzas terroristas de la semana pasada, editores, escritores y filósofos participan en un inmenso debate cultural, que va mucho más allá de las fronteras nacionales francesas.
A través de la prensa escrita, la radio y la tv, intelectuales, escritores, ensayistas, están diseccionando desde muy diversas ópticas culturales la gran crisis en curso.
Abrió el “fuego” la editorial más importante de Francia, Gallimard, que se apresuró a lanzar una edición de urgencia de un clásico canónico, el Tratado de la tolerancia (1763) de Voltaire, que muchas librerías han ofrecido a sus lectores con una banda que dice “Yo soy Charlie”.
Sin embargo, el mismo Voltaire también puede suscitar dudas y reservas de fondo.
Rémi Brague, académico, filósofo, especialista en filosofía medieval, árabe y judía, catedrático de filosofía en la Universidad de Paris I Panthéon-Sorbonne y en la Ludwig-Maximilian Universität de Munich, comenta en Le Figaro: “Quizá sea oportuno recordar que Voltaire también tuvo ramalazos anti semitas”.
Brague teme que los ataques de cristofobia y judeofobia sean anteriores y mucho más duros que la presumida islamofobia de las caricaturas de Mahoma: “Las caricaturas de “Charlie” no son nada comparadas con lo que se ha publicado sobre Jesús, el Crucificado. Y no deja de ser sintomático que prosigan los “chistes” contra el crucificado, que fue una víctima, un hombre de carne y hueso capaz del sacrificio, por las ideas, por sus ideas, por nuestras idas, las ideas donde se funda nuestra civilización. No se hacen chistes contra quienes torturaron a Jesús”.
Gran especialista en filosofía medieval, árabe y judía, Brague establece una diferencia de fondo entre los fundamentos de las grandes religiones: “Jesús y Buda son intachables. Jesús se ofreció en sacrificio y murió por sus ideas, como Sócrates. Lo que sabemos de Mahoma nos habla de un muy otro personaje, que tiene paralelismos con la actualidad. Todo el islam reposa en las revelaciones hechas a Mahoma, de ahí el peligro para los musulmanes de criticar los fundamentos del edificio. Sin embargo, los historiadores saben que el Mahoma histórico era capaz de torturar a sus enemigos y pedir el asesinato de quienes se mofaron de él”.
A juicio de Brague, “hay que distinguir entre la violencia de quienes adhieren a una religión y los libros sagrados de esa religión”. A su modo de ver, hay musulmanes virtuosos y musulmanes asesinos.
JMG Le Clézio, premio Nobel de literatura, ha reaccionado ante el debate en curso, escribiendo en Le Monde: “Nuestra gran tragedia es que, en principio, no se trataba de tres bárbaros. Eran tres jóvenes como hay muchos otros, en nuestros suburbios, no lo olvidemos. En cierta medida, esos mismos asesinos pudieron tener otra historia. Pero cayeron en el mal lugar, en el mal momento, con las peores compañías. En esos momentos, sus vidas se precipitaron en un abismo, el abismo de la delincuencia criminal. Tras el inmenso fracaso de la escuela, la prisión les descubrió otro mundo. Creyeron que no tenían un puesto en nuestra sociedad. Y se precipitaron en el infierno del terror”.
Alain Finkielkraut, ensayista y académico, comenta en Le Figaro el ya legendario eslogan: “Yo soy Charlie, yo soy policía, yo soy judío, yo soy la República… vi esa frase en una pancarta, en el histórico desfile que siguió a las matanza. Yo digo lo mismo”.
Finkielkraut continúa: “Temo y condeno con todas mis fuerzas todos los ataque contra las mezquitas y los musulmanes. Al mismo tiempo, no puedo olvidar que, en nombre de la lucha contra la “islamofobia”, estamos asistiendo a la instalación de una forma de autocensura. Muchos de los que hoy se dicen “Charlie” nunca han defendido a un profesor de filosofía, Robert Redeker, amenazado de muerte por los islamistas. Cuando el fanatismo vuelve a paso de carga, ningún profesor francés se atrevería a estudiar el Mahoma de Voltaire. Ningún teatro subvencionado se atrevería a programar esa obra clásica en su repertorio, cuando pudiera ser de tanta actualidad. No sé si se está poniendo en marcha una forma de sumisión, pero el miedo es evidente. Toda esa gesticulación de los lápices levantados en alto, todas las profesiones de fe, no consiguen ocultar ese miedo difuso y real. Es de temer que haya cada vez menos “Charlie” en nuestro territorio”.
André Glucksmann, ensayista y filósofo añade en Le Point: “Hay que nombrar el mal por su nombre. Los asesinos de los periodistas de Charlie Hebdo no eran simplemente musulmanes ni solamente terroristas. No hay que ceder a la amalgama, diciendo que el islam es en sí mismo una amenaza ni al angelismo de desconectarlo del terrorismo y de toda la base religiosa del terrorismo”. A juicio de Glucksmann, los asesinos “sabían lo que hacían” cuando mataron a los humoristas de Charlie Hebdo: «Intentaban matar las fuerzas del espíritu que están contra todos los fanatismos. A mi modo de ver, es muy urgente, para nosotros, apoyar la revuelta de los árabes y las culturas musulmanas. Son ellos, árabes y musulmanes los que están en primera línea, sufriendo el espanto del terror islamista. Y son ellos los primeros que podrán hacer fracasar el fanatismo islámico”.
Nathalie Sarthou-Lajus, filósofa y redactora jefe de Etudes (revista de pensamiento de los jesuitas franceses) analiza en Liberation uno de los debates culturales de fondo: “Hay intransigencias por todas partes, en todas las religiones. Pero unas están más abiertas que otras. Y, en nuestro tiempo, también ha aparecido una intransigencia laica, que plantea inmensos problemas. El problema de la intransigencia musulmana no lo podrán resolver los musulmanes, en solitario. Ese problema nos afecta a todos. Y es imprescindible que lo abordemos todos, dialogando, para evitar nuevas catástrofes”.
Christine Angot, novelista, aborda el problema planteado por otro novelista, Michel Houellebecq, cuya última obra, Sumisión cuenta la fábula de la elección de un presidente musulmán, en Francia, gracias al apoyo de los amigos políticos de Nicolas Sarkozy y François Hollande. Angot escribe en Liberation: “Houellebecq anuncia la muerte de la novela. Se trata de un fantasma atroz, que juega con las tesis de la extrema derecha de Le Pen. La literatura no morirá mientras haya escritores que sientan que su vida está ligada a la de otros seres humanos”.
Otra novelista famosa, Amélie Nothomb, reacciona de este modo al debate cultural en curso, en el Obs: “Han dicho que la policía descubrió uno de mis libros, Higiene del asesino, en una de las habitaciones que ocupó Coulibaly, uno de los asesinos. Quienes vean una coincidencia infecta en ese detalle se equivocan muy malamente. Coulibaly no sabía leer. Era un asesino ignorante e iletrado”.
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