Centre Pompidou, 20 septiembre 2016. Foto JPQ.
Magritte y la construcción de un mundo nuevo.
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Magritte: «Ella no es Irene» 3.
Magritte: “Ella no es Irene” 2.
Retrospectiva muy ambiciosa, Magritte: la traición de las imágenes (Centre Pompidou) se propone revisar el puesto de René Magritte (1898 – 1967) en la historia general de la pintura, al mismo tiempo que participa en un majestuoso proceso de revisión de los cánones establecidos con la difunta tradición de las vanguardias.
Didier Ottinger, comisario de la exposición, ha reunido dos centenares de obras maestras, celebérrimas, en muchos casos, que permiten al gran público y a los especialistas una revisión de toda la obra del gran creador, uno de los pilares de la historia del arte surrealista.
En su introducción al catálogo de la exposición, Ottinger inicia el proceso de revisión de la obra de Magritte estableciendo un paralelismo indispensable con la obra capital de Marcel Duchamp: “Magritte pintó La traición de las imágenes entre 1928 y 1929. Se trata, en cierta medida, de un manifiesto. Una de las obras de la serie “representa” una “pipa”. Pero, en verdad, el artista nos está diciendo otra cosa: “Esto no es una pipa”. Si Duchamp hizo su crítica de la pintura tradicional con recursos no pictóricos, en parte, Magritte somete las imágenes tradicionales a una reflexión crítica, radical e intransigente”.
Entre Magritte y Duchamp, entre otros creadores igualmente esenciales, la pintura y el arte de nuestra civilización tomó un nuevo rumbo, parcialmente oculto por la difunta tradición de las vanguardias. Desde los tratados griegos y romanos, el arte había sido, en buena medida, “imitación de la naturaleza”. Leonardo abrió nuevas vías, insistiendo en que, en verdad, la pintura es “cosa mental”.
En el caso de Magritte, esa “cosa mental” viene de Lautréamont y Giorgio de Chirico. En sus Cantos de Maldoror (1869), Lautréamont escribe: “Bello como el encuentro fortuito entre un paraguas y una máquina de coser en una mesa de disección”. Cuando Magritte descubre, en 1924, el Canto de amor (1914) de Giorgio de Chirico, esa belleza turbadora e inquietante comienza a roturar nuevos rumbos para la historia del arte y la pintura, muy alejados de los convencionalismos vanguardistas.
Sin duda, Dada y el Surrealismo tienen el puesto fundacional que tienen. Y la obra de Magritte se inscribe en el magno legado de ambas vanguardias históricas. Tras los fuegos de artificios vanguardistas (repetidos hasta la saciedad por los epígonos de sucesivas generaciones de manieristas), Duchamp y Magritte, entre otros, claro está, roturan los surcos de una tierra virgen que ellos fecundan y siembran. Ambos reinstalan el sexo y la geometría del cuerpo femenino, desnudo, así mismo, en el origen último y el misterio de la creación.
Desde Courbet sabíamos que el sexo de la mujer es El origen del mundo (1866). Étant donnés (1946 – 1966) de Duchamp instala el sexo femenino en la matriz misma de la creación. En La Lumière des coïncidences (1933), entre muchos otros desnudos de Magritte, la geometría olímpica del cuerpo de la mujer es un espejo de la geometría de la bóveda celeste: la geometría de la creación y la geometría del cuerpo femenino iluminan el origen de un mundo que vendrá, a través del alumbramiento y las semillas del gran arte.
Marcel Duchamp, el sexo de la mujer y el arte que vendrá.
Magritte y la construcción de un mundo nuevo.
Recuerdo a René Magritte errante en la autopista.
Homenaje a Magritte / Esto no es un sombrero.
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