La Melancolía europea quizá sea indisociable de problemas tan “sucios” y escasamente poéticos como la fiscalidad, la diplomacia, la defensa, la financiación de la agricultura, las barreras arancelarias contra los productos de los países pobres…
Cuestiones que, a mi modo de ver, sitúan la construcción política de Europa en una encrucijada: vacilante entre el estancamiento bizantino, sonámbula entre un archipiélago de Estados egoístas, fascinada y atemorizada por el anarcocapitalismo americano; si no dejándose llevar hacia un melancólico ocaso, cuya fisonomía «materialista» intento diseccionar en Európolis.
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