Con el pié en el estribo, de nuevo, Madrid me sorprende por su dinamismo feroz,
sometido al imperio satural de la política:
—Las librerías son buenas y están llenas de gente joven, sedienta de saber, aprender, descubrir. Pero el veneno ideológico más rudimentario parece envenenarlo casi todo.
—La oferta editorial es importante: pero la desigual guerra comercial amenaza a los más pequeños, que, con frecuencia, son los más audaces e innovadores.
—La oferta informativa (prensa escrita, radio, tv, etc.) es muy variada. Pero la información y desinformación política siembran la vida de cada día con incontables motivos de controversia cainita.
—La demanda de cultura / educación es muy alta. Pero la diaria lucha por la vida, en una geografía bastante dura, con infinitas solitizaciones políticas, publicitarias, etc., dificulta y complica la vida de quienes más pudieran beneficiarse de la economía del econocimiento.
—Los jóvenes, las profesiones liberales, los tecnócratas, la tropa libresca o universitaria, son gente libre, culta e independiente de criterio: pero su lenguaje, cultura y aspiraciones están condenadas al silencio por la marabunta audiovisual que todo lo degrada cuando no emponzoña con su lenguaje e intereses hampescos.
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¿No me estaré chutando con los Riberas del Duero y los cocidos madrileños con los que me agasajan las amistades más pudientes…?