Felices vacaciones, 4
A la hora de un Ángelus sin campanas, ni fieles, ni creyentes, cuando las horas y los días se miden al precio de las habitaciones de alquiler, lejos de la playa, mar adentro, los reflejos de la luz dan al agua marina infinitos tonos cristalinos y esmeralda. Cierro los ojos, feliz, oteando en la lejanía la silueta del Turó des Encantats. Me dejo flotar, para recibir las caricias del sol y el agua salada. Hasta que un perfume fétido me advierte de una amenaza inquietante.
Una lancha neumática me cruza y se aleja, dejando tras si un rastro venenoso de gasolina quemada. Buceo, mientras resisto, huyendo de ese perfume nauseabundo, esparciendo a su paso sonámbulos estigmas de muerte y desolación. ¿Cuándo desapareció la flora y la fauna submarina de esta cosa, esquilmada para construir una playa artificial..?
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El Náufrago says
«Me dejo flotar.. hasta que llega un perfume fétido» Sonaba bien el relato, sí, hasta que aparece el elemento distorsionador o tocapelots, el pez ese arrancabrazos, esa medusa electrizante. No seré tan cenizo como para decir que siempre hay una lancha que nos vomita su pestilente gasolina, pero sí que ocurre con demasiada frecuencia, que no impide mantenernos a flota.
Con un poco de guasa pero más de cariño, un amigo me regaló este libro, de JA Marina: Ética para náufragos. Llevo dos páginas, pero ya en la segunda he encontrado una cita orteguiana que me apetece transcribiros:
«La vida es darme cuenta, enterarme de que estoy sumergido, náufrago en un elemento extraño a mí, donde no tengo más remedio que hacer algo para sostenerme en él, para mantenerme a flote. Yo no me he dado la vida, al revés, me encuentro en ella sin quererlo, sin que se me haya consultado previamente, ni se me haya pedido la venia».
En situaciones como ésa, la del gasoil, pensar en Ortega puede consolar..
El Náufrago says
*nos impide mantenernos a flote