Con motivo del voto del nuevo Estatuto catalán, me atreví a sugerir que el comportamiento cívico de los catalanes parecía reflejar “algo muy parecido a una ausencia de vertebración”. Esa emergencia de una “Cataluña invertebrada” era, a mi modo de ver, el fruto podrido de un proceso en curso de destrucción de Cataluña, víctima ella misma del comportamiento cainita de los catalanes.

Josep María Castellet no dice completamente lo contrario cuando afirma que “la sociedad política catalana está enferma”. Enfermedad moral muy semejante, para mí, a la enfermedad del espíritu que comenzó a destruir la “arquitectura espiritual” de España (JRJ) con la irrupción de la ética y la estética desalmadas que proliferaron con la Picaresca. Esa es la tesis central de mi ensayo De la inexistencia de España, De la inexistència d’Espanya.
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