Sigo rectificando sobre María Kodama. Su testimonio de un Borges al que le gustaban los Beatles y se emociona encontrando a Cortazar, en la Plaza Mayor madrileña, me parecen un testimonio muy bello. Sus razones, explicando como Borges perdió para siempre el Nobel, tomándose a broma los “poemas” del risible jurado que tenía en su mano la llave de ese premio, me parecen un documento de indispensable lectura.
La entrevista / diálogo de María Kodama con el poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio, publicada en El Tiempo (4 noviembre 2006) me parece un documento importante:
María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, evoca al escritor al cumplirse 20 años de su muerte
Por Harold Alvarado Tenorio, poeta colombiano.
Hace 35 años ví por primera vez a María Kodama. Fue en el vestíbulo de uno de esos hoteles de la calle Laugavegur de Reykjavik donde hacía unos segundos Norman Thomas di Giovanni, traductor norteamericano y entonces acompañante de Borges, acababa de arrebatármelo tras hacerme una foto, la única que conservo con el genio. María Kodama entraba al hotel y le recuerdo porque ya era la enigmática mujer que viajaría con Borges hasta el resto de sus días. Luego le vería en el Hotel Palace de Madrid, a mediados de 1977, cuando presentaron la lujosa edición de Rosa y Azul y por último, hace unas semanas, en Buenos Aires, donde, en un café cercano a la nueva Biblioteca Nacional, conversamos sobre los 20 años de la muerte de su maestro y marido y sobre ella misma, convertida por los medios en una suerte de malevo de las orillas, a quien las editoriales y los abandonados por Borges, detestan.
Kodama es la única criatura borgiana de carne y hueso que le sobrevive, la otra fue Bioy Casares. Hablar con ella, ver y oír recordarle, es prueba de que la trasmigración de las almas de que habla el budismo, existe. Ella es su espejo y su memoria.
Heredera testamentaria de su obra y su viuda, nació en Buenos Aires el 10 de Marzo de 1937, hija de un sintoísta japonés descendiente de samuráis, químico y fotógrafo, Yosaburo Kodama y de la hija de un alemán y una católica española, la pianista Maria Antonia Schweitzer, de cuyo matrimonio, roto a los 3 años, habría otro hijo, Jorge, casi desconocido. Su vida se hace hoy en los aviones donde va y viene a conferencias y homenajes al gran escritor. Son centenares los lugares donde se ha escuchado su testimonio y también numerosas las distinciones que ha recibido. Como presidenta de la Fundación Internacional JLB, ha organizado unos 40 homenajes a Borges, y en lo que va de año la Fundación organizó en Argentina 68 eventos. Kodama, que quiso ser marino cuando niña, que practica la equitación y la natación, baila flamenco, rock, salsa, sirtaki y baidoushka, la danza de los carniceros griegos, decidió dedicarse a la literatura, según la mitología que ha creado, cuando descubrió en Borges la mágica relación que existe entre las palabras y los sentidos que ellas delatan. Mientras estudiaba inglés, a sus cinco años, su maestra le habría leído la versión de César y Cleopatra de Shaw.
«Por sus elucidaciones -me dice- entendí que aquel hombre, con su afán de poder y con una fuerza increíble, había logrado, precisamente por esas características, enamorar a aquella mujer, porque era igual que él y lo podía ayudar. Después me leyó un poema que Borges había escrito a una mujer de la que estaba enamorado. Las líneas que recuerdo son, más o menos: ‘… puedo ofrecerte mi soledad, el hambre de mi corazón. Estoy tratando de sobornarte con mi incertidumbre, con mi peligro, con mi derrota’. Lo que me emocionó de ese poema es que pretendía llegar al mismo punto que César con Cleopatra, pero por el camino contrario. Me pregunté, desde mi mentalidad de niña, con cuál de esas dos personalidades podría jugar, con cuál podría tener una aproximación de amistad, y pensé que no sería Julio César, sino alguien como Borges.»
Pero le conoció físicamente más tarde…
-Sí, un amigo de mi padre, que admiraba a Borges, me llevó a oír una de sus conferencias cuando tenía como doce años. No recuerdo haber comprendido mayor cosa. Luego, cuando tuve 16 comencé a estudiar con él anglosajón e islandés, y el destino me deparó la maravillosa historia de mi vida…
¿Cómo era Borges?
-Complejo e impredecible, de una inteligencia fascinante y una imaginación incontenible. Era genial en el sentido del creador, del poeta, porque además desde chico supo cuál sería su destino, intuyó que a pesar de las vicisitudes y malas jugadas su destino era ser Borges. Era genial porque creó, a partir de esa insistencia en las múltiples variaciones que le sugería su saber del budismo, una prosodia y una sintaxis identificable para el siglo de Borges como Darío lo hizo para el XX, creó la nueva forma de narrar en español, algo que sin duda tiene un sustrato en su temprano conocimiento de varias lenguas en las cuales escribieron los grandes narradores de su tiempo que divulgó en Buenos Aires en la entreguerra. Era muy divertido, lleno de vida, con una enorme curiosidad por todo. Tengo maravillosos recuerdos de la complicidad que nos unía, más allá de los momentos muy importantes en los que me dictaba su obra.
La diferencia de edades y la genialidad de Borges debieron hacer difícil la relación…
-No. Si hubiese sucedido me habría sorprendido desde cuando le conocí. Primero fue una relación maestro-discípula y siempre fue algo desenfadado, le hablaba de manera natural y espontánea, hasta me atrevía a discutirle sobre autores y asuntos que no podía sostener entonces. Pero a medida que le fui conociendo, a medida que fui descubriendo, digamos, sus misterios, se divertía con mis ocurrencias y fue entendiendo mi carácter, nada obsecuente, como él mismo lo era, libre como un animal selvático, libre gracias a su genialidad. A su lado mi vida fue especial y maravillosa. Desde siempre he dedicado mi vida a la literatura y a estudiar y mi curiosidad por los libros sigue siendo enorme, como desde los días en que pude trabajar a su lado y pude crecer hasta donde ahora he llegado. Fue un viaje hacia la sabiduría, una experiencia que no puede repetirse, Borges no hubo sino uno.
Borges dijo que su mayor virtud era el silencio…
-Quizás porque soy una persona muy callada, que gusta de la soledad, como sucede a los japoneses. Cuando estaba pensando, porque era lo que más hacía, cosa que había aprendido en Schopenhauer, eso de mejor pensar por sí propio que leer en otros para que entonces ellos piensen por uno, ni le interrumpía ni le molestaba. Tampoco él me invadía. Para que una relación de amor sea duradera y maravillosa, la base es el respeto. Decía que soy como el ojo del huracán: serenidad y silencio cuando todo se arremolina a su alrededor.
¿Qué otras cosas le gustaban?
-Mi ludismo para vivir. Aun cuando creo que más lúdico era él. Era fanático de los Beatles, de los Rolling Stones, de Pink Floyd. Amaba la música que le daba fuerza, le gustaban los espirituales negros, muchas veces fuimos a Nueva Orleáns a escuchar jazz, también le gustaban los blus y la milonga le gustaba muchísimo. Le gustaban los viejos tangos, que eran totalmente distintos a lo que decía que había hecho Gardel con el tango, hacerlo llorón, sentimental, arruinarlo.
Cómo era su ritmo de escritura, cuáles sus manías…
-No tenía un método definitivo, un día podía ser una cosa y otro, otra. Nada rígido, como era su mismo pensamiento. Cuando tenía una idea para un poema o un cuento, era resultado casi siempre de días y noches de rumia. Hasta que de un momento a otro podía decir, ‘esta idea servirá para un cuento o este para un poema’, y así podía suceder varios días hasta que decidía dictarlo después de haberlo elaborado en su memoria y a medida que dictada iba corrigiendo y volvía sobre el texto una y otra vez. Pero lo notable era que luego de las varias correcciones se dedicaba a pensar el cuento y el poema hasta que le parecía satisfactorio. Tenía un orden de prioridades a la hora de corregir, primero uno le leía el texto y él hacía comentarios sobre la continuidad o no de los párrafos, todo lo iba estructurando en su memoria prodigiosa, siempre, antes de avanzar en un cuento, debía tener decidido el comienzo y el final…
Usted ha prolongado de alguna manera las polémicas que Borges había generado…
-Quizás sea cierto. Borges sigue vivo, lo extraño cuando viajo, en la forma como nos divertíamos, las bromas que gastábamos, la forma de llevar nuestras vidas. Cuando uno ha amado la persona que otros siguen amando hace que uno sienta el tibio calor del recuerdo y esa compañía es muy vigorosa y cierta. Borges sigue generando polémicas porque fue un hombre totalmente libre, crítico e irónico. Nunca medraba al opinar sobre algo o sobre alguien, siempre decía lo que pensaba de las cosas, no tenía obligaciones con nadie, ni aceptaba sobornos. Creía en el libre albedrío y así lo demostró con su vida tomando las decisiones sin seguir a las mayorías ni a los poderosos. Ser libre para él era no traicionarse, ser uno mismo y eso le llevo a perder, incluso el Nobel.
¿Por qué?
-Porque como usted podrá recordar, en dos ocasiones burló las aspiraciones de Arthur Lundqvist, el académico sueco que prácticamente concedía el Nobel a los escritores de nuestra lengua. La primera, cuando Victoria Ocampo le trajo hasta Buenos Aires, le organizó una cena en San Isidro y puso a Borges al lado del sueco, que con su tradicional apetito de gloria leyó a Borges uno de sus poemas y Borges le dijo que le parecía digno del inventor de la dinamita, y luego, cuando en Chile le ofrecieron aquel doctorado en la Universidad Católica siendo Pinochet el dictador y le llamaron para advertirle que si iba a recibirlo no recogería el Nobel ese año y respondió que había dos cosas que un hombre no se puede permitir: Ni amenazar ni ser amenazado, ni chantajear ni ser chantajeado. Fue muy genial porque le dije: ‘¿por qué no lo piensa?, puede decir que no se siente bien’. No olvido que tomándome por los hombros me preguntó: ‘¿Usted lo haría?’ Y le respondí: ‘Usted sabe que no’. Entonces dijo: ‘¿Por qué quiere que lo haga?’ Lo cierto es que ese traductor y poeta sueco no quiso nunca a Borges. Recuerdo que Lundqvist tenía un emisario español que visitaba el mundo de habla hispana recibiendo elogios de cuanto candidato había en esos años, incluso creo que el emisario recibió algún Nobel de manos del rey sueco. Pero Borges se reía mucho con ese asunto del Nobel. Recuerdo que un día lo detuvo un señor en la calle y le dijo: ‘Maestro, voy a hacer una promesa a Dios para que se lo den este año’, y Borges respondió: ‘Dios lo libre de hacer eso, si es que Dios existe. Porque si me lo dan este año seré uno más en la ya larga lista, pero si no, me convierto en un mito escandinavo, en ese hombre que siempre se presentaba y no se lo daban, prefiero ser el mito escandinavo, el eterno aspirante’.
Se anuncia la publicación del diario de Adolfo Bioy sobre su amistad con Borges. Dicen que usted los separó…
-Nunca quise alejarlo de nadie, fue el comportamiento de sus amigos lo que alejó a Borges de ellos. Bioy en ese diario muestra también cómo le envidiaba, cómo le utilizaba. Quizás sea cierto que le tuvo mucho afecto pero también es cierto que era muy egoísta. Un día Borges me dijo: ‘Adolfito sólo viene o me invita a comer cuando quiere leer o que corrija cosas de él. Pero nunca me invita al campo’. Yo le insistí: ‘Pero a usted no le gusta el campo’, y me contestó: ‘no importa. Él debe proponérmelo y yo, en todo caso, decir que no’. Era tímido pero, como todas las personas introvertidas, muy observador de la personalidad y del alma del otro. ¿Por qué no iba yo a querer a sus amigos? Soy oriental y no soy celosa. Los celos son amor propio, no amor al otro.
¿De su obra qué más ama?
-La poesía. Contrario a lo que dice la gente, es un poeta extraordinario, recuerde, por ejemplo, estos versos de El Tango: Gira en el hueco la amarilla rueda / de caballos y leones, y oigo el eco / de esos tangos de Arolas y de Greco / que yo he visto bailar en la vereda,/ en un instante que hoy emerge aislado,/ sin antes ni después, contra el olvido,/ y que tiene el sabor de lo perdido,/ de lo perdido y lo recuperado.
¿Por qué sigue enterrado en Ginebra, no cree que sus cenizas nos pertenecen?
-Porque así fue el final. Un final que desconocíamos. Tenía una gira por Italia y aun cuando sabía que tenía cáncer, el médico dijo que podía viajar porque el cáncer en los viejos no es tan agresivo y luego en Italia me dijo que volviésemos a Suiza, que no deseaba volver a Argentina. Traté de convencerlo del regreso, que podíamos volver en un avión sanitario, pero lo había afectado mucho el escándalo durante la enfermedad y la muerte del doctor Ricardo Balbín en 1981, a quien fotografiaron cuando estaba en terapia intensiva y esas fotos aparecieron en carteles empapelando la ciudad. Su hijo sufrió un ataque al corazón cuando vio a su padre convertido en un afiche y en esa situación espantosa. Borges me dijo que no quería que su agonía fuera transformada en un espectáculo y su último suspiro vendido luego en un casete. Que quería morir conmigo, la persona que él quería, a su lado. También me dijo que quería morir normalmente, en su casa, como sus antepasados. Pero todo esto no quiere decir que no quisiera mucho a Buenos Aires.
Hay quienes dicen que usted admiraba de joven furiosamente también a Cortázar y que una vez lo tuvo a su lado mientras iba con Borges y veía un cuadro de Goya, otro de sus amores…
-Sí, fue en Madrid, el año cuando usted estuvo con Borges toda esa tarde en la plaza Mayor. Porque aun cuando les habían invitado a Mújica Lainez, a Cortázar y a Borges para grabar unos programas de TV, nunca se encontraron en el hotel. Creo que al otro día de su visita fuimos al Museo del Prado y cuando justamente estaba yo mirando el gigantesco perro semihundido que pintó en la Casa del Sordo vi a Cortázar y se lo dije a Borges. Él me preguntó si yo quería saludarle y le dije que si él quería, yo quería. ‘Sí, claro. ¿Por qué no?’, me dijo. En ese mismo momento Cortázar vio a Borges y se acercó y fue divino, maravilloso y único… uno de esos instantes irrepetibles que nos regala la vida. Cortázar le recordó que le había llevado su primer cuento y destacó la generosidad de Borges con él. Y Borges rió y le dijo: ‘no me equivoqué, fui profético’.
Me despido de María Kodama con la extraña sensación de haber estado con un ser de otro mundo, que pasaría desapercibido si con esos mechones color de nieve, sus lánguidos ojos orientales, la sencillez de sus gestos, la discreción de su mirada y los diez anillos de plata de sus dedos pudiese borrar las palabras que nos recuerdan al más grande escritor que ha parido nuestra lengua.
maty says
Anécdota a cuenta de Borges
Serenity Markets Cierre de mercados: Al cierre, miedo general.
Gabriel says
Qué maravilla. Estuve ahí junto a ellos, al lado de María Kodama, Borges y el autor de esta pieza al leerla. Yo venía buscando a Cortázar y su gusto por los Beatles (si eso es cierto aún no lo confirmo), y me topo con Borges, los Beatles, y ahora, justo cuando parte Charlie Watts de los Stones.
JP Quiñonero says
Gabriel,
Encantado, vaya.
Sin olvidar a Bird y El Perseguidor de don Julio…
Q.-