Pavoroso silencio que conduce directamente al suicidio colectivo.
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Suicidio cultural, si no se intenta abordar y responder a preguntas que vienen de muy lejos.
Julià de Jòdar, Albert Sánchez Piñol o Quim Monzó, entre muchos otros, están muy bien, cómo dudarlo, pero ¿qué hacer y dónde situar a Juan Marsé? Barcelona sería mucho más pobre, oscura, mezquina y provinciana sin Carmen Laforet y Ana María Matute.
¿Hay algún cineasta catalán más importante que el valenciano Luis García Berlanga?
Lluís Llach es un músico y cantante excepcional. Pero ¿qué hacer con Juan Manuel Serrat? Pau Riba es un maestro incontestable, como Sisa. Tan catalanes como Loquillo.
¿Son incompatibles Nuria Feliu, Maria del Mar Bonet, Montserrat Caballé y Victoria de los Ángeles?
¿Es imprescindible excomulgar a Albert Boadella para ensalzar a la Fura del Baus?
Germà Bel y Xavier Sala-i-Martin son economistas muy respetables, como Santiago Niño-Becerra y José María Gay de Liébana, que tienen puntos de vista propios.
Josep Fontana y Jaume Sobrequés tienen visiones patrióticas muy personales, que no siempre comparten colegas como Enric Ucelay-Da Cal y Josep Maria Fradera.
¿Debo seguir?
Se trata de una riqueza con muchos matices, de muy distinta naturaleza. Ignorar ese arco de sensibilidades creadoras es sencillamente suicida. Ocultar o maquillar esa realidad milenaria con la basura de las alfombras patrióticas y / o ideológicas conduce directamente a una tumba, cubierta con raídas banderas y herrumbrosas lanzas.
Catalanes impublicables o infumables en Madrid.
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