Ucrania, Grecia, tragedia del Airbus A320 de la Germanwings…
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Ningún Estado europeo puede afrontar en solitario tan colosales desafíos.
Ucrania se derrumbaría en pocos días sin la UE, la OTAN y el balón de oxígeno de las instituciones europeas y trasatlánticas.
Solo Europa puede y desea prestar al pueblo griego la ayuda económica de urgencia que haga menos trágica su incierta suerte.
El Airbus A320 que se estrelló la mañana del 24 de marzo en los Alpes marítimos es uno de los símbolos emblemáticos de la cooperación industrial y aeronáutica de una pequeña élite de Estados europeos.
En ese avión viajaban europeos de distinta procedencia. El esclarecimiento de la tragedia y la solidaridad con las familias de las víctimas -no solo europeas- no es la tarea de un solo país, un solo Estado: el análisis de la caja negra del A320 y el estudio de los restos que puedan recogerse es un trabajo esencialmente francés; pero ese trabajo solo es una parte del resto de las tareas imprescindibles para intentar comprender lo ocurrido, esenciales para el futuro de la seguridad de toda Europa.
Tareas en curso, a través del diálogo más intenso entre Alemania, Francia y España.
Tareas que también tienen una dimensión profundamente moral. Europa también se construye en la fraternidad del dolor.
Dolor e incertidumbre que iluminan el estado de la construcción política de Europa, amenazada por las crisis griega y ucraniana.
Europa es una civilización muy vieja, cansada y amenazada. Jünger pensaba que el hombre se mide en su resistencia solitaria ante el dolor y la adversidad. Otro tanto pudiera decirse de los pueblos, amenazados el sonambulismo tribal y las nubes tóxicas ideológicas.
Las crisis de Grecia y Ucrania iluminan todas las crisis de Europa.
Ucrania ilumina la inseguridad y fragilidad de Europa (España, peor).
Tormentas de ceniza y fragilidad de Europa.
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