Cuando me hablan de una “adaptación, moderna, al gusto de hoy”, de una obra clásica, huyo aterrorizado, espantado por las amenazas más palmarias de ignorancia, mal gusto y zafiedad. Cuando Kenneth Branagh justifica su versión de La Flauta Mágica, en un escenario-trama de la Primera guerra mundial, hablando de “la belleza de un mundo perdido y de la inminencia de su destrucción”, confieso que me dejo seducir.
La seducción se acentúa cuando Branagh transforma de este modo la leyenda de un Mozart masón: “Deseaba expresar un cierto sentido de la fraternidad, una aspiración a la paz y una forma de compasión por la humanidad, como pudieron manifestarse a través de Gandhi, Luther King o Mandela. Frente a la oscuridad y los estallidos de odio de la Reina de la noche, deseaba expresar un deseo de paz y fraternidad más allá de ningún clan, secta o culto esotérico”. [Le Figaro, La Croix].
Que la fraternidad y el amor tengan notas más o menos carnales no deja de tener su encanto, por momentos.
¿Tuvo mucho eco el estreno de esta Flauta en el Festival de cine europeo de Sevilla?
● La Flûte enchantée, dossier prensa.
● El año Mozart culmina con otro acontecimiento: todo Mozart online. ¿Se había hecho antes con ningún compositor?
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