Vampiro (1932) de C.T. Dreyer
Comparándolo con ciertos descarríos de la España de nuestro tiempo, Carlos Rodríguez Braun describe el peronismo argentino con estos rasgos de identidad: “.. una ficción merced a la cual cabe ocupar el poder con cualquier ideología: fascista en los cuarenta, socialista en los setenta, neoliberal en los noventa, y otra vez izquierdista hoy; aunque siempre con demagogia, abuso y manipulación de manifestaciones callejeras, y escuálido respeto por la libertad y sus instituciones”.
Ficción diabólica, me atrevería a decir. Ilustración sombría de un proceso de posesión endemoniada de las conciencias, las almas muertas con las que comercia el Demonio ”der Geist, der stets verneint”, el espíritu que siempre niega, en la definición canónica de Goethe, encadenándolas al Infierno de la Historia.
En mi caso, recuerdo haber historiado un proceso de vampirismo semejante, cubriendo la conquista y el ejercicio del poder de François Mitterrand, que se sirvió de los artilugios de las sirenas para seducir a los inocentes descarriados, se comportó como un flautista perverso conduciendo a sus víctimas hasta el río del Averno, para convertir el mesianismo ideológico en mercancía publicitaria, y terminar por abandonar a sus fieles a la traición, la desesperación y el suicidio.
El Vampiro (1932) de Dreyer nos recuerda otros rasgos de identidad del Demonio contemporáneo: su guadaña es la del trabajo en serie, cuyas horas ya no mide la campana de la iglesia medieval, si no la campana / reloj de la factoría industrial.
Deja una respuesta