La “casa común” de las lenguas de las cumbres iberoamericanas (español y portugués) parece reflejar un cierto alejamiento de fondo de la España gubernamental, víctima la diplomacia cultural de los estragos ideológicos.
En el terreno estrictamente cultural, La Nación bonaerense se ha preguntado si el modelo español no corre el riesgo de “sembrar” en varios países del Cono sur los estigmas de interminables guerras civiles, enterrado en Madrid el modelo de una transición política en otro tiempo modélica. Por su parte, Clarín reprocha agriamente a Moratinos convertir la antigua “Madre Patria” en “Madrastra Cruel”.
En México, las reticencias españolas en materia de derechos humanos de los inmigrantes se comparan con el Muro norteamericano, sin que el no entendimiento absoluto entre Zapatero y Bush permita evitar malentendidos de fondo.
En Brasil, el presidente Lula nunca ha comprendido las relaciones más o menos privilegiadas de la diplomacia española con Fidel, Chávez y Morales, sus primeros rivales en el Cono Sur, cuando el penoso resquebrajamiento de Mercosur y los empantanados proyectos de integración política de las Américas han dejado al descubierto el fracaso o insignificancia de los lejanos proyectos españoles de “puente” entre Europa y el Cono sur.
La complicidad ideológica con Morales o Chávez no impidió evitar los conflictos empresariales con Bolivia, ni el fracaso de los proyectos de venta de armas a Venezuela, pagados al precio fuerte del distanciamiento con vecinos más moderados. La “química” personal con Kirchner tampoco evitó los conflictos empresariales que afectan a inversores españoles. La construcción política de una casa, mercado o espacio común americano atraviesa una de sus más penosas crisis históricas. La lengua alimenta unos lazos históricos que la diplomacia ideológica de unos y otros disuelve de manera corrosiva.
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