Tras la inauguración del Musée du quai Branly, Alan Riding subraya en el International Herald Tribune, las nuevas tareas de diplomacia cultural encomendadas a las grandes instituciones museísticas internacionales. Tarea que el British Museum cumple históricamente desde hace años y la Museuminsel alemana no olvida completamente, desde sus orígenes.
Diplomacia armada –las grandes colecciones comenzaron siendo botín de guerra colonial–, hoy transformada en filantropía cultural: deseamos “comprender”, “admirar” e “ilustrarnos” con los despojos de viejas civilizaciones difuntas. De la misma manera que nuestros museos de cosa contemporánea (todos somos contemporáneos de nosotros mismos, decía Borges) acumulan figurillas de plástico recogidas con amor en los cubos de basura de las hamburgueserías, mucho más contemporáneas (justamente) que las caducas e incomprensibles obras maestras de siglos pasados. Incluso los crucificados se venden mal en los mercadillos de cosas usadas y abandonadas.
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