El aquelarre o El gran cabrón,1820 – 1823. Óleo sobre revestimiento mural trasladado a lienzo, 140,5 x 435,7 cm.
La gran literatura española, de Rosalía de Castro o Josep Pla a Dámaso Alonso, pasando por Galdós, Baroja, Gutierrez Solana o Ramón Gómez de la Serna, entre todos los clásicos, recuerdan, describen y analizan el puesto de pestes, gripes, tifus, cólera, entre otras pandemias, en la historia social y cultural de las Españas, dándoles una dimensión histórica, actual y universal.
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Quizá la mejor descripción canónica de la angustia íntima y social de una pandemia, de ayer y de hoy, la hizo Rosalía de Castro, en gallego, en 1880, en su libro “Follas novas”:
“¿Qué pasa a mi alrededor? Tengo miedo de una cosa que vive y que no se ve. Tengo miedo a esa desgracia traidora que nunca se sabe de donde viene…”. Todo está dicho, es comprensible y habla de la misma angustia, en Shanghai o en Pontevedra, en Milán o en París, hoy como ayer.
Cinco años más tarde, en “1885”, Galdós nos recuerda la importancia crucial y recurrente de sucesivas pandemias en la historia de España y la historia de nuestra civilización: “Es un consuelo para nosotros, en las circunstancias presentes, el considerar que las invasiones coléricas que hemos sufrido desde 1835 han sido cada vez menos enérgicas. La del 65 fue más benigna que la anterior, y hay motivos para creer que la presente hará menor número de víctimas que las precedentes. Pero la historia nos enseña que, tras el acabamiento de una peste, viene la aparición de otra …”.
Por las mismas fechas, doña Emilia Pardo Bazán, que sostuvo con don Benito unas relaciones tan íntimas como pasionales, dio de las pandemias una visión entre tragicómica y esperpéntica muy próxima a los “espectáculos” de nuestro tiempo:
“¿Pero tú estás bien segura de que es lepra, lepra auténtica? Tus conocimientos en medicina… ‐¿Que si estos segura? Como yo fuese médico, a ciencia me ganarían otros… ¡pero lo que es a golpe de vista! Tengo yo ojo de diablo. Además, he visto lazarados mil veces. En la Toja los hay a docenas. En Marín teníamos uno que venía diariamente a casa a pedir limosna: traía su taza para el caldo, y nosotros le dejábamos otra llena en el portal; porque comprenderás que se tomaban mil precauciones, y todas eran pocas. ¡A mí me da eso una grima!”.
Las pandemias y enfermedades víricas tienen un puesto mayor en una de las novelas más importantes de Baroja, “El árbol de la ciencia” (1911). Poco optimista, nunca, don Pío saca atroces consecuencias filosóficas:
“¿Usted ha oído hablar de los microbios?
‐Yo no, señor.
‐¿No ha oído usted decir que hay unos gérmenes… una especie de cosas vivas que andan por el aire y que producen las enfermedades?
‐¿Unas cosas vivas en el aire? Serán las moscas. ‐Sí, son como las moscas pero no son las moscas.
‐No; pues no las he visto.
‐No, si no se ven; pero existen. Esas cosas vivas están en el aire, en el polvo, sobre los muebles…, y esas cosas vivas, que son malas, mueren con las luz….” [ .. ] “La idea de que el niño estuviera tuberculoso hizo temblar a Andrés…” [ .. ] “La vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros. Plantas, microbios, animales ..”.
Dos años más tarde, Miguel de Unamuno instala la peste, la pandemia, en la historia de la filosofía española y europea, en su ensayo capital, “Del sentimiento trágico de la vida” (1913): “No basta curar la peste, hay que saber llorarla. ¡Sí, hay que saber llorar! Y acaso esta es la sabiduría suprema. ¿Para qué? Preguntádselo a Solón. Hay algo que, a falta de otro nombre, llamaremos el sentimiento trágico de la vida, que lleva tras sí toda una concepción de la vida misma y del universo, toda una filosofía más o menos formulada, más o menos consciente. Y ese sentimiento pueden tenerlo, y lo tienen, no sólo hombres individuales, sino pueblos enteros…”. A través de su visión espiritual y filosófica de la peste, la pandemia, Unamuno describe la matriz de su visión del “hombre español ideal”, don Quijote, presto a morir en los más desiguales combates.
Gabriel Miró, en 1925, y Miguel Delibes, en 1998, reconstruyen el puesto de sucesivas pandemias en la historia social y cultural de España.
Escribe Miró en “El obispo leproso”: “Su Ilustrísima nombró la lepra, y el médico apartó sus recelos con un ademán indulgente. Antaño se confundía y agrupaba la lepra con otras enfermedades; pero en estos tiempos cualquier curandero la reconocería desde sus principios. No se olvidó de decir el descubrimiento del bacilo, ni de nombrar a Hansen y a Neisser, ni la forma y las medidas del microbio por milésimas de milímetros, sin omitir los ensayos de remedios más audaces como el de inocular ponzoña de serpientes. También contó sus visitas a leproserías donde murieron leprosos de pulmonía, de nefritis, de vejez, los cuales habían vivido más de veinte años con las llagas cerradas y secas, sin dolores, y con capacidad sensitiva hasta en la zona atacada, de modo que debieron ser rehabilitados sanitariamente; estaban limpios de su podre, y se les dejó morir entre los inmundos”.
Delibes reconstruye una de las pandemias más legendarias de la historia de España, la peste en el Valladolid de Carlos V, en su libro “El hereje”:
“El concejo nombró una Junta de Comisionados para que informaran de la salud de la villa y de los pueblos próximos y echó mano de los dineros de las sisas del vino y del pan para organizar la defensa contra la enfermedad. Publicó después un bando que los pregoneros divulgaron exigiendo limpieza en las calles, prohibiendo comer melones, calabazas y pepinos, ‘fácilmente impregnados por exhalaciones malignas’, y organizando la atención médica, botica y alimentos para los pobres, puesto que el hambre facilitaba el contagio de la enfermedad. En cambio, los ricos se apresuraban a recoger sus enseres y objetos preciados y, por las noches, abandonaban furtivamente la villa en sus carruajes para instalarse en el campo, en sus casas de placer, junto a los ríos, en espera de que la epidemia cediera. La peste había llegado de nuevo…”.
Ramón Gómez de la Serna, recuerda a Gutierrez Solana para evocar otra pandemia trágica:
“En 1750, la Puerta del Sol la componía una barriada de casas chatas y sórdidas, de portales lóbregos y húmedos, con tortuosa escalera; la mayoría eran de un solo piso, y de balcón a balcón había tan poca distancia que se podía pasar de uno a otro; muchas de estas casas fueron de mal vivir, y pendían las guardillas profundas y hediondas y de los balcones, como distintivos, colchas y mantones, y gran cantidad de medias de rayas de colores y enaguas.
“A las mujeres públicas las hacía llevar el corregidor, para que se distinguieran de las honradas, un cordón que caía pecho y estaba cosido al hombro. El barrido de las calles se hacía semanalmente; cada casa tenía un basurero en el portal, y los vecinos depositaban en ellos toda clase de suciedades, y por falta de retretes hacían sus necesidades en un bacín, que sacaban a la calle esperando el paso de las letrinas, pesados armatostes de hierro en forma de cuba, con una tapadera al costado, donde iban las aguas malas para desaguar al campo. En los corrales había caballerías muertas, que llevaban semanas enteras, y sacaban unos hombres misteriosamente, arrastrándolas con unas cuerdas, por la noche; una mula o un pollino con el vientre hinchado como una caldera, para abandonar estas carroñas en las afueras; el Ayuntamiento dio orden de suprimir estos basureros por causa de la epidemia del cólera morbo, y haciendo que la limpieza fuera diaria, recorrían las calles unos carros con una campanilla para avisar a los vecinos que sacasen las espuertas de la basura, de seis a ocho de la mañana; no por esto dejaban de verse en las aceras de los numerosos conventos y junto a las tapias de las casas las inmundicias de hombres despreocupados, que se bajaban las bragas donde mejor les cuadraba, para hacer del cuerpo”.
Madrileño emérito, quizá único, entre los más grandes y legendarios, el mismo Ramón Gómez de la Serna, nos recuerda, en su “Elucidario de Madrid” (1931), cual fue el más mítico de los paseos del Madrid de las pandemias:
“Al Prado vamos todos los días a despedirnos de la vida. Por si al volver a la casa nos ponemos mal, y aunque dure la enfermedad ha sido en ese preciso momento de meternos en la cama cuando nos hemos envuelto en vez de en las sábanas en el sudario. Muchos de los que mueren, sobre todo de los que murieron en las épocas de epidemia, el atacado del cólera o del dengue, cuando eran de los que sabían dónde había que despedirse de la vida, cuando eran de los que sabían que había que cumplir con el Prado, pasearon por aquí antes de acostarse para siempre. Por él pasan todos los días las siluetas negras de los que cada día se despiden para siempre, y de lo que se acuerda más un muerto es de haber paseado por el Prado”.
Algunas anotaciones de “El quadern gris”, de Josep Pla, entre Palafrugell y Barcelona, entre marzo de 1918 y marzo de 1919, describen con cierta precisión unos estragos sanitarios, morales y cívicos de la Gripe de 1918 – Gripe española – Gripe europea, que tienen palmarios paralelismos con los estragos de la crisis del coronavirus.
Pla describe con precisión clínica el comportamiento de sus paisanos; y avanza estas observaciones, que bien pudieran ilustrar el comportamiento de las elites políticas españolas durante la primavera atroz de 2020, la primavera de la pandemia:
-El comportamiento responsable es considerado una estupidez.
-La mayoría prefiere eludir responsabilidades.
-La responsabilidad puede ser una consecuencia superficial de la vanidad juvenil.
-Prevalece el egoísmo individual, cívico y económico más absoluto.
-Ese individualismo se confunde con la rapacidad sin escrúpulos en lo económico y una ausencia de vínculos morales en lo social.
-Matriz ética ¿colectiva? que “hace imposible la vida social”.
Pla escribe el 6 de diciembre de 1918: “Penso en la tendència de la gent d’ací, sobretot de la gent més intel·ligent, a la limitació, a no voler ésser res, a defugir qualsevol responsabilitat. De jove, tothom, més o menys, té una foguerada de vanitat, que generalment no dura. Si en algunes, escassíssimes, persones, dura, és considerat un símptoma d’estupidesa inqüestionable. La gent d’ací vol: a) viure bé; b) viure bé a casa seva o fent una vida absolutament privada; c) interpretar les coses amb el peu forçat dels exclusius interessos personals; d) no ésser importunada per coses alienes a la pròpia voluntat. Aquest fons d’individualisme m’agrada. Té un gran defecte, és clar: la impossibilitat que la gent té de lligar-se fa que pràcticament hi sigui impossible la vida social…”.
Esa “impossibilitat que la gent té de lligar-se fa que pràcticament hi sigui impossible la vida social…” pone el dedo en la llaga cancerosa más grave: la destrucción o ausencia de una matriz ética, moral y cultural, común, hace muy difícil o imposible la vida social, apenas sustentada por una frágil trama de egoísmos individuales de aleatoria cohesión.
Sesenta años más tarde, Raymond Aron escribe en “Liberté et égalité”: “Antes que una sociedad pueda ser libre, es necesario que sea una sociedad”. La “imposible vida social” subrayada por Pla recuerda la trágica matriz desalmada que intenté describir en mi ensayo De la inexistencia de España.
Epidemias y pandemias también tienen un puesto esencial en las metamorfosis de la gran poesía lírica, del Barroco a nuestro tiempo. Quizá el verso más atroz sobre Madrid, en tiempos crisis saturnal, es el legendario de Dámaso Alonso, en “Hijos de la ira” (1944): “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas”. Madrid vivían otra pandemia, que no era exactamente sanitaria.
Carole says
Impresionante.
JP Quiñonero says
Encantado, Carole,
Q.-
José says
Hernan Cortes llego a las Indias que era o seria America con unos pocos militares algunos de ellos habian sido porqueros y con cuatro palos que escupian fuego unos caballos y vestidos con armaduras acabaron con el ejercito de Moctezuma. Eso es lo que se cuenta pero llevaban un arma de destruccion masiva la Viruela. Las enfermedades han hecho historia arte literatura ciencia… junto con las guerras el hambre son los angeles que traen la muerte y nos recuerdan que no solo la vejez es la antesala de la muerte. Nuestra caducidad como recuerda el samurai cuando se despierta es el.pensamiento hoy puede ser mi ultimo dia. Fragiles y finitos para hablar de ideales y absolutos. Hoy ya vivimos en un mundo infinito construido con palabras e imagenes medicina virtual espiritual curamos todos los males sin sufrirlos. Belleza morbida la muerte del otro.
JP Quiñonero says
José,
Bueno … a mi modo de ver, quizá sea esencial leer y volver a leer lo que han escritos los clásicos españoles de los últimos cinco siglos sobre todo tipo de pandemias… durante los últimos tres meses, hemos tenido que soportar una riada de páginas publicitarias consagradas a todo tipo de mindunguis deciendo simpleces, las más de las veces… sepultando en el olvido a los grandes escritores de todas las literaturas españolas…
En fin,
Q.-
Ricardo Lanza says
Excelente el recuerdo, estimado, nunca con mayor congruencia que ahora, en que nuestra civilización de las conquistas sociales -me refiero a Occidente que, parte del resto -¡Ay!- sigue todavía como cuando «El amor en los tiempos del cólera»- y sus ventajas que alejan la intemperie y las hambrunas nos hacen olvidar que aún la eviternidad queda lejana, que los más de los gerontólogos son meros visionarios, que el «antiaging» es anecdótica teofanía. Porque las pandemias de antaño -y solo me refiero a las décimonónicas españolas y a su terrible colofón mundial, de origen foráneo como se ha sabido, aquel Soldado de Nápoles que pone fin a las vidas de casi el dos por ciento nacional e infecta al diez por ciento- eran de mucha mayor terribilidad, aunque la miseria circundante, la duración menor de la existencia y ese «menento mori» recordado con harta frecuencia, las dejase como episodios cotidianos de la furia de la naturaleza desatada, equiparándolas a terremoto, riada o erupción volcánica. Ese cólera de triple ataque en 1833, 1865 y 1885 -esa a que se refiere Galdós, pensando en que fuera menos leve, y se equivocó : fue la segunda en decesos, aún quedan sus tumbas, y el recuerdo de los fallecidos, niños los más, reflejado en dolosas esquelas y malos versos de los restantes cementerios históricos españoles-, trajo en el primero la terrible matanza de frailes, realizada en su mayoría en Madrid -al parecer, ¡alrededor de setenta- y contemplada en práctico silencio por el gobierno, atento entonces a la embestida de esa carlistada que pareciera estar animada por la denominada clericalla; fue, además, la más mortífera. Larga historia epidémica, pues, la que tiene nuestro país, añadiendo a ese cólera la fiebre amarilla y la viruela, diversas pestes, y eso sin remontarse más atrás, quedándonos en los hechos históricos que, hasta poco, en los pueblos, recordaban con el nombre de «La francesada»; ahora mutada en renacimiento de batallas que contemplan con admirada emoción vecinos y turistas. Saludo a todos desde este Estado de Sitio que aún perplejos nos tiene.
JP Quiñonero says
Ricardo,
Se agradecen los recuerdos, el tono y las sabidurías, sí.
…
Como le decía a José… me ha resultado muy penoso tener que soportar, cada día, desde hace meses, un rosario de «informaciones» publicitarias, las más de las veces, de «novedades literarias», de una indigencia cultural a la altura de la pandemia de ignorancia que nos inunda y todo lo enturbia como sus amiguismos empresariales y mafiosos de la especie más indigente…
Como verás, no pierdo un cierto brío,
Q.-
Ricardo Lanza says
Es lo que tienes, estimado, la espada de la justicia literaria, y siquiera, aunque no repartas mandobles ni te cubras contra el beocio y el trepa, sigues siendo caballero de tu persona, anuncio que señala la epidemia de las letras corrompidas; para eso, estimado, me quedo con Corín Tellado, con José Mallorquí o con uno cualquiera de esos seudónimos anglófonos que encubrían a tanto ganapán -en algunos casos, por fortuna, casi a la carta- de novelas del oeste, policíacas, ciencia ficción… ¿Qué podemos hacer?: ¿El estupor del suicidio?, ¿un oficio de beato?, ¿escuchar los cantos de la nueva derecha sacramentada? Casi, casi, con tomar café a mi aire y subir a un autobús que me lleve a una vieja ciudad de paisaje y arquitectura ya me vale…¡Virgencita, ¿entonces?, que me quede como estoy! Cantos a los deleites funcionales más comunes,
JP Quiñonero says
Ricardo,
Bueno… cada cual toma el camino que toma… me siento cómodo lejos de esos mundos carpetovetónicos… siempre fiel a los maestros de siempre, siempre vivos…
…
… la escritura, la fotografía, la pintura, la poesía, que cada cual cultiva en su rincón, su jardín íntimo, que quizá sea un jardín universal…
Q.-
Gabriel says
Qué historias tan tristes. No aprendemos nunca, qué tristeza, oiga.
JP Quiñonero says
Gabriel,
Algo así, efectivamente…
No aprendemos, no … nos obstinamos en desconocer quienes somos… consagrados a vivir en la tierra de nadie de la ignorancia.
De ahí la tristeza… descubrir que vivimos en un desierto poblado de alimañas maquilladas con publicidad audiovisual,
Q.-
Fina says
Cultivando mi jardín íntimo pierdo la noción del tiempo…
También cuando os leo en este INFIERNO…
Son placeres que nos regala la vida y que se agradecen especialmente en tiempos de coronavirus…
Buenas noches a todos/as.
JP Quiñonero says
Pues está muy bien, Fina.
Sí… quizá cultivar el jardín, el jardín íntimo, quizá sea la mejor manera de ganar el tiempo, sí…
Avanti..!
Q.-
Fina says
Quiño,
No sólo se aprende con vosotros…es que además, me siento bien acogida y siempre me infundes ánimos y fuerzas para seguir…
Cuando estoy en este INFIERNO siento que no pierdo el tiempo.
Gracias por crearlo y cuidarlo…
JP Quiñonero says
Fina,
Anda, anda…
Eres una lectora atenta, generosa, bien educada, comprensiva… lo ideal, vaya.
Oséase, que encantado, encantados nos tienes.
Palanteeeee..!
Q.-