Rue de Rennes, 9 febrero 2018. Foto JPQ.
En mi caso, cuando hablo de “un lugar limpio y acogedor” casi siempre evoco algunos libros y paisaje íntimos…
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París, un lugar limpio y acogedor, una fría noche de invierno → “Un lugar limpio y acogedor…” en el país parisino del Marais → Parisina solitaria en un lugar limpio y acogedor de La Canopée / Les Halles, tras el asesinato de París.
París, cuando cae la nieve… la Torre / Tour Montparnasse desde la rue de Rennes.
Las ruinas de París, bajo la nieve… vistas por Víctor Hugo.
París, cuando cae la nieve… vista por Zola.
París, cuando cae la nieve… vista por Rimbaud.
París, cuando cae la nieve… vista por Baudelaire.
Cuando cae la nieve, la ciudad tiene muchos otros rostros…
Claudia Cardinale, bajo la nieve.
París, un invierno muy crudo, rue de Seine.
Parisina, día de nieve en el Parc Monceau.
Nieve y luna llena en el Parc Monceau, cuando cae la tarde.
Joven parisina, bajo la nieve.
Turista americana, un día de nieve.
París. Siluetas bajo la nieve.
Señora parisina intenta huir de la nieve.
París. Silueta bajo la nieve 2.
Tombez la neige…y esta tarde no vendrás….et mon coeur… Y casi el auto se me quedaba bajo el vestido (o el sudario) de blanco que nuestro Zola tan bien describía. Era la tarde de Las Rozas, volviendo de una entrega de trabajos, una turba de autos inundaba la carretera, cortada en partes, resbalosa, perdidas las ganas de contemplar el paisaje periurbano que debo recorrer al regresar a casa. Este sábado, visitante que he sido en el Museo Cerralbo, que acaba -ya se cerró la exposición- de homenajear a un gimnasiarca -rara avis de la España de entonces, ¡Ay!, mil ochocientos que lejos ya estás de mi, todo pasó…-, y claro está, a París que se fue para difundir y mercar sus productos; y el precito murió allí, en la Expo Universal de 1867, y había conocido antes a Amorós -ilustre afrancesado, creador, con Jahn y Ling, de la gimnasia moderna; quedó su cuerpo en el camposanto de Montparnasse -creo- luego de una vida luenga para entonces; no fue profeta en su tierra, más le escucharon los franceses y mejor le conocen y recuerdan que nosotros-. Se llamaba el Conde de Villalobos, padre que fuera del Marqués de Cerralbo, hijo asimismo descarriado, lejosde las casillas de la época; pero rico; eso le permitió estudiar, investigar, viajar, renovar, acabar, en la madurez, como «entrenador personal» -todo un adelantado, de los herederos de la corona española, Alfonso e Isabel, allá por la década de los sesenta, recién cumplidas la Guerra de Marruecos, la expedición a Méjico, poco después de las fusiladas de Torrijos y de Diego de León. Buen chico me parece el Conde, estimado. París, París, el Elíseo de muchos de aquellos españoles. Allí le llevaría el recién inaugurado tren expreso cuyas gestas declamó Campoamor. Baudalaire exhalaba sus últimos alientos, Verlaine comenzaba a florecer, Lautreamont se iba a inscribir en la Politécnica parisina, ¿ya empezaría Rimbaud a concentar sus rimas?
Ricardo,
Qué de maravillas y erudiciones…
Si la peregrinación parisina formó parte de la educación no solo sentimental de incontables generaciones de españoles; sin olvidar los afrancesados que lo éramos desde niños, mucho antes de conocer París.
Y la nieve, ah, la nieve, desde Villon hasta Jacques Réda, es materia esencial en la construcción de un París mítico, fábula, metáfora y espejo del alma y las tribulaciones del corazón de los mortales, errantes en el dédalo lo la gran ciudad.
Algunos desterrados intrigantes de Galdós se reunían en un café donde todavía llegamos a reunirnos Carlos Semprún Maura y yo, metidos a conspiradores, ay. Aquel difunto es hoy una lamentable pizzería, qué quieres…
Avanti..!
Q.-
La nieve Villon, la nieve de Zola, elucidarios del ampo que blanquea la ciudad; se hiela el Sena -sucedió en el pasado; es cierto-, pasas a pie a las islas. Y el pobre ¿qué? Inmensa mayoría en esas grandes urbes, menesteroso y condenado siempre, lejos de otra esperanza que la marcada por aquella Fe del Carbonero que le enseñan en las iglesias; pasto enseguida de la fosa común. El agua se congela en los aposentos del menguado, sale a la calle y se escalabra en esa nieve helada que parece cemento, magma mineral (¡Ven, JB, define con precisión su contenido!). No hay leña, escasa es la manduca. Eso fueron París y Londres y Madrid y Viena, etcétera de etcétera del etcétera, para aquel inope, sorda y silenciosa humanidad, ágrafa, plagada de alifafes, estimado. Por eso, cuando veo la nieve caer tras la ventana, y yo tranquilo, y pensando en estéticas componendas, me acuerdo de ese mísero que maldice la nieve y el frío, tiembla ante la riada (Segura y Guadalentín, ¡qué traicioneros!), se hace cruces mirando los avisos del cielo.
Ricardo,
Si… nuestras viejas ciudades agonizan, cubiertas por la nieve, víctimas de la polución y el turismo de masas.
Si… las riadas de la Murcia seca tenían dimensiones igualmente catastróficas, de otra naturaleza, claro. La agonía decadente de las viejas metrópolis europea tiene su encanto, incluso su atractivo: millares de africanos se juegan la vida para intentar instalarse en nuestros suburbios. Los desastres meteorológicos murcianos supongo que siguen siendo temibles. Quizá una parte de la melancolía de la prosa de Gabriel Miró viene de esa incertidumbre de los hombres y mujeres de los campos murcianos, mirando al cielo, preguntándose si se salvarán los frutos por venir en la huerta que cuidan con tanto amor y esfuerzo.
Avanti..!
Q.-