“Nos han recortado los créditos, diciéndonos que tenemos que ganar dinero”, me confesaba el martes pasado el máximo responsable de las compras de un gran museo parisino.
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En esas estamos:
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La Bella Otero, inmortalizada por un pionero de la fotografía erótica, Léopold-Émile Reutlinger.
El ministerio de Cultura espera que la exposición Esplendor y miseria de la prostitución en París, 1850 – 1910 (Museo de Orsay) sea una de las más “rentables” económicamente de los últimos años, con un previsible récord de visitantes y venta de “productos derivados”.
Comisariada por Marie Robert e Isolde Pludermacher, conservadoras del Museo de Orsay, y presentada por Richard Thomson, profesor de historia del arte de la Universidad de Edimburgo, Esplendor y miseria de la prostitución en París presenta más de doscientas obras de grandes maestros, tratando desde muy diversos ángulos el tema de la prostitución, los prostíbulos y las prostitutas a finales del XIX y el XX, en París.
Tema clásico, de la Olimpia de Manet a Las señoritas de la calle de Avinyó de Picasso, prostitución, prostíbulos y prostitutas tienen un puesto bien conocido en la historia del arte moderno, bien ilustrado por Toulouse-Lautrec, Degas, Vlaminck, Van Dongen, Renoir, Félicien Ropa, Émile Bernard, Gervex… y un larguísimo etcétera. Si la exposición no se detuviese en el umbral de 1910, la relación de artistas que han tratado el tema hubiera podido prolongarse indefinidamente, hasta Francis Bacon y Andy Warhol, entre muchos otros, claro está.
Para mejor cubrir la exposición con un delicado prurito “cultural”, las comisarías han recurrido a una legendaria cita de Baudelaire, fuera de contexto: “¿Qué es el arte? Prostitución”. Baudelaire hacía una crítica radical del mercantilismo rampante y la irrupción de la “industria cultural” en el “mercado del arte”. Olvidando tal premisa, esencial, el ministerio de Cultura y el resto de la burocracia estatal “dieron su bendición” a una exposición que se demora en los meandros “artísticos” de una prostitución convertida en delicado producto expositivo.
Cuando los museos franceses deben “adaptarse” a un recorte significativo de los créditos y subvenciones, el ministerio de Cultura y el Museo de Orsay confían en un esperado éxito comercial de Esplendor y miseria de la prostitución en París. El “morbo” pasablemente arcaico de las obras de grandes maestros glosando la “lírica” de la prostitución, debiera atraer al gran público cosmopolita. A tal fin, un largo rosario de productos derivados (estampas, recuerdos, almanaques, figurillas, etcétera), permitirán, se espera, multiplicar unos ingresos envidiables en tiempos de crisis.
Para hacer más atractivo el tema de fondo, si cabe, los organizadores han completado las obras de arte con objetos de gusto muy diverso, rozando lo peregrino. El visitante podrá descubrir, por ejemplo, un “sillón de amor” donde el Príncipe de Gales, futuro Eduardo VII, rey de Inglaterra, retozaba amorosamente en compañía de dos señoras o señoritas. Con un afán de “fidelidad” se ha reproducido un “salón” y una “habitación” de una profesional que se hacía pagar al precio más alto recibía a una clientela adinerada. La inmortal Olimpia de Manet está “acompañada” de una colección de películas y fotografías pornográficas de la época.
En el capítulo de la foto porno en el París de finales del XIX y principio del XX destaca una legendaria representación española, liderada por una gallega de muchísimo trapío, Carolina Otero, la Bella Otero, Agustina Otero Iglesias, (Valga, Pontevedra, 1868 – Niza, 1965), que tuvo amantes / clientes tan notables como Guillermo II de Alemania, Nicolás II de Rusia, Alfonso XIII de España, Leopoldo II de Bélgica y Aristide Briand, entre muchos otros, claro está. En el Museo de Orsay, la Bella Otero está representada a través de unas fotografías de Léopold-Émile Reutlinger que pudieran parecernos particularmente pacatas, mucho menos “atrevidas” que las imágenes que hoy se difunde a través de los paraísos artificiales de la publicidad audiovisual.
Las relaciones entre arte, prostitución y Estado tienen muchos otros flecos:
Beyoncé facilita la transición del Louvre al parque de atracciones.
IVAM, MACBA, Guggenheim, el bolsillo de los catetos y la destrucción mafiosa de la cultura.
… funcionarios, especuladores, fondos de inversión y trepadores pueden comprar y vender burros y tiburones muertos, juguetes producidos en serie, para enriquecerse y cambiar los cánones artísticos… → El Estado no paga para que se fotografíe la realidad… Prefiere especular con la compra / venta de orín y excrementos → “La manipulación financiera del mercado del arte ha reducido las obras a meras mercancías, dando un valor de pacotilla kitsch a los Koons y los Murakami…” → Pompidou, Guggenheim y los colonizados catetos españoles → Campo de batalla comercial, publicitaria, incluso cuando se trata de promover aventuras artísticas y menos artísticas de allende las fronteras de la heimat, colonizada por seres endemoniados → De la iglesia al museo; del museo al supermercado, el prostíbulo, el cuartel.
Arte.
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