Madrid, estación de Atocha, 20 diciembre 2016. Foto JPQ.
Desde hace cinco siglos, Madrid es el Calvario donde los españoles se crucifican los unos a los otros, culpando a la ciudad de sus manías cainitas.
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¿Cuándo y cómo comenzó esa tragedia? Fernando Castillo ha escrito páginas capitales al respecto. En Capital aborrecida. La aversión hacia Madrid en la literatura y la sociedad, del 98 a la posguerra (2010), obra monumental y única, en su género, Fernando reconstruía la historia contemporánea de esa aversión, terrible. Los años de Madridgrado (Fórcola Ediciones) retoma y revisa los capítulos de aquella historia, enriquecidos y matizados, quizá, con preciosos detalles de ese viaje colectivo al final del infierno “nacional”.
En definitiva, la aversión hacia Madrid cobra contra el Madrid legal y republicano de 1936 – 1939 los tonos sombríos de un esperpento de insondables raíces históricas. Cuando el general Queipo de Llano -“inventor” de la palabra Madridgrado-, Ernesto Giménez Caballo, Francisco Camba o Agustín de Foxá hablan del Madrid “rojo”, Madridgrado, van mucho más allá de la invectiva política más delirante: toman la palabra en nombre de una “cruzada” cuyo “fin” solo puede culminar con un auto de fé (de atroz tradición castiza, desde el siglo XVII, en la madrileña Plaza Mayor) y de una “expiación” que pasa por el exorcismo… es imprescindible “liberar” a Madrid de los “demonios” que la han poseído e infectan el resto del tejido moral, social y político de “toda” España.
Retomo casi idénticos los términos utilizados por Quevedo para pedir mucho más que la expulsión de los catalanes en la Cataluña de su tiempo, en nombre, siempre, de la “unidad” de España. En su legendario panfleto político, Quevedo aconseja al Rey el exterminio físico de unos seres larvados, apestados y hediondos (los catalanes), para mejor “sanar” el cuerpo infectado y contagioso de Cataluña. Fernando Castillo ha reconstruido la columna vertebral de la aversión hacia Madrid, durante las primeras décadas del siglo XX, de unos españoles armados de la estaca y la hoz de Caín para despellejar y desollar a otros españoles, “culpables” de “ocupar” física y moralmente una ciudad infecciosa, la capital de un reino “amenazado por las turbas”.
Se trata de un jalón mayor para intentar “releer” la historia cainita de España, que yo mismo he intentado explorar en De la inexistencia de España. Hubo españoles -perdedores, siempre- que amaron Madrid y esperaban construir una casa común. Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Rosa Chacel, Luis Rosales, entre muchos otros, claro está. El Juan Ramón de la Colina de los Chopos llegaba a pensar que la gran y más urgente de las tareas era y es “reconstruir la arquitectura espiritual de España”, víctima de una tarea de demolición cultural y espiritual que comenzó con la Picaresca, en cuyo laberinto se pierden las raíces más actuales de la aversión cainita hacia Madrid.
El genio luciferino de un personaje de Quevedo sentencia y ejecuta a la ciudad en las primeras páginas de El buscón: “[Madrid] pueblo para gente ruin”. Pedro Fernández de Navarrete agrega: “Y es cosa digna de reparar el ver que todas las calles de Madrid están llenas de holgazanes y vagabundos, jugando todo el día a los naipes, aguardando la hora de ir a comer a los conventos, y las de salir a robar las casas, y lo que peor es el ver que no sólo siguen esta holgazana vida los hombres, sino que están llenas las plazas de pícaras holgazanas, que con sus vicios inficionan la corte, y con su contagio llenan los hospitales”. Baltasar Gracián sentencia: “Madrid, centro de la monarquía [ .. ] causa asco no la inmundicia de sus calles, sino de los corazones, aquel nunca haber podido perder los resabios de villa y el ser una Babilonia de naciones no bien alojadas”.
En esas estamos.
Tras la columna vertebral de la tragedia reconstruida con turbadora minuciosidad por Fernando Castillo, quedan en pie las lívidas cruces del Calvario, social, cultural y político más actual. Quevedo y Gracián son los más ilustres patriarcas de dos visiones antagónicas de una España víctima de los españoles, despellejándose los unos a los otros. No solo en Madrid. “Genio y figura, hasta la sepultura”.
París – Modiano… una revisión indispensable.
Los alegres contertulios de una casa para torturar y asesinar confortablemente, rue Lauriston.
Laura says
Amarga historia, que da mucho que pensar.
JP Quiñonero says
Laura,
El libro de FC da mucho que pensar, si,
Q.-
Armando says
Una de las lecturas de la tarde me llevó a uno de tus temas más asiduos y acabé aquí.
En esas estamos.
ps:
¿Madrid, se ha encontrado una forma de contener el virus con requisitos mínimos?
JP Quiñonero says
Armando,
Ah, te agradezco el recordatorio. Todo lo debo a Fernando Castillo, autoridad máxima en esos terrenos madrileños. Me he apresurado a retomar esta historia en Twitter.
Palanteeeeee …
Q.-